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COFFY


Coffy

Estados Unidos, 1973. 91 min. C

Dirección: JACK HILL. Guión: Jack Hill. Música: Roy Ayers. Fotografía: Paul Lohmann. Intérpretes: Pam Grier, Booker Bradshaw, Robert DoQui, William Elliott, Allan Arbus, Sid Haig, Barry Cahill, Lee de Broux.


«Oh, baby, you have a sweet, sweet back»

(En Sweet Sweetback’s Baadasssss Song, Melvin Van Peebles, 1971)


El realizador de culto estadounidense Jack Hill (Los Ángeles, 1933), que empezó trabajando como músico en algunos estudios importantes, inició su andadura en el cine colaborando con Francis Ford Coppola como guionista de diálogos (como por ejemplo en Dementia 13) y más tarde enrolándose como director en New World Pictures, la productora independiente de Roger Corman. El a veces nombrado «Howard Hawks del cine exploitation» es principalmente conocido por sus espeluznantes contribuciones, a principios de los años setenta, al cine blaxploitation y al subgénero WIP (Women in Prison), películas entre las que se encuentran, respectivamente, Coffy y su inferior secuela Foxy Brown y Cárcel de Mujeres y The Big Bird Cage, todas ellas protagonizadas, no casualmente, por la exuberante, enérgica e icónica actriz negra Pam Grier (Winston-Salem, 1949).


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El género blaxploitation (de «negro» y «explotación») irrumpió como un revulsivo para la industria del cine norteamericano en los tempranos –y ya lejanos– años setenta. Eran películas urbanas hechas por y para negros y estaban cargadas de violencia, sexo, droga y música funky y de los infaltables pantalones pata de elefante, peinados afro, cadenas de oro y zapatos con plataforma. Este cine independiente y de bajo presupuesto, a menudo carente de refinamiento, daba voz a la vida del gueto (hasta entonces silenciada) y abrió las puertas de Hollywood a una generación de cineastas y actores radicales de raza negra (Jack Hill, sin embargo, es de color blanco).

La inauguradora del blaxploitation, en el año 1971, fue Las Noches Rojas de Harlem, una película de Gordon Parks con Richard Roundtree encarnando al detective chulesco John Shaft y que permitió al compositor y cantante Isaac Hayes convertirse en el primer afroamericano en lograr el Óscar a la Mejor canción original gracias al tema «Theme from Shaft». Otros referentes del género serían Super Fly (1972), sobre un traficante de cocaína de Harlem conocido como Youngblood Pries, dirigida precisamente por Gordon Parks Jr. y con la música antológica de Curtis Mayfield, y las reseñadas Coffy (1973) y Foxy Brown (1974), ambas producidas por American International Pictures (AIP) y firmadas por Jack Hill.


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El gran acierto de Coffy es contar en el papel de absoluta protagonista con la diosa de ébano Pam Grier, que desde ese momento fue catapultada directamente como musa del blaxploitation, hasta el punto de llegar a convertirse en un ídolo de la comunidad negra junto a otros actores y actrices –éstos en menor medida– como Richard Roundtree (el chulesco detective John Shaft) o la espectacular modelo de 1,88 m. Tamara Dobson (una suerte de James Bond femenina en Cleopatra Jones, de Jack Starret). Pam Grier, que había debutado en el cine con un pequeño papel en El Valle de los Placeres (1970), dirigida por el cultivador del sexploitation Russ Meyer, fue descubierta para la causa por Jack Hill, donde encarna la que sea posiblemente la primera heroína de un policíaco de acción, y recuperada décadas después por Tarantino en Jackie Brown (1997).


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Escrita por el mismo Jack Hill, Coffy presenta a una joven y bella enfermera negra llamada Coffy que trabaja en un hospital. Cuando la mujer se entera que su hermana ha fallecido de sobredosis, declara la guerra a los camellos y traficantes de droga y se infiltra en los círculos del crimen y en las corruptelas del sistema de los bajos fondos. Coffy emprende de esa manera una sangrienta cruzada personal en la que utiliza tanto armas de fuego como otras más femeninas para reventar la pantalla. Coffy, un personaje que fue descrito como «una unidad de choque en una sola mujer», representa a una mujer independiente y orgullosa que persigue a la escoria de la sociedad y administra su propia justicia. Esta es una cinta seca y violenta, enérgicamente filmada e interpretada y con situaciones rompedoras, diálogos racistas, lucha bizarra, delirante vestuario afro y vertiginosos escotes. Un paradigma perfecto del cine blaxploitation y la película que expandió la audiencia del género, llegando de forma masiva también al público blanco.


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«!Será mejor que saques el culo de nuestro césped o te patearemos!»

(En Las Navajeras, Jack Hill, 1975)


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PASAJERA, LA


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Polonia, 1961, 1963. 62 min. B/N

Dirección: ANDRZEJ MUNK & WITOLD LESIEWICZ. Guion: Andrzej Munk, Zofia Posmysz-Piasecka. Música: Tadeusz Baird. Fotografía: Krzysztof Winiewicz. Intérpretes: Aleksandra Slaska, Anna Ciepielewska, Janusz Bylczynski, Barbara Horawianka, Anna Jaraczówna, Maria Koscialkowska, Andrzej Krasicki, Jan Kreczmar, Irena Malkiewicz, Leon Pietraszkiewicz.


 «Marta me hizo su cómplice muda en asuntos turbios, en el esfuerzo por ocultar a un bebé judío.
Probablemente entonces empezó a excitarme la lucha con Marta por Marta»

Liza/Aleksandra Slaska


Nacido en Cracovia en 1921 y de origen judío, Andrzej Munk se trasladó a Varsovia durante la ocupación nazi, donde usando un nombre falso tomó parte en la insurrección de 1944. Fue uno de los pocos supervivientes. Tras la guerra se licenció en tres carreras: Arquitectura, Economía y Derecho, diplomándose después en la mítica Escuela de Cine de Łódź, primero en Fotografía y luego en Dirección. En 1952 fue expulsado del Partido Obrero Unificado de Polonia por «conducta reprobable».

Munk fue uno de los artistas más influyentes del período post-estalinista polaco. Roman Polanski y Jerzy Skolimowski, entre otros, fueron sus herederos cinematográficos. Escéptico inconformista, punk intelectual y cineasta talentoso, sólo pudo filmar, además de algunos cortometrajes y documentales, cuatro películas, la primera de las cuales fue un hito: Sangre sobre los Rieles (1957), un filme de misterio contado al revés. Pese a su corta –y brillante– carrera, Munk tuvo tiempo de dejar con su obra póstuma, La Pasajera, una de las más relucientes joyas de la época dorada del cine polaco.



La Pasajera, película inconclusa debido al prematuro fallecimiento de Munk (a los 39 años) en un accidente de tráfico sufrido durante el rodaje, fue completada y montada dos años después de su muerte por sus colegas Andrzej Brzozowski, Wictor Woroszylski y, especialmente, Witold Lesiewicz. Lo novedoso fue hacerlo por medio de una sucesión de fotos fijas que, acompañadas de una idónea narración en off, describen los hechos que aparecen y conjetura sobre los que faltan, todo lo cual confiere al conjunto un tono experimental y enigmático seguramente superior al pretendido por Munk. De esa manera, mientras el amplio flashback (el episodio evocado, pasado, en el campo de concentración) se introduce mediante película en movimiento, la parte sin rodar del todo (el viaje en transatlántico, el presente) se cuenta con fotografías.

