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4 MESES, 3 SEMANAS, 2 DÍAS


4 Luni, 3 Saptamini si 2 Zile

Rumanía, Bélgica, 2007. 113 min. C

Dirección: CHRISTIAN MUNGIU. Guión: Christian Mungiu. Música: No tiene. Fotografía: Oleg Mutu. Intérpretes: Anamaria Marinca, Vlad Ivanov, Laura Vasiliu, Alexandru Potocean.


«Buscamos un estilo simple, una manera directa de filmar, un cierto tipo de realismo. La vida es nuestra inspiración, no otras películas o libros. Hay un compromiso para no buscar que el espectador se sienta mejor, no explicamos las cosas para hacerlas más fáciles, no damos la información ‘básica’ al principio del filme. Hay muchas elipsis. Queremos generar un diálogo con el público, no manipularlo»

(Christian Mungiu)


En el fondo, 4 Meses, 3 Semanas, 2 Días es una radiografía soterrada de una época, la de la opresión y del miedo, la de una sociedad anestesiada y con la censura vigilante. Christian Mungiu, director y guionista, muestra una Rumanía decrépita e inhumana, oscura y sin salida en los últimos estertores de la dictadura de Ceacescu. La turbia atmósfera sabe de la misma sumisa impotencia que el cine mostró en títulos como Saló o los 120 días de Sodoma. Es la historia íntima de perra vida de Otilia (Anamaria Marinca) y Găbiţa (Laura Vasiliu), dos amigas universitarias que en la Bucarest de 1987 se ven inmersas a lo largo de una jornada inolvidable en el amargo trance de conseguir que la segunda aborte un hijo no deseado con la ayuda vejatoria de un abortista clandestino de nombre Sr. Bebe (Vlad Ivanov). Otilia se encargará de reservar una habitación en un hotel barato para llevar a cabo ese cometido y acompañará a su amiga durante el proceso, aún más duro y desolador de lo que habían imaginado.


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La prohibición del aborto en Rumanía desde 1966 llevó a la muerte a más de medio millón de mujeres en veinte años. El segundo largometraje de Mungiu, cuyo título da la edad exacta del feto en el momento de su muerte, no es una película abortista ni antiabortista, sino una que expone la cruda realidad y denuncia, sin cortapisas morales, la inhumanidad de su clandestinidad y la indefensión en la que quedan las mujeres que deciden abortar de esa forma, siendo labor de cada espectador sacar sus propias conclusiones. Premiada con la Palma de Oro en el Festival de Cannes, 4 Meses, 3 Semanas, 2 Días es la primera entrega de una serie llamada «Relatos de la Edad de Oro«, proyecto englobado en la Nueva Ola rumana, cuyas películas enseñan la cara sucia de Rumanía unidas por un estilo austero y realista que sigue la senda de la deprimente La Muerte del Señor Lazarescu (Cristi Puiu, 2005).

4 Meses, 3 Semanas, 2 Días es un filme adulto, descarnado, seco, polémico y lúcido, aunque sin gratuidad ni concesión a la obscenidad o al morbo. Su narrador no tiene sentimientos, es insensible e implacable, como el mundo en el que vivimos. Mungiu, decantándose por la elipsis, se centra en el sufrimiento de las protagonistas y las repercusiones de los actos que no muestra, a excepción de una sola escena: cuando el director, dejando de lado su imparcialidad y buscando impactar al espectador, toma partido por el más débil e inocente y baja la cámara para mostrarnos aquello que el espectador no quiere ver. 


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4 Luni, 3 Saptamini si 2 Zile es cine del nuevo milenio con maneras de Michael Haneke, gélido y de tono casi documental, cuya sola caligrafía es capaz de transmitir incomodidad y desasosiego. Es la realidad objetiva del teórico André Bazin registrada en toda su crudeza mediante unos largos planos-secuencia robados a la intimidad y vergüenza de la condición del ser humano. Planos que respiran por sí mismos, que emanan Verdad, que resquebrajan el ánimo y perturban la mente. La película posee un guión escueto y directo, está narrada prácticamente en tiempo real, emplea parcialmente la cámara en mano y está provista de una puesta en escena abstemia y claustrofóbica. Las dos actrices protagonistas (Anamaria Marinca y Laura Vasiliu) están extraordinarias y hacen gala de una naturalidad escalofriante a la hora de interpretar sus papeles. En palabras Francisco Marinero: «Mungiu ha escrito y puesto en escena el antimelodrama por excelencia: un drama sin música, que evita los recursos emotivos y se ciñe a los descriptivos». Lo de Christian Mungiu es cirugía cinematográfica. Al final lo que queda es puro terror cotidiano, el más insoportable y monstruoso de todos.


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 «En esta época solo importa sobrevivir»

(Christian Mungiu)


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TOP 10 Roman Polanski


ROMAN POLANSKI (París, Francia, 1933)
Director, productor, guionista y actor polaco. Explorador de los espacios cerrados, la paranoia y las situaciones voyeuristas


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 «Nunca he hecho una película que me haya satisfecho completamente»

Roman Polanski


1. EL QUIMÉRICO INQUILINO
Le Locataire (FRA, 1976)

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2. LA SEMILLA DEL DIABLO
Rosemary’s Baby (EEUU, 1968)

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3. EL CUCHILLO EN EL AGUA
Nóz W. Wodzie (POL, 1962)

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4. REPULSIÓN
Repulsion (GB, 1965)

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5. CHINATOWN 
Chinatown (EEUU, 1974)


6. LUNAS DE HIEL
Bitter Moon (FRA, 1992)

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7. EL PIANISTA
The Pianist (GB, 2002)

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8. CALLEJÓN SIN SALIDA
Cul-de-Sac (GB, 1966)

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9. EL ESCRITOR
The Ghost Writer (FRA, 2010)


10. UN DIOS SALVAJE
Carnage (FRA, 2011)

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 Mención extra: EL BAILE DE LOS VAMPIROS
Dance of the Vampires (GB, 1967)

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INCREÍBLE HOMBRE MENGUANTE, EL


The Incredible Shrinking Man

Estados Unidos, 1957. 81 min. B/N

Dirección: JACK ARNOLD. Guión: Richard Matheson (Novela: Richard Matheson). Música: Joseph Gershenson. Fotografía: Ellis W. Carter. Intérpretes: Grant Williams, Randy Stuart, April Kent, Paul Langton, Raymond Bailey, William Schallert, Billy Curtis.