Si hay una obra con la que La Pasajera entronca es La Jetée, el mítico cortometraje dirigido sólo un año después por el escurridizo Chris Marker. Y no únicamente por compartir ese carácter de iconos de la modernidad en tanto experimentos que se apoyan en el uso de la foto congelada, sino porque ambas proponen una reflexión acerca de la resurreccionista memoria y la naturaleza fragmentaria de los recuerdos reales, falsos o deformados. En ese sentido, asimismo se podría pensar en un Alain Resnais (Hiroshima, Mon Amour, El Año Pasado en Marienbad) más realista. En cuanto a la idea argumental, pudiera recordar a la italiana Kapo (1960), de Gillo Pontecorvo, e incluso a la seminal, también polaca, La Última Etapa (1948), de Wanda Jakubowska.


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Inspirada en la novela homónima de Zofia Posmysz-Piasecka, La Pasajera comienza en mitad de un crucero lujoso que una voz diegética define como «una isla en el tiempo donde el pasado y el futuro apenas existen, sólo el presente». En el transatlántico viaja Liza (Aleksandra Slaska), una guardiana nazi años atrás en el campo de Auschwitz, quien cree reconocer el rostro de Marta (Anna Ciepielewska), una de sus antiguas prisioneras judías a la que creía muerta. Esa súbita aparición, o esa súbita ilusión de la mirada (nunca sabremos si la pasajera es Marta o alguien que se le parece), es el mecanismo que activa la memoria de Liza, que revive la compleja y perversa relación de afectividad tormentosa (debilidad lésbica, obsesión insatisfecha) y de sometimiento y resistencia callada con la prisionera, porque «cuando sabes lo que es importante para otro y tienes la facultad de dárselo o quitárselo, te conviertes en su amo».

La película propone, lúcidamente, una reflexión crítica sobre el holocausto nazi y los campos de concentración diferente al resto de filmes de esa temática, la mayoría de afán conmovedor y afectados por mecanismos narrativos o dramáticos asimilados y considerados efectivos. La Pasajera se construye como un viaje mental abrupto hacia un lejano oculto que se narra en dos tiempos distintos y donde el pasado condiciona e interacciona sobre el presente. Munk explora la psique traumática del verdugo, las desiguales relaciones que se establecen entre opresor y oprimido y la intranquila autojustificación ante la culpa que no se calla. Según el director, su intención era mostrar que el hombre no puede huir de su pasado, que no puede olvidar su comportamiento inmoral dado que la conciencia es un «algo» trascendente que está ahí para no permitirlo.


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Críptica y perfecta, La Pasajera destaca por el lirismo con que se mueven las imágenes y por la fría y bressoniana austeridad de las escenas, donde todo se sugiere a base de miradas y gestos, con el poso de ambigüedad que ello  conlleva. Munk prescinde durante gran parte de su metraje de diálogos entre los personajes y apoya el drama en los actores y su expresividad (la elección de las dos actrices principales fue un absoluto acierto). La redondez general de la película se completa con la fotografía en blanco y negro, cruda pero elegante, de Krzysztof Winiewicz. En definitiva, el filme más prestigioso de los incompletos es cine europeo ineludible por su solidez ética y formal, tan sobresaliente como fuera de lo común. Pasazerca.


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MUJER INFIEL, LA


La Femme Infidèle

Francia, Italia, 1969. 97 min. C

Dirección: CLAUDE CHABROL. Guión: Claude Chabrol. Música: Pierre Jansen. Fotografía: Jean Rabier. Intérpretes: Stéphane Audran, Michel Bouquet, Maurice Ronet, Michel Duchaussoy, Guy Marly, Dominique Zardi, Serge Bento, Louise Chevalier, Louise Rioton.


«Estaba, pues, meditando si por la diversión de hacer un collar de margaritas merecía la pena molestarse en coger flores, cuando de repente pasó por su lado un conejo blanco con los ojos rosa»

Alicia en el País de las Maravillas


Claude Chabrol (París, 1930-2010), surgido de la Cahiers du Cinéma pero alejado del afán más rupturista de la Nouvelle Vague, se hizo un nombre como director de psico-thrillers de misterio, a medio camino entre el policier y el cine negro, enmarcados en el contexto doméstico de la burguesía. Dejando al margen su ópera prima El Bello Sergio (1958), película inaugural de aquel movimiento y que sí contenía sus fundamentos estéticos, su obra es un agudo y cínico análisis de la psicología de los personajes y el trasfondo social de la clase en que se mueven: la burguesía, en palabras de Chabrol, más que una clase social, “una condición de espíritu”. En lo referente a la creación de personajes, Chabrol se asemeja a Hitchcock, Lang y Lubitsch, pero también a Buñuel en cuanto a la capacidad de representar lo no dicho.


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La dimensión autoral del cine de Chabrol no se exhibe, sino que ha de buscarse dentro de la estructura lingüística y narrativa de cada película. Tras Las Ciervas, este «traidor» de la politique des auteurs realiza su tercer filme en colaboración con el productor André Génovès. La Mujer Infiel, junto a El Carnicero y Al Anochecer, conforman una trilogía que puede considerarse como su etapa más lúcida. Esta película sobre la culpa y la redención es la primera construcción que articula los dos ejes centrales de su obra: el desprecio por la burguesía francesa como modo de vida y la certeza de que el hombre, ante una adversidad que lo lleva a la pérdida de su dignidad, puede dejar de lado su civilidad y comportarse como una bestia.

Hélène Desvallées (Stéphane Audran) y Charles Desvallées (Michel Bouquet) son un típico y aparentemente feliz matrimonio burgués que vive con su hijo en una lujosa mansión en los alrededores de París. El marido, al descubrir  la infidelidad de su esposa, entra en un estado psicótico que lo lleva a asesinar al amante (Maurice Ronet). Ninguno de los dos habla del asunto, pero Hélène termina por intuirlo y se inicia así un juego de sobreentendidos y alusiones entre ellos y la policía. El final, en el que la complicidad entre marido y mujer deja el crimen impune, es memorable. Chabrol circunda un triángulo amoroso en una trama de sospechas, mentiras, traiciones y crimen. Como Alicia en el seguimiento del Conejo Blanco, el director repta por la realidad física cotidiana y logra descubrir la existencia de otro mundo al otro lado de las apariencias.


LA MUJER INFIEEE


La Mujer Infiel, además de una historia de tensión y suspense creciente sobre la infidelidad femenina y la bêtise (estupidez) de una burguesía celosa de su imagen de respetabilidad, también es un homenaje endiosado a la elegante Stéphane Audran (Versalles, 1932-2018), una de las actrices europeas con mayor potencia dramática de su generación. Audran fue esposa después de serlo brevemente de Jean-Louis Trintignant y actriz fetiche de Claude Chabrol, con quien tuvo un hijo y trabajó hasta en veintiuna ocasiones. Una figura de belleza gélida y sensualidad latente cuyo misterio es el motor de todo. Ella es Hélène, mujer insatisfecha envuelta en lujos, doblemente adúltera y en el que su fogoso materialismo carnal hace pedazos su microcosmos familiar, oasis utópico.

Fría y refinada, de ritmo relajado y con una narración apoyada en analogías, simbolismos y paralelismos, el relato camina inexorablemente hacia la tragedia. El más perfeccionista de los metters en scène del cine francés, privilegiando el tono objetivador de la crónica de sucesos como si fuera un arquitecto y deparando en el detalle y lenguaje no verbal, proyecta con La Mujer Infiel una de sus películas clave. La cinta, que obtuvo gran éxito de taquilla y crítica, fortaleciendo la ya sólida carrera de uno de los cineastas más importantes de la Nouvelle Vague, es un ejercicio de estilo sobrio, que tiende al clasicismo y que, como es habitual en su director, convierte la forma en sujeto.


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«Me encanta la ambigüedad de las apariencias. Defiendo el irrealismo, el artificio. Es necesario hacer trampa para obtener lo esencial»

Claude Chabrol


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TOP 40 Nueva Carne



«Los lugares del monstruo no son ya las tinieblas, el subterráneo o el espacio exterior, sino el propio cuerpo, ese apéndice siniestro, a la vez conocido y desconocido, que envejece, incuba tumores en silencio, reclama drogas, propaga virus y traiciona el alma negándose a continuar vivo indefinidamente»

Pilar Pedraza


1. VIDEODROME
David Cronenberg (CAN, 1983)

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2. TETSUO, EL HOMBRE DE HIERRO (Tetsuo)
Shinya Tsukamoto (JAP, 1989)


3. ALIEN, EL OCTAVO PASAJERO (Alien)
Ridley Scott (EEUU, 1979)


4. INSEPARABLES (Dead Ringers)
David Cronenberg (CAN, 1988)

INSEP


5. LA MOSCA (The Fly)
David Cronenberg (EEUU, 1986)


6. ENGENDRO MECÁNICO (Demon Seed)
Donald Cammell (EEUU, 1977)


7. HELLRAISER
Clive Barker (GB, 1987)


8. CABEZA BORRADORA (Eraserhead)
David Lynch (EEUU, 1977)


9. CROMOSOMA 3 (The Brood)
David Cronenberg (CAN, 1979)


10. LA COSA (EL ENIGMA DE OTRO MUNDO) (The Thing)
John Carpenter (EEUU, 1982)


11. RABIA (Rabid)
David Cronenberg (CAN, 1977)

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12. SOCIETY
Brian Yuzna (EEUU, 1989)


13. ROBOCOP
Paul Verhoeven (EEUU, 1987)


14. LA INVASIÓN DE LOS ULTRACUERPOS (Invasion of the Body Snatchers)
Philip Kaufman (EEUU, 1978)


15. ARREBATO
Iván Zulueta (ESP, 1979)


16. VINIERON DE DENTRO DE… (Shivers)
David Cronenberg (CAN, 1975)

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17. AKIRA
Katsuhiro Ôtomo (JAP, 1988). Animación


18. RAZAS DE NOCHE (Nightbreed)
Clive Barker (EEUU, 1990)


19. METALOSIS MALIGNA
Floris Kaayk (HOL, 2006). Cortometraje

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20. EL ANSIA (The Hunger)
Tony Scott (EEUU, 1983)


21. NAKED BLOOD (Nekeddo burâddo: Megyaku)
Hisayasu Sato (JAP, 1995)


22. ANTIVIRAL
Brandon Cronenberg (CAN, 2012)


23. CRASH
David Cronenberg (CAN/GB, 1996)


24. BLADE RUNNER
Ridley Scott (EEUU, 1982)


25. OSCURIDAD, LUZ, OSCURIDAD (Tma/Svetlo/Tma)
Jan Švankmajer (CHE, 1989). Cortometraje. Animación


26. MORTAL ZOMBIE
Brian Yuzna (EEUU, 1993)


27. CARNE PARA FRANKENSTEIN (Flesh for Frankenstein)
Paul Morrissey (ITA/EEUU/FRA, 1973)


28. TITANE
Julia Ducournau (FRA/BEL, 2021)


29. THANATOMORPHOSE
Éric Falardeau (CAN, 2012)


30. EL ALMUERZO DESNUDO (Naked Lunch)
David Cronenberg (CAN, 1991)

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31. UPSTREAM COLOR
Shane Carruth (EEUU, 2013)


32. DR. JEKYLL Y SU HERMANA HYDE (Dr. Jekyll and Sister Hyde)
Roy W. Baker (GB, 1971)


33. EN MI PIEL (Dans ma Peau)
Marina de Van (FRA, 2002)


34. RE-SONATOR (From Beyond, aka Resonator)
Stuart Gordon (EEUU, 1986)


35. CONTAMINACIÓN: ALIEN INVADE LA TIERRA (Contamination)
Luigi Cozzi (ITA, 1980)


36. BRAIN DAMAGE
Frank Henenlotter (EEUU, 1988)


37. SWALLOW
Carlo Mirabella-Davis (EEUU/FRA, 2019)


38. ESCALOFRÍO (The Tingler)
William Castle (EEUU, 1959)


39. EL VENGADOR TÓXICO (The Toxic Avenger)
Michael Herz & Lloyd Kaufman (EEUU, 1984)


40. PARÁSITO. PARTE 1 (Kiseijû: Part 1)
Takashi Yamazaki (JAP, 2014)


Mención extra: LA BALADA DE GENESIS Y LADY JANE (The Ballad of Genesis and Lady Jane)
Marie Losier (EEUU, 2012). Documental


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AQUELLA CASA AL LADO DEL CEMENTERIO


Quella Villa Accanto al Cimitero

Italia, 1981. 84 min. C

Dirección: LUCIO FULCI. Guión: Lucio Fulci, Giorgio Mariuzzo, Dardano Sacchetti. Música: Walter Rizzati. Fotografía: Sergio Salvati. Intérpretes: Paolo Malco, Catriona MacColl, Giovanni Frezza, Giovanni De Nava, Dagmar Lassander, Ania Pieroni, Carlo De Mejo, Silvia Collatina.


«En este momento de nuestra sensibilidad necesitamos un teatro que nos despierte los nervios y el corazón… Desde aquí apelo a la crueldad y al terror»

Antonin Artaud. El Teatro y su Doble, 1938


Estudiante de Medicina y licenciado del Centro de Cine Experimental de Roma, donde coincidió con directores de la talla de Michelangelo Antonioni y Luchino Visconti, Lucio Fulci (1927-1996) empezó a dirigir nada menos que a finales de los lejanos años cincuenta, llegando al cine de terror en sentido estricto en 1979 con Nueva York bajo el Terror de los Zombies, veinte años después de haber debutado con la comedia de Totó Contrabando en Nápoles. Fulci, un auténtico explotador de géneros y figura fundamental para entender el cine italiano más escabroso y sangriento, ha cultivado a lo largo de su prolífica carrera el drama histórico, la comedia erótica, el spaguetti western, el poliziesco, la fantasía post-apocalíptica, el horror y recalcitrantes gialli, entre los que destacan Una Lagartija con Piel de Mujer (1971) y Angustia de Silencio (1972), ambos interpretados por la esplendorosa Florinda Bolkan.