«Para Dios no existe el cero»

Scott Carey/Grant Williams


El Increíble Hombre Menguante se presenta como un ejercicio de ingenio del cine de serie B y una de las obras cumbre del género de ciencia ficción. Enmarcada en su Edad de Oro de los años cincuenta, plantea asuntos mucho más elevados que el anticomunismo soterrado de la mayoría de sus películas, abordando temas como la conjunción del todo con la nada, el posicionamiento del ser humano en el complejo universo y su capacidad para la adaptación y la supervivencia.

El filme es una adictiva y entrañable «miniatura» dirigida por el fundamental estadounidense Jack Arnold (1916-1992), a partir del guión novelado del imprescindible escritor Richard Matheson. El artesano J. Arnold, que realizó para la Universal Pictures títulos tan míticos como Vinieron del Espacio (1953), La Mujer y el Monstruo (1954) y Tarántula (1955), acabó abandonando la gran pantalla para dedicarse al mundo de la televisión, un formato en el que rodaría alrededor de doscientos capítulos de diferentes series.


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Expuesto a una extraña nube radioactiva mientras disfruta de un plácido día a bordo de un yate, Scott Carey (Grant Williams) empieza a menguar gradualmente. La primera mitad de El Increíble Hombre Menguante retrata el trance inicial del héroe y los primeros avances de su enfermedad, a la vez que describe irónicamente la vida de la clase media americana. Es en la segunda mitad, ya con Scott más pequeño que el tacón de un zapato, cuando muta en una apasionante y poética aventura de ciencia ficción con tintes kafkianos, haciéndose ineludible no pensar en «La Metamorfosis».

El hombre encogido desciende a un mundo desconocido y hostil de objetos claustrofóbicos, ubicado en el sótano de su confortable hogar, de repente convertido en una suerte de paisaje lunar por explorar. El imprevisto astronauta, a la manera de un moderno Cristóbal Colón y rodeado de interrogantes metafísicos sobre la propia esencia del individuo, intenta sobrevivir con audacia a los antes diminutos e inofensivos elementos cotidianos, ahora monstruosas amenazas que aguardan en la sombra (gato, araña, gotas de agua). La fuerza de El Increíble Hombre Menguante, que también incluye un excelente solo de trompeta de Ray Anthony durante los créditos iniciales, reside en la sucesión de secuencias de trucajes fotográficos y en el fértil y preciso uso que hace de los objetos y la arquitectura doméstica (escaleras, cajones, cajas de cerillas, latas pintadas), de todo lo cual continúa vanagloriándose después de casi seis décadas de su realización.


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El Increíble Hombre Menguante es una película rotundamente física y cósmica que escarba la angustia vital con inusitada mordacidad psicológica y en la que los tamaños, perspectivas y proporciones alcanzan variaciones inauditas. Ya lo decía Jean Epstein: «Nunca antes del cinematógrafo, nuestra imaginación había sido llevada a un ejercicio tan acrobático de la representación figurativa. En la pantalla, el ojo puede ser más grande que la cabeza y, en el instante siguiente, el hombre más pequeño que una hormiga». Scott Carey es un hombre universal radioactivo que pervierte el orden natural de las cosas. Y es que su odisea existencial es una lección sobre la propensión indestructible de la humanidad a creerse la medida de todas las cosas. El monólogo final es de lo más lírico y fascinante que ha dado la ciencia ficción. Es Scott reducido a una partícula microscópica, levantando la vista al cielo y con su voz en off concluyendo:

«Yo continuaba menguando, convirtiéndome… ¿En qué? ¿Lo infinitesimal? ¿Qué era yo? ¿Aún un ser humano? ¿O era yo el hombre del futuro? Si hubiera otros despliegues de radiación, otras nubes yendo a la deriva por mares y continentes, ¿podrían otros seres seguirme hacia este vasto Nuevo Mundo? Tan cerca lo infinitesimal y lo infinito. Mas repentinamente, yo sabía que había en realidad dos fines para el mismo concepto. Lo increíblemente pequeño y lo increíblemente vasto eventualmente se encuentran: como el cierre de un gigantesco círculo. Miré hacia las alturas, como si de algún modo pudiera aprehender los cielos. El universo, mundos más allá de su enumeración, el tapiz plateado de Dios se esparce por la noche. Y en ese instante supe la respuesta al enigma del infinito. Yo había pensado en términos de la limitada dimensión del propio hombre. Yo había sido arrogante hacia la Naturaleza. Que la existencia comienza y finaliza es una concepción humana, no de la Naturaleza. Y sentí mi cuerpo menguando, fundiéndose, convirtiéndose en nada. Mis miedos me desbordaron. Y en su lugar llegó la aceptación. Toda esta vasta majestuosidad de creación debía significar algo. Y entonces comprendí algo, también. Sí, más pequeño que lo ínfimo, comprendí algo. Para Dios, no existe la nada. ¡EXISTO!»


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 «La normalidad es un concepto mayoritario. Norma de muchos, no de un solo hombre»

Richard Matheson


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THRILLER. A CRUEL PICTURE


Thriller – En Grym Film

Suecia, 1973. 104 min. C

Dirección: BO ARNE VIBENIUS. Guión: Bo Arne Vibenius. Música: Ralph Lundsten. Fotografía: Andreas Bellis. Intérpretes: Christina Lindberg, Heinz Hopf, Despina Tomazani, Per-Axel Arosenius, Solveig Andersson, Björn Kristiansson, Marie-Louise Mannervall, Hildur Lindberg, Stig Lokrantz, Olle Nordlander, Marshall McDough, Gunnar Palm.