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Lucio Fulci levanta iras y pasiones encontradas, pero su estilo, indudablemente, existe por completo. Sus películas han sido acusadas de falta de ritmo, de incoherencia argumental y de ausencia de crescendo dramático (también de misóginas y de ofrecer violencia gratuita). De ser así, da igual. Porque no pueden ser objeto de racionalización, ya que persiguen provocar una respuesta emocional en el espectador similar al Unheimlich, o «lo siniestro», de Sigmund Freud, definido por el filósofo Schelling como «una extrañeza inquietante; todo lo que estando destinado a permanecer en secreto, oculto, ha salido a la luz». El controvertido Fulci sólo quería crear imágenes autónomas que excluyeran toda posibilidad de análisis, según confesión propia.

Con la maravillosa trilogía de Las Puertas del Infierno realizada en 1980 y 1981 (El Más Allá, Miedo en la Ciudad de los Muertos Vivientes y Aquella Casa al Lado del Cementerio) el director evoluciona hacia una concepción del horror más elevada y pura, en la que los tradicionales excesos de gore se solapan con la metafísica y el delirio. En Aquella Casa al Lado del Cementerio, Fulci recrea su personal universo visionario tejiendo la trama con trozos de pesadilla, donde la sucesión de imágenes e ideas resultan perturbadoramente ilógicas. El romano reconoció la influencia del poeta, dramaturgo y ensayista francés Antonin Artaud, el alucinado teórico del «teatro de la crueldad» que propuso una nueva idea de representación y de puesta en escena: libre, total, de mirada lúdica, como un «exorcismo mágico».


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El argumento de Aquella Casa al Lado del Cementerio es sencillo. Un matrimonio (Paolo Malco y la habitual Catriona MacColly) y su hijo Bob (Giovanni Frezza, il bel bambino rubio y de ojos azules) se trasladan a una viejo caserón de arquitectura gótica en medio de la nada, en la gris población de New Whitby (Nueva Inglaterra), donde el marido debe investigar el extraño suicidio de un científico compañero suyo. A partir de ahí, la acción se centra en las visiones del pequeño, que contacta telepáticamente con una enigmática niña pelirroja (Silvia Collatina), que parece sacada de una película de Mario Bava, cual etérea emisaria del Mundo de los Muertos. La clave del misterio será un tal Dr. Freustein (Freud + Frankenstein), el antiguo dueño de la casa, quien más de un siglo después de su desaparición, ahora transformado en un ogro de rostro deforme y vestido a la usanza militar, habita en el sótano necesitando tejidos humanos con los que preservar su estado de conservación.

La película, dotada de una atmósfera de cuento de hadas perverso y de miedos infantiles, se cierra escalofriante, como el brusco despertar a una pesadilla, con una reveladora cita del escritor estadounidense Henry James: «Nadie sabrá nunca si los niños son unos monstruos o los monstruos son niños».


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Esta ópera fulciana es una mefítica mezcla de la topografía fantástica de H. P. Lovecraft, la ofusquedad claustrofóbica de Edgar Allan Poe y la moda de las clásicas haunted house tipo Terror en Amityville (Stuart Rosenberg, 1979) y El Resplador (Stanley Kubrick, 1980). Todo atravesado por una vena decadente y crepuscular y salpicada con hechuras propias del giallo más sangriento. El resultado es terror esencial, cruel y enfermizo, también plúmbeo y exquisitamente casposo.

Quella Villa Accanto al Cimitero es una película clave del terror italiano de los años setenta y ochenta. Si bien Lucio tomaba elementos e ideas de otros filmes y autores, era capaz de llevarlos a su terreno y usarlos para dar rienda suelta a sus obsesiones, dotando a su trabajo de idiosincrasia propia. El «poeta de lo macabro» vuelve a transpirar malignidad por los cuatro costados y a crear, ayudado por la necesaria e inquietante banda sonora de Walter Rizzati, un clima desasosegante y de aura irreal como sólo él sabía hacer, siempre fiel a su estética de la descomposición y lo abyecto.


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CRISTO SE PARÓ EN ÉBOLI


Cristo si è Fermato a Eboli 

Italia, Francia, 1979. 150 min. C

Dirección: FRANCESCO ROSI. Guion: Francesco Rosi, Tonino Guerra, Raffaele La Capria (Novela: Carlo Levi). Música: Piero Piccioni. Fotografía: Pasqualino De Santis. Intérpretes: Gian Maria Volonté, Paolo Bonacelli, Alain Cuny, Lea Massari, Irene Papas, François Simon.


«Han pasado muchos años llenos de guerras, eso que solemos llamar Historia. Atrapado por el azar, hasta ahora no he podido cumplir la promesa que hice a mis campesinos de volver con ellos. No se cuándo ni si podré cumplir aquella promesa. Pero, cautivo en una habitación, dentro de un mundo cerrado, siento añoranza de otro mundo cercado por el dolor y las costumbres, ligado a su historia y eternamente paciente. Aferrado a mi tierra, sin consuelo ni dulzura, tengo añoranza de aquella tierra árida, presidida por la muerte»

Carlo Levi


Italia profunda del sur, año 1935. El dictador Benito Mussolini destierra al intelectual, escritor, pintor y médico italo-judío Carlo Levi en Lucania (actual Basilicata), acusado de conspirar contra el régimen fascista. Tras bajar del tren en la estación de Éboli, Levi se adentra en la región hasta llegar a Aliano (a la que llama Gagliano en su libro para imitar la pronunciación local), una aldea de montaña pobre y anclada en el pasado. Pareciendo al principio estar enterrado vivo, poco a poco, casi imperceptiblemente, empieza a interesarse por el lugar y a amar y ayudar a la gente que allí vive, incluso a prestar su trabajo como médico. Finalmente, tras tres años de confinamiento, Carlo Levi regresó a su casa en Turín: llevará muy dentro el recuerdo de Gagliano como experiencia inolvidable.



Cristo si è Fermato a Eboli se basa en la novela autobiográfica y homónima escrita en 1944 por el doctor Carlo Levi (Turín, 1902-Roma, 1975), en la que rememora sus experiencias como desterrado y hace un lúcido análisis de la problemática cuestión del sur de Italia desde aspectos culturales y sociales, y no sólo políticos y económicos. Rodada en los mismos parajes descritos en el libro lo que si cabe concede más veracidad al filme, el guion fue escrito por el reconocido Tonino Guerra (colaborador de Fellini, Antonioni, Tarkovski, Angelopoulos y otros) y supuso la cuarta de las cinco colaboraciones de Rosi con el extraordinario y comprometido Gian Maria Volonté (1933-1994), un actor de innato talento y gran intensidad expresiva, y que aquí, complejo pero contenido, se funde con el alma de Levi.



El director, napolitano, Francesco Rosi, es conocido, especialmente, por su gran influencia en el cine italiano político y de denuncia, una corriente de gran éxito durante los años setenta gracias a Gillo Pontecorvo, Elio Petri, Damiano Damiani y el mismo Rosi. Precisamente, fue él quien inauguró el género en 1962 con la controvertida Salvatore Giuliano, película que narra los inicios del movimiento separatista siciliano. Otros filmes importantes del director fueron Las Manos sobre la Ciudad, El Caso Mattei, Lucky LucianoExcelentísimos Cadáveres, los cuales tratan temas políticos y de corrupción concretos. Por contra, en la posterior Cristo se Paró en Éboli Rosi se muestra poeta también, integrando el paisaje de una forma tan intensa que uno no hubiera podido preverlo vistas sus obras previas, de un tono más seco y donde no se dejaba margen a lo bucólico o a lo elegíaco en su forma de tratar la realidad más sórdida.


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Válida como ejercicio de introspección anímica y moral y recogiendo características del drama social de herencia neorrealista, la película se concibe como un viaje de un hombre a un lugar primitivo y describe al detalle y con mimo sus tradiciones, sabiduría ancestral y temperamento. La intención de Rosi fue realizar un filme antropológico «que ayude a reflexionar y proponga con humildad, pero sin modestia, plantear de nuevo ciertos problemas […] La región no está muy aislada físicamente, pero tal vez exista una marginación aún más cruel en la medida en que el sur de Italia sufrió de forma traumática la llegada de una civilización de consumo sin que llegase acompañada de la evolución paralela de otras formas de vida». Es a través de la mirada sensible y culta de Carlos Levi como Rosi reflexiona sobre la llamada questione meridionale: el choque entre la Italia del Norte, moderna e industrializada, y la del Sur, devorada por el progreso y abandonada de la mano de Dios.



De ritmo sosegado y realzada por la extraña belleza que destilan sus imágenes, la cinta se ayuda de la evocadora fotografía de Pasqualino De Santis, que árida y montañosa nos traslada hasta el ambiente mágico que reinaba en el mundo rural, en la Lucania de los ya lejanos años treinta del siglo XX. La sinfónica y melancólica música de Piero Piccioni, no muy frecuente a lo largo del metraje, otorga la atmósfera adecuada. Con todo, Cristo se Paró en Éboli, de hermoso y metafórico título, es una obra emotiva, nostálgica y poética, además de realista, honesta y didáctica, como es norma en el cine de Francesco Rosi. Una obra maestra, no reconocida como se merece, del cine europeo de los años setenta.


«Mi única pretensión es hacer buen cine, pedagógico, con contenido ético y valor estético. Mi cine es de izquierdas. Me conformo con descubrir qué pasa en la vida cotidiana de mi país, ofrecer al público elementos de concienciación»

Francesco Rosi


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SILENCIO DE UN HOMBRE, EL


Le Samouraï

Francia, Italia, 1967. 105 min. C

Dirección: JEAN-PIERRE MELVILLE. Guión: Jean-Pierre Melville, Georges Pellegrin (Novela: Joan McLeod). Música: François de Roubaix. Fotografía: Henri Decae. Intérpretes: Alain Delon, Nathalie Delon, Caty Rosier, François Périer, Michel Boisrond, Jacques Leroy, Catherine Jourdan, Jean-Pierre Posier.


«La profunda soledad del samurái sólo es comparable a la de un tigre en la selva»

Extraído de Bushido, el libro del Samurái


Jean-Pierre Grumbach (París, 1917-1973), judío de procedencia y unido a la Resistencia francesa durante la II Guerra Mundial, cambió su apellido en homenaje al escritor Herman Melville, el autor de su novela predilecta: Moby Dick. El francés es un director semiolvidado convertido con el tiempo en una referencia gracias al enorme influjo que ha tenido en el policíaco mundial posterior (Paul Schrader, Martin Scorsese, John Woo, Johnnie To). Admirado por todos los cineastas de la Nouvelle Vague, especialmente por Jean-Luc Godard y Claude Chabrol –con quienes participó como actor en Al Final de la Escapada y Landrú, respectivamente–, los críticos de Cahiers du Cinéma lo pusieron como ejemplo de lo que debía ser el Nuevo Cine Francés.

El romántico Melville, un apasionado del cine clásico de gángsters hecho en Hollywood y fiel usuario de su iconografía (sombreros de fieltro, gabardinas con cinturón, femme fatales, clubs nocturnos envueltos en humo), huyó, no obstante, de la mera imitación y aplicó su personal filtro estético y existencial para transformar aquellos tópicos a su conveniencia, reinventando de esa manera el cine negro. Las películas del calificado como «el más americano de los autores franceses», que rodaba con grandes gafas oscuras imitando a los maestros de aquel cine, están enmarcadas en un mundo hermético y desencantado y resultan amargas meditaciones sobre la lealtad, la traición y la camaradería masculina.



El Silencio de un Hombre (El Samurái), con guion a cargo del propio Melville y George Pellegrin y basada en la novela «The Ronin», de Joan McLeod, relata el último día y medio de Jeff Costello, un asesino a sueldo acosado, al mismo tiempo, por la policía (magnífico François Perier como el inspector) y por los hampones que lo han contratado para realizar un encargo. El director de Círculo Rojo convierte un ordinario argumento policíaco en una grave y absorbente radiografía de la soledad extrema, la supervivencia y la adversidad. Es la crónica existencial del fatigado y enjaulado Costello, quien a la manera de un antiguo samurái o una especie de Superhombre de Nietzsche, acaba aceptando su destino fatal –marcado desde el principio– con insólita serenidad y sin renunciar a los códigos de honor.

Uno de los grandes aciertos del filme fue contar con Alain Delon (Sceaux, Altos del Sena, 1935), un rostro habitual del polar (Círculo Rojo, Crónica Negra, Dos Hombres en la Ciudad, A Pleno Sol, etc.) y un icono del cine europeo de la década de los sesenta y setenta. Jeff Costello (cuyo apellido remite al gángster italo-americano Frank Costello) es el mejor personaje de su carrera, quizás junto a Rocco. Delon, del que la cámara está enamorada desde la primera vez que sale en pantalla, es el prototipo del antihéroe melvilliano: un metódico, astuto y efectivo profesional del crimen ataviado con una perenne gabardina y un sombrero a lo Bogart, moralmente ambiguo y parco en palabras, pero dotado de elegancia, atractivo y un profundo sentido del deber y el agradecimiento. La por entonces esposa de Alain Delon, Nathalie Delon, aparece en el filme como una de las dos mujeres que acompañan a Costello (la otra es la sensual pianista de raza negra interpretada por Caty Rosier).


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El 10º largometraje de Melville es la Biblia del policíaco francés, tótem y cumbre estética del polar. Un ejercicio –casi experimento– de austeridad y minuciosidad bressoniana (Melville admiraba Pickpocket y Un Condenado a Muerte se ha Escapado) que rehúye la elipsis y cuya épica pasa por lo más íntimo: deslizarse por los espacios, limpiarse una herida, ponerse un sombrero o robar un coche. El autor poda el lado anecdótico de la historia, emplea diálogos breves y, sin importarle los sentimientos y el pensamiento de los personajes, reconstruye secamente acciones, miradas y gestos –algo que recuerda a La Evasión, la mejor película francesa de la historia según Melville, a través de los cuales crea la tensión dramática. El tempo narrativo alargado, esa forma de contar las cosas nimias y el hecho de que el protagonista sepa más que los espectadores –al menos de inicio– le sirven a Melville para generar incertidumbre y suspense. La extraordinaria fotografía de Henri Decae recoge emplazamientos fóbicos de los suburbios de París y emplea descripciones nocturnas, lluviosas o en penumbra. Definida por Decae como una película de «blanco y negro en color», sus colores adquieren una tonalidad metálica, azulada y grisácea, casi mortecina, que no hacen sino anunciar el tipo de epílogo que encontrará Costello.