«Lo único que se necesita para hacer una película es una mujer y una pistola»

Jean-Luc Godard


El sueco Bo Arne Vibenius, aun con sólo tres largometrajes de juventud, ha dejado tras de sí una honda impronta de anomalía extrema. Se desvirgó en el cine como asistente de realización en Persona y director de segunda unidad en La Hora del Lobo, ambas de Ingmar Bergman. En 1969 dirigió su primera película, Hur Marie Träffade Fredrik, una fantasía con niños, animales y sheriffs crepusculares. Su tercera y última, firmada como Stan Kowalski, fue la nauseabunda y devastadora, abiertamente pornográfica, Breaking Point (1975), la cual presenta a un gris oficinista misógino y esquizoide capaz de inseminar el café de su compañera de trabajo.

Entre ambos filmes, con el sobrenombre de Alex Fridolinski, realizó Thriller-En Grym Film, conocida internacionalmente como Thriller. A Cruel Picture  (a.k.a. Thriller: They Call Her One Eye, y en España como Desenlace Mortal). Título fundamental del cinéma bis europeo inscrito en la modalidad del rape & revenge setentero. Mezcla rara de arte y ensayo y exploitation en su conjugación más abyecta, bizarra, perversa y amoral. Una película prohibida y censurada durante décadas por su violencia desbocada y sexo explícito, por su palpitante incorrección política y su rugiente transgresión social y cultural.


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Thriller. A Cruel Picture es el relato sobre la pérdida de la inocencia de una chica, su proceso de vejación y su reparadora revancha final. En una Suecia fría y otoñal, Frigga, de sólo 7 años, es violada por un viejo baboso y queda muda de por vida como consecuencia del trauma. Quince años después es secuestrada por el proxeneta Tony (Heinz Hopz), quien la hace adicta a la heroína mediante inyecciones sistemáticas y la obliga a prostituirse. La ya transformada en Madeleine (Christina Lindberg), con un ojo vaciado (cuya extracción está rodada en primer plano y rodada con un cadáver real) como escarmiento por intentar huir, entra en una iglesia y decide su salvaje venganza tras aprender a conducir y disparar y convertirse en experta karateka.

La ebúrnea de cuerpo menudo Christina Lindberg, Penthouse pet en 1970 con 20 años recién cumplidos y musa de erotómanos durante esa década, encarna a Madeleine, convertida en un icono inapelable con su ominoso parche en el ojo, su cara de niña, sus pezones erguidos y su mirada de odio empuñando un Mauser de cañones recortados. Contenida, metódica y de sadismo glacial, retorcido ángel de la venganza ataviado de forma cercana al western con larga gabardina de cuero negro, su personaje fue reinventado por Tarantino quien calificó la película de Bo Arne Vibenius como «la de venganza más dura jamás hecha»–  para Kill Bill.


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De violencia hiperestética y psicotrónica escenografía, con el uso del ralentí en las escenas de acción a lo Sam Peckinpah y una versión que incluye insertos aleatorios de ingrato sexo vintage, Thriller. A Cruel Picture se construye lenta y formal, con un lenguaje narrativo que remite a la Nouvelle Vague, con pocos movimientos de cámara y un singular tratamiento del encuadre. La apagada fotografía de Andreas Bellis, las distorsiones electrónicas del pionero Ralph Lundsten y la seca naturalidad con que se muestran los hechos enfatizan la sensación de pesadilla inquinosa y sofocante, trágica odisea para Madeleine de todo punto nihilista y desesperanzada.

Thriller. A Cruel Picture (1973) del sueco insano Bo Arne Vibenius es la cinta más violenta y pornográfica de su época. Inexorable obra maestra del cine sleazy más provocador, áspero y duro, ha conseguido alcanzar, por méritos propios, estatus de culto.


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DESIERTO ROJO, EL


Il Deserto Rosso

Italia, Francia, 1964. 117 min. C

Dirección: MICHELANGELO ANTONIONI. Guion: Tonino Guerra, Michelangelo Antonioni. Música: Giovanni Fusco, Vittorio Gelmetti. Fotografía: Carlo Di Palma. Intérpretes: Monica Vitti, Richard Harris, Aldo Grotti, Carlo Chionetti, Rita Renoir, Xenia Valderi.


«Un autore non può che essere un straneo in una terra ostile»

Pier P. Pasolini


El cineasta italiano Michelangelo Antonioni (Ferrara, 1912-Roma, 2007), como el francés Jean-Luc Godard, fue un superviviente de una época, aquella en la que en el cine todavía se podía conjugar la experimentación entusiasta con la palabra pensada. Antonioni, pese a quien pese, es un autor fundamental en la evolución del cine europeo del siglo XX, en el que su Neorrealismo inicial fue modelándose y enriqueciéndose con el estudio de otras clases sociales, en especial de la alienada burguesía. En su inicios descrito por él mismo como «marxista intelectual» y ayudante de directores tan importantes como Roberto Rossellini y Federico Fellini, Antonioni pronto entabló un diálogo radical con las formas estéticas, pudiéndose leer sus guiones como si fueran valiosas piezas literarias.

Después de La Aventura, La Noche y El Eclipse, Antonioni realizó El Desierto Rojo, su décima película y primera en color, para algunos el declive inicial de su prestigio. Estos cuatro títulos componen su grupo de filmes dedicados a la geografía sentimental, la incomunicación y las mutaciones del hombre contemporáneo. Según el director: «Desde su nacimiento, el hombre se encuentra abrumado por un bagaje de sentimientos. No digo que sean viejos o caducos, sino inadecuados, que le condicionan sin ayudarle. Los sentimientos no son falsos ni justos, mudan mientras las palabras permanecen. El conflicto surge porque, en el ser humano, no se transforman al mismo tiempo ni de la misma manera, no son duraderos y carecen de leyes. Son frágiles, insidiosos, reversibles».



El Desierto Rojo es una película única por su riqueza caligráfica y de imagen, especialmente por el uso expresivo y alegórico que hace del color (algo que tiene en común, por ejemplo, con Gritos y Susurros). Antonioni reinventa el lenguaje y el significado de los colores sin limitarse a fotografiar los de la naturaleza. En palabras de Matisse: «Para un mismo objeto no existe un color fijo. Los azules no son siempre el cielo ni los verdes siempre árboles». El filme se mueve en el interior de los personajes pero centra su mirada en lo exterior de una realidad modificada, no solo por el color, sino también por los encuadres atípicos y las formas geométricas. Los colores, excepto el efímero rojo brillante de la escena de la cabaña, resultan fríos y de tonalidad hospitalaria y, en cualquier caso, definen los cambios emocionales de los personajes y principalmente de la mujer. Como decía M. Vargas Llosa: «El arte no es la vida, es ‘otra’ vida, recreada y esencialmente distinta de aquella en que estamos inmersos».