El Silencio de un Hombre (excelente título para su edición en España) evidencia la naturaleza trágica del mundo y el ser humano, que sólo parece alcanzar el triunfo con su último gesto: su propia muerte. La llamada poésie du crime simbolizada aquí en todo su esplendor. El policíaco europeo más moderno, inteligente y bello, aunque, paradójicamente, también el más minimalista y simple.


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«Alguien dijo en una ocasión que en una película de Godard, Jeff Costello, tendido sobre la cama de su habitación, habría leído un libro y el espectador vería su cubierta, y en una de Bresson se habría preparado un café con leche. Esto no me interesa. No me gusta ver a mi héroe enfrentarse a lo que podríamos llamar una función orgánica. Quiero sensibilizar al espectador de la intimidad del héroe sin mostrar cómo come en la mesa»

Jean-Pierre Melville


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ARREBATO


Arrebato

España, 1979. 110 min. C

Dirección: IVÁN ZULUETA. Guión: Iván Zulueta. Música: Grupo Negativo. Fotografía: Ángel Luis Fernández. Intérpretes: Eusebio Poncela, Cecilia Roth, Will More, Marta Fernández-Muro, Carmen Giralt, Luis Ciges, Antonio Gasset.


ARREBATO (R.A.E.): Furor, enajenamiento causado por la vehemencia de alguna pasión, y especialmente por la ira. Éxtasis.


Sin descendencia conocida, transgresora y de influencias vanguardistas, de bagaje cultural más visual que literario, Arrebato hace de la reivindicación de la automarginación artística su signo de identidad. Producto único e inequívoco de su época, se estrenó sin apoyo ni repercusión en la Transición. Entonces, ya sin censura y tras el éxito internacional de La Colmena, España privilegiaba filmes de posguerra, enfoque político y cierto academicismo formal. Pero para Iván Zulueta, tal y como refirió el director Jaime Chávarri «el cine no era un instrumento de lucha para la política, sino un instrumento de lucha para la imaginación y para la poesía». Arrebato permaneció en la sombra durante la década de los noventa hasta su reestreno en el año 2002. Actualmente, es la película de culto, por inclasificable, irrepetible y abyecta, más venerada del cine español. Como apunta Ángel F. Santos, el Arrebato de Iván Zulueta es «cine que queda. Es ‘Arrebato’ cine intrincado, insondable en algún punto de su torcido y tumultuoso recorrido. Y es, sobre todo, cine en carne viva, turbador, doloroso y elevado».


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El nacido de familia burguesa Juan Ricardo Miguel Zulueta Vergarajauregui (San Sebastián, 1943-2009), conocido artísticamente como Iván Zulueta (a sus padres le impidieron registrar un nombre ruso), fue cineasta, pintor, fotógrafo de Polaroid, decorador, diseñador de carteles, reconstructor de imágenes y, gracias a Pedro Olea, director del programa televisivo Último Grito (1968-1969). Cultivador de las diabólicas sendas del underground norteamericano, que descubrió durante su estancia en Nueva York, y de abundantes filmaciones en formato doméstico y Súper-8 (algunas de las cuales formarían parte de las películas de Pedro P. en Arrebato), siempre más preocupado en sugerir y crear atmósferas desasosegantes que en narrar o contar historias, el esquinado Iván (que paradójicamente significa «bendecido por Dios», aunque más bien es un juguete roto en sus manos) representa uno de los últimos exponentes de una raza de directores en (desgraciada) vía de extinción. Tal y como refiere Cahiers du Cinema, que su película (ahora) más celebrada, Arrebato, acabara con la cámara de Súper-8 vampirizando a su dueño y que tras filmar esa película no volviera a rodar más, siendo engullido por sus adicciones y el propio celuloide (como José Simargo y Pedro P.), confirma su condición de autor incomprendido y maldito.

Arrebato es el segundo y último largometraje del donostiarra después de rodar la excéntrica y olvidada Un, Dos, Tres… al Escondite Inglés diez años antes. El guion germinal, escrito por él mismo, se basaba en la experiencia de un cineasta que se autofilma mientras duerme (como Pedro P.). Arrebato sólo pretendía ser otro cortometraje en 16 mm tipo Leo es Pardo (1976), donde el director juega con texturas, sonidos y formatos y trata el tema de la dualidad y el desdoblamiento de personalidad, tan recurrente en su obra. Afortunadamente, vistas mayores posibilidades a la ficción, el argumento se enriqueció con nuevas situaciones y personajes y el proyecto se convirtió en largometraje. Cine, heroína y autodestrucción: retrato en bruto del propio mundo de Iván Zulueta. Arrebato es la pieza central de su arte, la crónica anunciada de su muerte. «Es tan evidentemente autobiográfica que no lo es nada», dijo Iván. «Ver ‘Arrebato’ me duele demasiado», admitía sin embargo.


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José Sirgado (el perturbador Eusebio Poncela) es un director de películas de serie B en crisis creativa y personal que vive su rutina consumido por el caballo y los desencuentros amorosos con su mujer fatal y musa, la también yonki Ana Turner (la argentina Cecilia Roth, que se luce parodiando a Betty Boop en un número musical en el que suena la canción I Want You, I Need You, I Love You, compuesta para Elvis Presley). Todo empieza cuando un día recibe de un extraño personaje un misterioso paquete con una bobina de cinta de Súper-8 que refleja su peculiar modus vivendi y un casete que contiene el siguiente mensaje: «Si ocurre lo que imagino, nadie te mandará la última película, tendrás que venir tú a por ella». Él es el adulto-infante Pedro P. (el actor fetiche Will More, álter ego de Iván Zulueta), un freak místico, obstinado narcisista y medio anoréxico con síndrome de Peter Pan (el nombre de Pedro P. es un guiño), inquietante secuaz de filmar en aquel formato y obsesionado en descubrir la verdadera esencia del cine, que según él pronto le devorará. Abducidos por sus adicciones individuales con la figura de Pedro P. como detonante, los tres protagonistas tejerán un microcosmos irritante y de angustia, viéndose arrastrados por un maremagno de premoniciones y abismos hacia un punto límite, probablemente sin retorno.

La dimensión en la que orbita Arrebato se haya rayano lo fantástico o sobrenatural. Nada en ella está del todo claro. La puesta en escena extrañada tan pronto parece reflejar las sensaciones y sueños de los personajes como los acontecimientos reales que están viviendo. Así, el ambiguo y brillante desenlace, que muestra un tomavistas de Súper-8 que cobra vida y la imagen proyectada sobre la pared de un malicioso Pedro ya desaparecido, puede interpretarse como la «vampirización» (por medio del celuloide) de José Simargo –quien ha ocupado (en la cama) el lugar de su amigo y se ha vendado los ojos como si fuera a ser acribillado–, o simplemente como el delirio previo a su muerte por sobredosis. Es Arrebatotan arrogante y terminal como hipnótica y subyugante, un instante oscuro de pesimismo, de inspiración. Una apología del trascender, acaso del suicidio, donde quienes muerden, intoxican y fagocitan no son ya los colmillos de Drácula sino la cámara de Súper-8 y la heroína inyectada. La pasión y el ansia, la enfermedad y la locura. El cine como fascinación, las drogas como medio y la necesidad de conquistar el éxtasis, el arrebato artístico, en el inframundo.


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«En la pared hay un agujero blanco, el espejo. Es una trampa. Sé que voy a dejarme atrapar. Ya está. 
La cosa gris acaba de aparecer en el espejo. Me acerco y la miro; ya no puedo irme»

Jean-Paul Sartre. La Náusea


La complacencia intelectual de Arrebato radica en intentar encontrar las claves y misterios de su universo, que en realidad es el mundo interior de su autor (el universo Zulueta), con sus fobias y sus pasiones, sus paranoias y obsesiones. El filme, asimismo de reminiscencias freudianas, habla de la ruptura de los límites con la realidad y del Cine como un lugar en el que habitar ajeno a lo que nos rodea, del inexorable paso del tiempo y de la pérdida de los sueños de infanciaArrebato es un juego prohibido y subrepticio de degeneración/desintegración personal entregado a esas pulsiones incontroladas de adicción (droga y cine) que tienen los personajes y el propio director. Arrebato es un relato alucinado sin moraleja que reflexiona sobre el poder seductor de la imagen cinematográfica y el «yo» desligado de la carne. Arrebato respira Iván y, mezcla de géneros y tendencias, conecta con las fantasías esquizoides y los mundos paralelos de Maya Deren y David Lynch y con algunos de los postulados de la Nueva Carne introducidos por Cronenberg en la seminal Videodrome (1983). Ya lo decía Godard: «La imagen no pertenece a quien la hace sino a quien la utiliza».

Fría y austera en sus formas, de atmósfera viciada y claustrofóbica, sus imágenes se ven contaminadas por el realismo sucio y la cultura pop art, algo que unido a una narrativa atípica y otros subterfugios del cine (sonorización chirriante, alteración del ritmo, animación de recortes, uso de una voz over diegética) puede causar efectos cuasi-narcóticos, incomodidad o rechazo. Pese a ello, y pese a ser técnicamente limitada y necesariamente imperfecta, en parte debido a su bajo presupuesto, hay algo magistral y complejo en Arrebato –y son las originales y sugerentes ideas (el vampirismo como metáfora audaz, por ejemplo) y la sensación de abstracción que provoca– que la convierte en una obra maestra inaudita. Al excelente trabajo del director de fotografía Ángel Luis Fernández (El Sol del Membrillo, entre muchas), se suma el grupo de punk rock Negativo, de la Movida, aunque se limitó a aportar la canción Ansiedad, que se escucha en las escenas de la noche madrileña. En el filme también suena La Muerte de Sigfrido de Wagner, mientras José Sirgado mira desde su coche los carteles que adornan las fachadas de los cines en la Gran Vía. Arrebato, un testamento tal y como ya parecía en su momento, obtiene del Cine lo que pretende: la imagen viva, la catarsis final, el arrebato definitivo. Merece la pena recordar la emocionada necrológica que Begoña del Teso le dedicó a Iván Zulueta, titulada precisamente «El vampiro»: «El cine para Iván era adicción o, sencillamente, no era. La cámara fue su amante. Y una de sus drogas. No la única. No la más dulce. Sí la más infiel. No sé, creo que no, si el cine español cambió después de ‘Arrebato’, aunque sí que debió hacerlo, porque allí Iván demostró lo que ningún cineasta de raza negará jamás: el cine devora a sus siervos. En un Madrid moderno e irreal, ‘Arrebato’ anunció que por el cine se mata y se muere».  



«Yo me cago en el cine.
Porque en definitiva, no es a mí a quien le gusta el cine, sino al cine a quien le gusto yo»

José Sirgado/Eusebio Poncela


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TOP 65 Cine español


1. EL ESPÍRITU DE LA COLMENA 
Víctor Erice, 1973


2. ARREBATO
Iván Zulueta, 1979

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3. TRÍPTICO ELEMENTAL DE ESPAÑA
José Val del Omar, 1953-1995


4. ELISA, VIDA MÍA
Carlos Saura, 1977


5. DEL ROSA… AL AMARILLO
Manuel Summers, 1963


6. NUNCA PASA NADA
Juan Antonio Bardem, 1963


7. EL SUR
Víctor Erice, 1983

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8. EL EXTRAÑO VIAJE
Fernando Fernán Gómez, 1964

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9. LA CABINA (TV)
Antonio Mercero, 1972. Cortometraje


10. CALLE MAYOR
Juan Antonio Bardem, 1956


11. ¿QUIÉN PUEDE MATAR A UN NIÑO?
Narciso Ibáñez Serrador, 1976


12. EL CEBO 
Ladislao Vajda, 1958


13. VIRIDIANA
Luis Buñuel, 1961

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14. LA CAZA
Carlos Saura, 1966


15. EL VERDUGO 
Luis García Berlanga, 1963


16. LOS PECES ROJOS
José Antonio Nieves Conde, 1955


17. EL COCHECITO
Marco Ferreri, 1960


18. MUERTE DE UN CICLISTA
Juan Antonio Bardem, 1955


19. CIELO NEGRO
Manuel Mur Oti, 1951


20. TREN DE SOMBRAS (EL ESPECTRO DE LE THUIT)
José Luis Guerín, 1997

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21. EL SOL DEL MEMBRILLO
Víctor Erice, 1992. Documental


22. PLÁCIDO
Luis García Berlanga, 1961


23. EL ANACORETA
Juan Estelrich, 1976


24. FURTIVOS
José Luis Borau, 1975

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25. DOCE HOMBRES SIN PIEDAD (TV)
Gustavo Pérez Puig, 1973


26. LOS SANTOS INOCENTES
Mario Camus, 1984


27. CAMPANADAS A MEDIANOCHE
Orson Welles, 1965

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28. LA TÍA TULA
Miguel Picazo, 1964

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29. LA SEMANA DEL ASESINO
Eloy de la Iglesia, 1972