El maestro de Ferrara, aficionado desde siempre a la pintura, plantea el conflicto tanto en el plano psicológico como plástico, tanto en el fenomenológico como en el existencial: «Tú te preguntas qué has de mirar, yo me pregunto cómo hay que vivir; en el fondo es lo mismo», le dice Corrado a Giuliana. Antonioni compone un universo industrial que contamina la neurosis de los personajes, figuras inanes que quedan relegadas al fondo del cuadro. El nutrido pictorialismo self-conscious de El Desierto Rojo puede recordar a múltiples y diferentes pintores, desde la paleta de Matisse, el expresionismo abstracto de Rothko y el informalismo objetual de Burri y Morandi, hasta las pinturas metafísicas de Giorgio de Chirico y de Piero della Francesca, el pintor del silencio y la quietud.



El Desierto Rojo es cine hermético y denso, de mirada pausada y netamente autoral. Il regista della donna construye un episodio en la vida de la burguesa Giuliana (de nuevo la actriz Monica Vitti, por entonces pareja y musa de Antonioni). De aspecto lánguido y con mueca de hastío, Giuliana, que también tiene un hijo paralítico de cuatro años (Valerio Bartoleschi) y está convaleciente de una crisis anímica producida después de sufrir un grave accidente de circulación, quedará atrapada entre dos hombres: su marido Ugo (Carlo Chionetti), ingeniero electrónico de una factoría industrial, y el forastero seductor e ingeniero de minas Corrado (Richard Harris), con quien la mujer cree poder encontrar una salida a su inestabilidad emocional.

La trama se desarrolla en el extrarradio de la portuaria e invernal ciudad italiana de Rávena, donde Michelangelo Antonioni se sirve de un paisaje de fábricas alienante, gris y fétido, una suerte de campo de concentración desolado donde se destruyen conciencias. Porque en El Desierto Rojo, el mundo cotidiano se ha convertido en un bosque de hierro y está enfermo; el agua y la tierra, elementos imprescindibles del proceso productivo, están envenenadas; los tubos de acero y conducciones, nuevas arterias de la modernidad, están oxidados y resultan amenazadores. Todo está muerto o deshumanizado, como sus personajes y relaciones humanas, siempre frívolas y carentes de empatía o calidez.


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Y en medio está la insatisfecha Giuliana, incapacitada para mantener un contacto normal con su entorno: «Hay algo terrible en la realidad y no sé qué es». Una mujer que representa la salud intuitiva y natural, pero que deambula traumatizada; que quiere reaccionar y buscar amor y respuestas, pero sólo encuentra sexo; que su mayor miedo es tener miedo; y que no puede hallar libertad ni sentir la vida. Es la mirada de Giuliana la de la cámara del Antonioni pintor y escultor, más arquitecto en La Aventura, La Noche y El Eclipse. Ella descubre el simulacro de la ficción burguesa y contempla aquel mundo en descomposición a través del deseo regenerador y el dolor. Es Giuliana mártir de su propia obsesión y un ser-para-la-muerte, alguien marcado por la conciencia de finitud.

El Desierto Rojo se erige, de esa forma, en un ensayo entre poético y filosófico sobre el vacío existencial, la tristeza interior, la desnaturalización del mundo y la complejidad e inserción de la mujer en la sociedad moderna. Según Antonioni: «Esta vez no se trata de una película sobre sentimientos. La neurosis que he querido describir tiene que ver sobre todo con la cuestión de la adaptación. Lo que provoca la crisis del personaje es la diferencia incurable, el desfase entre su sensibilidad, su inteligencia, su psicología y el ritmo que se le impone. Es una crisis que no afecta sólo a las relaciones epidérmicas con el mundo, la percepción de los ruidos, de los colores, de la frialdad de las personas que la rodean, sino todo su sistema de valores (educación, moral, religión) ya superados que no sirven para sostenerla. Ha de renovarse completamente como mujer. La película es, en cierto sentido, la historia de este trabajo».



«La madre ha de contarle una historia al hijo, pero él ya conoce todas las que ella sabe. Por lo tanto, ha de inventar una. Considerando la psicología de Giuliana, me parece natural que para ella esa historia se convierta -inconscientemente- en una evasión de la realidad que la rodea, una fuga hacia un mundo en el que los colores son los de la naturaleza. El mar es azul, la arena rosa. Incluso los colores asumen una forma humana, la abrazan y cantan dulcemente»

Michelangelo Antonioni. Para mí, hacer una película es vivir, 1994


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La Nueva Carne y sus manifestaciones artísticas


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«Considerar obsoleto el cuerpo en la forma y en la función podría parecer el colmo de la bestialidad tecnológica, pero también podría convertirse en la mayor realización humana. Porque sólo cuando el cuerpo es consciente de su propia condición, puede planificar sus propias estrategias post-evolutivas. No se trata ya de perpetuar la especie humana mediante la reproducción, sino de perfeccionar al individuo mediante la reproyección. Lo más significativo no es la relación macho-hembra, sino el interfaz hombre-máquina. El cuerpo está obsoleto. Estamos al final de la filosofía y de la fisiología humana. En pensamiento humano corresponde al pasado humano»

(Sterlac)


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Sterlac, máximo exponente del body-art cibernético


En la historia de la civilización siempre ha estado presente la obsesión del hombre por el perfeccionamiento humano, el desesperado intento por trascender a la condición animal, dejando a un lado el desarrollo de la mente y centrándose en el cuerpo. De las grotescas representaciones de venus prehistóricas hasta los increíbles descubrimientos en biotecnología más recientes, la energía de la especie se ha volcado en el inexorable mandato genético que nos impulsa hacia la transformación del cuerpo, hacia la creación de una carne nueva. Fenomenología de la Percepción (1945), obra del filósofo francés Maurice Merleau-Ponty, ya hablaba de la importancia del cuerpo dentro de la idea del mundo, concluyendo que somos «conciencia encarnada».

El dualismo cuerpo-alma es una cuestión pendiente en la filosofía antropológica: mientras Platón y Descartes concebían cuerpo y alma como entidades separadas e independientes, Nietzsche y el más reciente Pedro L. Entralgo rompían con esa tradición, decantándose por el cuerpo como centro de gravedad del hombre dentro del sistema de su existencia. Por un lado, la visión judeocristiana de que el cuerpo no es más que un receptáculo (caduco) del alma; por el otro, la de la ciencia, en la que el hombre se puede mejorar a sí mismo y sus condiciones de vida a través del conocimiento científico y sus aplicaciones. Cuerpo y alma/mente, objeto de discusión in eternum. La novela Frankenstein o el Moderno Prometeo (1818), de Mary Shelley, que narra la historia de un científico que crea una grotesca criatura, es un ejemplo del castigo que recibe el hombre por querer tomar el papel de Dios.


«Muchas de las cimas del pensamiento filosófico giran alrededor de la dualidad imposible del cerebro y el cuerpo. La base del terror, y lo difícil de la vida en general, es que no podemos comprender cómo podemos morir. ¿Por qué debería morir un cerebro sano, sólo porque el cuerpo no está sano? ¿Cómo es posible que un hombre muera siendo un despojo físico, mientras que su cerebro conserva una absoluta agudeza y claridad?»

(David Cronenberg)


Anatomia y Alma - Michael Reedy

De Mychael Reedy, dibujante de la anatomía humana y el alma


Superada la mórbida fascinación victoriana por la carne deforme y tumefacta de los freaks, en la que pesa más la hubris frankensteiniana que el utopismo, la Nueva Carne de los 80, la Nueva Carne post-Cronenberg y la de otros artistas fin de siècle, se erige como una monstruosidad que reniega del folclore y la mitología, de la moralidad y la lógica. La Nueva Carne, que palpita bajo conceptos y formas de expresión paradójicos, hace que el infierno sea algo físico, no imaginado, y que topemos con la expresión moderna de uno de los terrores que desde siempre anidan en el alma humana: la pérdida de la identidad física y psíquica y el miedo por la propia carne. Miedos viejos bajo envoltorios nuevos. En el imaginario posmoderno de finales del siglo XX se advierte la existencia de una corriente filosófica/cultural/estética (que afecta a cine, pintura, escultura, literatura, fotografía, arte corporal y performativo) para la que el cuerpo (carne sufriente, inestable, objeto de manipulación genética y sujeto de cambios inquietantes) deja de estar sometido al canon clásico, que implica autonomía y separación. Es una toma de postura frente a lo natural. Se trata de re-crear (liberar de sus ataduras morales) la carne, de mutar nuestro cuerpo a imagen y semejanza de nuestros deseos. En determinadas creaciones artísticas (la carne) se une a lo inorgánico por medio de tecnología que le pone en comunicación con un mundo interior y exterior sin límites y que sería capaz, a la larga, de hacerlo inmortal y crear una cosa nueva de sexualidad neutra.

La Nueva Carne, metamorfoseante, fetichista y condenatoria, subversiva o neutra, designa un fenómeno de naturaleza mixta y voluble, pues la inherente y necesaria mutación posibilita la existencia de un ente híbrido en el que pueden combinarse simbióticamente pares de categorías opuestas: yo/otro; mente/cuerpo; masculino/femenino; natural/artificial; vivo/inerte; realidad/apariencia. El concepto «nueva» implica la insatisfacción con nuestra «carne» actual. La Nueva Carne podría representar el estado (somático-espiritual) final superior (o alternativo cuanto menos) tras un proceso evolutivo: el Nuevo Ser Humano, una nueva conciencia. Sin embargo, su polivalencia y ambigüedad interpretativa impide cualquier tipo de generalización teórica y definición hermenéutica más o menos consensuada. Algo que, sin lugar a dudas, enriquece el propio concepto.


«La versión más accesible de la Nueva Carne sería una transformación física del significado de la existencia humana. Ciertamente esto ha llevado las transformaciones al plano psicológico desde el principio de la raza humana. De hecho, nos hemos transformado también de manera física. Somos físicamente diferentes de nuestros ancestros, en parte a causa de lo que ingerimos y en parte a causa de objetos como las gafas, la cirugía, etc. Podríamos sin embargo franquear un paso suplementario; se podría hacer brotar otro brazo, intercambiar órganos sexuales o procrear sin órganos sexuales per se. Hablo de la posibilidad de que los seres humanos sean capaces de mutar a voluntad, aunque les lleve cinco años completar esa mutación»

(David Cronenberg)


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David Cronenberg


El término «Nueva Carne» (no el concepto, que ya existía) procede en última instancia del cineasta David Cronenberg (Toronto, 1943), también guionista, actor y escritor. El canadiense, nacido en el seno de una familia culta y amante de las artes, la ciencia y graduado de la carrera de Literatura, ha citado a William S. Burroughs y a Vladimir Nabokov como algunas de sus influencias. En su película Videodrome, realizada en 1983, se nombra por primera vez la Nueva Carne: «Y ahora que eres el mundo del vídeo hecho carne, ya sabes lo que debes hacer. Oponerte a Videodrome. Usarás las armas que te han dado para destruirles. Muerte a Videodrome. ¡Larga vida a la Nueva Carne!» (Bianca O’Blivion/Sonja Smits). En Cronenberg, un género en sí mismo (es el género fantástico el que adopta a Cronenberg y no al revés), lo reprimido que regresa para producirnos extrañeza y desasosiego no viene ya de las sombras ni de la animación de lo inorgánico o muerto, a la manera expresionista (Golem, Frankenstein, Alraune, Futura), sino del propio cuerpo viviente, de su misteriosa e insidiosa manera de traicionar, de expresarse obscenamente y de sufrir invasiones víricas y mutaciones incontrolables.