30. MI QUERIDA SEÑORITA
Jaime de Armiñán, 1971


31. TRISTANA
Luis Buñuel, 1970


32. NO PROFANAR EL SUEÑO DE LOS MUERTOS
Jorge Grau, 1974


33. CRÍA CUERVOS 
Carlos Saura, 1976


34. LA VIDA EN UN HILO
Edgar Neville, 1945


35. UNA VELA PARA EL DIABLO
Eugenio Martín, 1973


36. LA ALDEA MALDITA
Florián Rey, 1930. Mediometraje


37. APARTADO DE CORREOS 1001
Julio Salvador, 1950


38. VIDA EN SOMBRAS
Llorenç Llobet-Gràcia, 1949


39. MARÍA ROSA
Armando Moreno, 1965


40. EL TELEVISOR (TV)
Narciso Ibáñez Serrador, 1974


41. ATRACO A LAS TRES
José María Forqué, 1962


42. LA LLAMADA
Javier Setó, 1965


43. BILBAO
Bigas Luna, 1978


44. LA DAMA DEL ALBA
Francisco Rovira Beleta, 1966


45. COSTA DA MORTE
Lois Patiño, 2013. Documental


46. LA CALLE SIN SOL
Rafael Gil, 1948


47. LA PRIMA ANGÉLICA
Carlos Saura, 1973


48. ¡BIENVENIDO, MÍSTER MARSHALL!
Luis García Berlanga, 1953


49. CONDENADOS A VIVIR
Joaquín Luis Romero Marchent, 1972


50. LA TORRE DE LOS SIETE JOROBADOS
Edgar Neville, 1944


51. ANÁLISIS DE SANGRE AZUL
Gabriel Velázquez & Blanca Torres, 2016. Falso documental


52. LOS ESCONDITES
Jesús Yagüe, 1969


53. EN LA CIUDAD DE SYLVIA
José Luis Guerín, 2007


54. EL MUNDO SIGUE
Fernando Fernán Gómez, 1963


45. EL DESENCANTO
Jaime Chávarri, 1976. Documental


56. LA CAMPANA DEL INFIERNO
Claudio Guerín, 1973


57. EL CAMINO
Ana Mariscal, 1963


58. EL CRACK
José Luis Garci, 1981


59. GRITOS EN LA NOCHE
Jesús Franco, 1962


60. LAS CRUELES (aka EL CADÁVER EXQUISITO)
Vicente Aranda, 1969


61. MAÑANA…
José María Nunes, 1957


62. FUNCIÓN DE NOCHE
Josefina Molina, 1981. Docuficción


63. VAMPIR, CUADECUC
Pere Portabella, 1970. Docuficción


64. TRAS EL CRISTAL
Agustí Villaronga, 1986


65. REMANDO AL VIENTO
Gonzalo Suárez, 1988


Mención extra: EL RETORNO DEL HOMBRE LOBO
Paul Naschy, 1980


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GORGONA, LA (LA LEYENDA DE VANDORF)


The Gorgon

Reino Unido, 1964. 83 min. C

Dirección: TERENCE FISHER (Hammer Film Productions). Guión: John Gilling (Historia: J. Llewellyn Devine). Música: James Bernard. Fotografía: Michael Reed. Intérpretes: Peter Cushing, Christopher Lee, Richard Pasco, Barbara Shelley, Prudence Hyman, Michael Goodliffe, Patrick Troughton, Joseph O’Conor, Jack Watson.


«Debe haber alguna explicación posible. Puede ser que en el pasado. Algún acontecimiento terrible del cual no se habla. Para la gente de Vandorf, aquella cosa, cualquiera que sea, es real. Pero es algo que nunca nombran. No se atreven, tienen miedo. Quieren creer que no existió, porque el solo reconocimiento de sus existencia aumenta sus temores»

Profesor Heitz/Michael Goddliffe


El gourmet británico Terence Fisher (Londres, 1904-1980) fue uno de los más influyentes directores de cine de terror de la segunda mitad del siglo XX (seguramente el más importante, tanto por cantidad como por calidad, junto a Mario Bava) y el primero en realizar películas en Technicolor. La figura más icónica de la Hammer, después de haber resucitado los monstruos clásicos de la Universal (Frankenstein, Drácula, La Momia, El Hombre Lobo, El Fantasma de la Ópera), arroja ahora, en La Gorgona, la mitología de la Antigüedad helénica a los distinguidos ambientes góticos del british horror.

Se trata del mito griego de las gorgonas; literalmente, «las horrendas». Nacidas de la unión de los dioses marinos Forcis y Ceto, habitaban en las Hespérides, más allá del Océano, y su destino era proteger a los Titanes. Eran tres hermanas: Esteno, Euríale y Medusa, inmortales las dos primeras y mortal y vinculada a la leyenda de Perseo la tercera. Estaban provistas de manos de cobre, dientes de jabalí y cabellos erizados de serpientes vivas. Eran muy poderosas y sus ojos convertían en piedra a todo aquel que se atreviera a mirarlas directamente.


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La Gorgona se ubica en el imaginario pueblo de Vandorf, allende los profundos bosques centroeuropeos de principios del siglo XX, donde se vienen cometiendo una serie de asesinatos en los que las víctimas aparecen convertidas en figuras de piedra. El filme está protagonizado por el colosal binomio de la productora del martillo. Peter Cushing es el claroscuro e impúdico doctor Namaroff, próximo al barón Frankenstein y cabecilla de la omertà que impera en Vandorf. Por su parte, Christopher Lee es el extravagante profesor Karl Meister, una especie de Sherlock Holmes científico de Leipzig que debe resolver las misteriosas muertes. Además de como una fábula de terror clásico, la película puede ser vista como una historia de amor imposible, de sacrificio y cercano al fou de dos hombres (el Dr. Namaroff y el joven Paul) por una mujer.

La venerada pelirroja Barbara Shelley la mejor actriz que ha pisado la Hammerinterpreta a Carla Hoffman, la «protegida» del Dr. Namaroff, una bella muchacha de aspecto frágil y mirada triste que está poseída por el espíritu de la (inventada) gorgona Megara, cual diosa infernal del castigo, encarnada por Prudence Hyman (de quien se dice que fue casi decapitada de verdad, por un descuido de Lee al desenvainar la espada en una escena, siendo ésta rehecha con un maniquí). Fisher, emparentando La Gorgona con La Caída de la Casa Usher al narrar la extinción del último descendiente de una estirpe, convierte la mortífera cualidad de la criatura, condenada a habitar las ruinas del Castillo Borski y a vagar por el bosque en busca de sus víctimas, en una hermosa y poética herida de amor. Al mismo tiempo, el director vuelve a plantear la lucha entre el Bien y el Mal y la idea de la amenaza extraña y sobrenatural como turbadora de la plácida existencia de una sociedad conservadora y mezquina, en la que nadie sabe pero todos temen.


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El fantástico guión, que parte de una historia original de J. Llewellyn Devine, corre a cargo del prolífico John Gilling (director del díptico La Plaga de los Zombies y El Reptil, ambas de 1966). Terence Fisher impregna la película del más desesperado romanticismo fantástico siguiendo la tradición literaria europea del siglo XIX y traza un misterio de naturaleza ambivalente, tan seductora como destructiva y tan bella como monstruosa. En el aspecto formal, dejando al margen el personal talento narrativo de Fisher, La Gorgona destaca por el excelente tratamiento del espacio y la elegante puesta en escena, enfatizados por el empleo del atrezzo victoriano y los decorados tétricos. La atmósfera, entre onírica y melancólica, se apoya en la fotografía de Michael Reed, especialmente en el magistral uso que hace de los colores, y en la partitura de James Bernard, la cual combina la voz soprano con un pequeño instrumento poco conocido llamado Novachord.

Inédita en España durante muchos años y editada finalmente con el título La Leyenda de Vandorf  (antes había sido emitida por TV como La Medusa y estrenada en cines de forma limitada como La Gorgona), es una de las películas más conseguidas y exóticas del siempre refinado Terence Fisher, un autor poco reconocido para lo que se merece, probablemente por haberse dedicado específicamente al cine de terror. En definitiva, una joya olvidada de la emblemática Hammer Film Productions y del gótico europeo que cuenta a su favor con dos poderosos baluartes: presentar una de las más fascinantes criaturas femeninas del cine de terror y tener el honor de ser una de las historias más románticas y trágicas del género.


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«El ser humano se siente atraído por el Mal. Siempre he querido, en el marco de las películas que he rodado, subrayar el conflicto entre los poderes del Bien y los poderes del Mal»

Terence Fisher