«El rey del terror venéreo» (el de su primera y quizás segunda etapa), para quien la carne se convierte en una anomalía siniestra de la materia y la vida en una enfermedad de la carne, es el máximo exponente de la Nueva Carne, con Videodrome como piedra angular y germen de su filosofía. Este filme icónico y de gran influencia para la cibercultura es una pesadilla visionaria de perversidad polimorfa sobre la explotación del cuerpo por los medios de comunicación, en este caso de Videodrome, una especie de canal de televisión clandestino y adictivo que provoca alucinaciones, confunde realidad y virtualidad y posibilita la transformación de la carne orgánica. Videodrome, de discurso apocalíptico y difícil intelección, saluda irónicamente la aparición, la llegada, del Nuevo Ser, encerrando en su seno un complejo análisis de redefinición del hombre moderno y el mundo, allá por los años 80, sólo comprensible a nivel intuitivo.


«Les has hecho daño pero no los has destruido. La muerte no es el final. Tu cuerpo ha sufrido muchos cambios, pero sólo es el principio, el principio de la nueva carne. Tienes que llegar hasta el final. Transformación total. ¿Crees que estás preparado? Para convertirte en carne nueva primero tienes que matar la vieja. No temas. No temas dejar tu cuerpo morir. Ven conmigo, Max. Ven con Nicki. Ven. Yo te diré cómo. Es fácil»

(Nicki Brand/Deborah Harry, en Videodrome)


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Videodrome (David Cronenberg, 1983)


La trayectoria del profeta David Cronenberg, un transformador de la estética humana a través de la modificación de una parte de nuestra realidad, es un work in progress en el más amplio sentido de la palabra. Después de sus cortometrajes Transfer (1966) y From the Drain (1967) y de sus asépticos trabajos de juventud Stereo (1969), similar en estética a Persona (Ingmar Bergman, 1966) y definido por el autor como «una investigación de la incapacidad de la sexualidad corriente», y Crimes of the Future (1970), sobre la experimentación científica, la degeneración del cuerpo y la búsqueda del placer en un mundo sin mujeres realizó dos películas que proponían sendas epidemias, también de connotaciones sexuales, en las que la pulsión de la carne desencadena la dislocación del orden social (en Cronenberg, casi siempre, originada en la mujer: Anabel, Rose, Nola, Claire). La primera, Vinieron de Dentro de… (1975), es una tesis a favor de la liberación de la carne sexual, donde unos parásitos viscosos provocan un exacerbado deseo sexual incontrolable en sus huéspedes, al transmitirse por los orificios del cuerpo. La segunda, Rabia (1977), es una especie de metáfora avant la lettre del sida con una mujer fálica/ogresa neo-carnal que, sometida a un autotrasplante quirúrgico de tejidos indeterminados, desarrolla un apéndice succionador en la axila mediante el cual chupará la sangre de sus víctimas, propagando así una enfermedad letal antes de morir y ser arrojada a la basura.

Con Cromosoma 3 (1979), el director enseña la Nueva Carne psicoplásmica (plasmar con la psique, crear con la mente), donde un impulso primario, como es el odio, producirá en Nola Carveth una especie de venus matricial mutante o de abeja reina, una reacción somática al generar inter faeces et urinas una raza de niños asesinos deformes y abyectos por inclasificables («los hijos de su odio»), al servicio de su ira. Algo similar ocurre en la pre-cronenbergiana Escalofrío (1959), de William Castle, protagonizada por Vincent Price y donde la presión del miedo es capaz de crear un horrible parásito en el cuerpo humano que se aferra a la columna vertebral. La Nueva Carne mental creativo-destructiva se presenta en tres películas: Scanners (1981), cuyos protagonistas, exploradores telépatas, desarrollan sus facultades en el seno materno a causa de un fármaco suministrado a las gestantes; La Zona Muerta (1983), basada en una novela de Stephen King, en la que un hombre, tras cinco años en coma, despierta con unos poderes extraordinarios que arruinarán su vida; y la más moderna e intimista Spider (2002), donde un joven de mente frágil reconstruye/desintegra sus recuerdos para evadirse/defenderse de su realidad.


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Cromosoma 3 (David Cronenberg, 1979)


La pura y progresiva metamorfosis aparece en La Mosca (1986), remake del clásico de ciencia ficción de Kurt Neumann realizado en 1958. La película es una pesadilla existencial que, evidenciando el triunfo de lo somático sobre lo cerebral (que no aspira a comprender los misterios de la carne), muestra la degradación del cuerpo humano como contenedor físico hacia un nuevo tipo de vida y donde la criatura resultante de la fusión genética sufre con repugnancia una transformación dolorosa. El director canadiense introduce el miedo entorno a la propia carne y se centra en los peligros de la maternidad tecnológica, en el abominable alcance de los experimentos científicos y en la fantasía masculina de autogeneración. En un momento, Seth Brundle (cuya mentalidad es el álter ego de la de Cronenberg) le dice a Veronica Quaife: «Tú sólo conoces la línea prefijada por la sociedad sobre eso (la Nueva Carne). No puedes superar el miedo enfermizo de la sociedad por la carne. ¿Sabes qué te digo? No estoy hablando sólo de sexo y penetración, estoy hablando de penetrar más allá del velo de la carne».

Inseparables (1988), inspirada en un hecho real, tratará la idea del doppelgänger o enigma del doble (ya presente, años antes, en Hermanas, Brian de Palma, 1973, con dos siamesas que vivieron con sus cuerpos unidos hasta la adolescencia) con los hermanos gemelos ginecólogos Mantle (Jeremy Irons x 2), cuyas mentes mutan al encontrarse con una mujer de útero trifurcado, tejiendo una espiral hacia la locura y la tragedia dentro de un universo privado decadente y patológicamente obsesivo. Especialmente lúcida, Inseparables, repleta de artilugios quirúrgicos como apéndices monstruosos, eleva el splatter a la metafísica y se convierte en el punto de inflexión a partir del cual la crítica tradicional comenzó a considerar a David Cronenberg un cineasta «serio». La película se basó en la novela Twins (1977), de Bari Wood y Jack Geasland, inspirada a su vez en el asombroso caso real de los gemelos univitelinos Marcus, ginecólogos de profesión, cuyas relaciones de dependencia desembocaron en la locura y el suicidio: no podían vivir separados.


«No tenemos una visión estética total en la medida en que no asumimos el interior de nuestro cuerpo y la comprensión de nuestros órganos y su funcionamiento. ¿Por qué no hacer un concurso de belleza para el más bello riñón, el estómago más graciosamente formado, el hígado más exquisito?»

(David Cronenberg)


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Inseparables (David Cronenberg, 1988)


El Almuerzo Desnudo (1991), otro punto de inflexión en la trayectoria del realizador, sería una personalísima adaptación del controvertido relato Naked Lunch (1959), la obra cumbre de William S. Burroughs, que en uno de sus párrafos dice: «El hombre se retuerce… Su carne se convierte en una jalea viscosa, transparente, que se va evaporando en un abruma verde». La película es un viaje claustrofóbico y kafkiano en el que se dan cita la mutación, los seres híbridos e insectiles y el binomio drogas/homosexualidad. El novelista, artista visual, ensayista y crítico social William S. Burroughs (San Luis, Missouri, 1914-Lawrence, Kansas, 1997) fue una de las principales figuras de la Generación Beat e indubitado antecedente de la Nueva Carne con su obra y técnica literaria del cut-up collages narrativos. La peculiar filosofía del autor sostiene que el ser humano está alienado por el lenguaje, al que considera un organismo parásito, un virus, que ha elegido nuestras mentes como hábitat y es el único motor de control de un cuerpo decrépito.

David Cronenberg, basándose en la obra teatral homónima​ escrita por David Henry Hwang, dirigió posteriormente M. Butterfly (1993), cuyo tema es la identidad, el sexo reversible y el amor narcisista y fetichista hacia la mujer ideal, encarnada en alguien que al cabo se muestra como abyecto. Crash (1996), inspirada en un relato del distópico J. G. Ballard (1930-2009), por su parte, es una experiencia tecno-somática de culto post-humano que, incluyendo a la mujer artificial más posmoderna (con unas piernas ortopédicas mezcla de carne, plástico, cuero y metal) y sadomasoquismo automobilístico, pone en juego un nuevo tipo de sexualidad. Su último filme (algo) relevante para la Nueva Carne (las siguientes no lo son) fue eXistenZ (1999), adaptación no acreditada de la novela Los Tres Estigmas de Palmer Eldritch escrita por el influyente Philip K. Dick (1928-1982), una pesadilla solipsística donde un videojuego es una criatura viva de laboratorio que permite la entrada orgánica de los jugadores, no pudiéndose distinguir ya entre realidad y fantasía.


el almuerWilliam-Burroughs-1024x614William Burroughs adelante de “mugwumps”, criaturas de la adaptación de David Cronenberg de “El almuerzo al desnudo”.

William S. Burroughs delante de los mugwumps (criaturas de El Almuerzo Desnudo)


Muy de su época, de óptica ensayista y sin mostrar sangre y vísceras de forma provocadora e insultante, el cine de David Cronenberg reconstruye una teoría del sujeto conectada con el existencialismo y con la problematización contemporánea de la identidad, asociada con la ruptura de la dualidad cuerpo/mente clásica, siempre desde un punto de vista entre apocalíptico y complaciente. Y es que sus personajes buscan la catarsis a través de la descomposición carnal; mutilan y deforman su cuerpo para metaforizar y metamorfosear una evolución espiritual que rara vez llega a producirse satisfactoriamente«No creo que la carne tenga que ser necesariamente traicionera, perversa, mala. Es irritable y es independiente. La idea de la independencia es la clave. Y pienso para mí: Eso es lo que pasa: la independencia del cuerpo en relación al cerebro, y la dificultad del cerebro para aceptar lo que esa revolución podría acarrear».

En 2016, satisfaciendo su (otra) pasión por la escritura, Cronenberg publicó su primera y corrosiva e inquietante novela, titulada Consumidos, en la que, con algunas remisiones a Burroughs, Ballard, DeLillo (cuya novela Cosmópolis fue adaptada por el canadiense) y Sartre, aborda muchos temas ya explorados en su trayectoria cinematográfica, como las enfermedades contagiosas, la violencia, los trances masoquistas y el desenfreno sexual, contraponiendo a la estética clásica, basada en la armonía, una estética basada en la asimetría, la deformidad y la patología (espíritu vs. carne). Consumidos presenta a dos periodistas gráficos, Naomi y Nathan, que se adentran en una turbia aventura: Aristide Arosteguy, un intelectual francés, ha sido acusado de matar y mutilar a su esposa Célestine, filósofa también, que llevaba tiempo obsesionada por la posibilidad de tener el pecho izquierdo lleno de insectos. Pero el cadáver no se ha encontrado y Arosteguy ha huido a Tokio.


El cuerpo sufre y se transforma: «Esta insatisfacción que tenemos por lo que existe, unida a nuestra insistencia por crear nuestra realidad realidad personal, se deriva naturalmente de un gesto como el de construir una casa, como fabricar un ‘cuerpo nuevo’, por no aceptar esta especie de enfermedad que se llama muerte».

«A través de toda mi obra se encuentra el tema de la transformación. Tiene que ver con el tema de la identidad, de su fragilidad». Una endeblez que se produce en sus personajes, no sólo en sus cuerpos, sino además en sus mentes.

(David Cronenberg)


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Crash (David Cronenberg, 1996)


Tras David Cronenberg, el más importante abanderado de la Nueva Carne es Clive Barker (Liverpool, 1952). Escritor y director de cine, pero también dibujante y pintor, su obra ha sido numerosamente adaptada y ha servido de inspiración para otros artistas. En 1984 publicó los primeros tres volúmenes de Libros de Sangre, una recopilación de cuentos de horror que demuestran que los miedos del autor no provienen del alma, sino de la carne: el conocimiento del cuerpo a través de la violencia y del placer a través de la muerte. Con la aparición de dichos relatos lograría el reconocimiento de público y crítica, llegando Stephen King a decir: «He visto el futuro del horror y su nombre es Clive Barker». La idea de su obra es que existe un mundo subyacente y oculto que convive con el nuestro (una idea que comparte con el escritor de fantasía Neil Gaiman). Barker, para quien sufrir es gozar, aborda el rol de la sexualidad en lo sobrenatural y construye mitologías coherentes, complejas y detalladas.

El polifacético creador trascendió su aportación al cine con la pieza de culto Hellraiser (1987), adaptación de su faustiana primera novela El Juego de las Maldiciones (1985) y seguida por hasta siete secuelas. La trama de Hellraiser, un delirio de carne y sangre, sexo y tortura, en eterna búsqueda de la identidad humana, gira alrededor de un artilugio: la Configuración de los Lamentos, un puzzle cúbico que abre las puertas del Infierno y permite la entrada de los Cenobitas, esos seres extradimensionales de mística post-carnal y refinada estética punk que habitan el dolor eterno y dispensan el goce extremo, planteando un erotismo escatológico de naturaleza sadomasoquista. Posteriomente, Clive Barker dirigió Razas de Noche (1990), adaptación esta vez de su novela Cabal: The Nightbreed (1988) y una odisea somática que convierte la Nueva Carne en Nueva Mitología, donde paradójicamente Cronenberg interpreta a un psiquiatra enloquecido obsesionado en aniquilar a unos nuevos seres que se ocultan en un imaginado reino subterráneo, refugiándose del odio xenófobo de científicos y militares.


«…deseaba ser algo más que una simple célula. Soy una enfermedad soñadora. No resulta extraño que me encanten las películas (…) El frotamiento de su cuerpo contra el estómago y la ingle de Birdie tenía algo de sexual (…) había algo en la insistencia de esos tentáculos para sondearla tiernamente por debajo de la blusa, estirándose para tocarle los labios, no podía ser más que deseo»

(Son of Celluloid. Clive Barker)


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Clive Barker


Otro gran referente de la Nueva Carne cinematográfica, aunque menos directo, es el primer David Lynch (Missoula, Montana, 1946), quien en sus inicios había realizado cortometrajes sobre la deformación y corrupción del cuerpo humano: Six Figures Getting Sick (1966), The Alphabet (1968), The Grandmother (1970) y The Amputee (1974). Sin embargo, la obra que conecta a Lynch con los dos principales visionarios de la carne, Cronenberg y Barker, es su depresiva ópera prima Cabeza Borradora (1977), llamada por el director su «Historia de Philadelphia», refiriéndose al hecho de que con ella quiso reflejar los temores y la ansiedad que experimentó cuando vivió en dicha ciudad. El filme, que muestra su confesado amor por las fábricas, el metal y los desechos artificiales, habitado por entes mutantes y repleto de imágenes con oscuros simbolismos, es una pesadilla post-industrial en blanco y negro donde la claustrofobia surge de lo cotidiano, el semen es escoria y lo corporal deviene pura nausea. Cabeza Borradora, con ese bebé monstruoso y parapléjico, al caso una viscosa y gigantesca larva de mosca, plasma el pánico del hombre (varón) ante la vida conyugal, el horror ante la (irreversible) paternidad indeseada y una obsesiva aversión por la reproducción y nutrición.

La siguiente película (las posteriores no tienen que ver con la Nueva Carne) de David Lynch, la teratológica El Hombre Elefante (1980), con no pocas cosas en común con Freaks (Tod Browning, 1932), enseñaría la carne tumefacta por medio de un freak de exhibición maltratado en el contexto de una sociedad victoriana carente de compasión e inmisericorde. Obra maestra del cine en general, esta oda a la fealdad o reflexión sobre la belleza es un drama humano, a la vez que tenebroso, basado en la historia real de Joseph Merrick (Leicester, 1862-Londres, 1890), también conocido como «El hombre elefante», un hombre muy inteligente y gravemente deformado, debido al síndrome de Proteus, que vivió en Londres durante el siglo XIX y fue condenado al rechazo general, pasando varios años en ferias y exhibiciones de fenómenos.


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Cabeza Borradora (David Lynch, 1977)


Tetsuo: El Hombre de Hierro (1989), del muy transgresor y profético Shinya Tsukamoto, de filtro experimental y con una música industrial atronadora, es otra película fundamental y de culto dentro de la Nueva Carne. Recogiendo influencias de Cronenberg, Lynch y William Gibson y batiéndolas en una túrmix nipona junto al manga, los viejos filmes de catástrofes y hasta con Godzilla y Mazinger Z, la obra maestra del llamado Techno-Orientalism: «La respuesta autóctona a las crisis de identidad producidas por el entorno ultratecnológico», en palabras de Toshiya Ueno, muestra gráficamente el miedo a la falocracia metálica. Frenética y adictiva, llena de aceite, violencia, sexo, mutaciones y apocalipsis, Tetsuo, realizada a partir de un cortometraje previo del mismo Tsukamoto, The Phantom of Regular Size (1986), es una feroz y psicótica pesadilla cyberpunk que propone una transformación total y absoluta del cuerpo humano en búsqueda de una raza perfecta y pura, donde el cerebro queda supeditado a la voluntad del acero.

Shinya Tsukamoto, con un discurso sobre la inminente e inevitable identificación del hombre con la máquina, enseña como el hierro se convierte en una imparable epidemia que contamina la carne humana y se fusiona con ella. El protagonista de Tetsuo, atropellado por un hombre conocido como The Metal Fetishist, contemplará traumáticamente su carne convirtiéndose en metal palpitante, surgiendo de su cara y extremidades extrañas protuberancias de hierro para acabar dando forma a un mecha, un instrumento de guerra dispuesto a convertir el mundo entero en metal. Tsukamoto realizaría una especie de secuela/remake, Tetsuo 2: El Cuerpo del Martillo (1992), que no hace sino prolongar la apología de la destrucción masiva. En paralelo a Tsukamoto, existe otro cineasta japonés y relevante para la Nueva Carne, el conceptual Hisayasu Sato, surgido del submundo punk e industrial del underground nipón y cuya obra también supura un nihilismo aterrador al presentar a una sociedad sumida en la incomunicación y cada vez más dependiente y fusionada con la tecnología. Su película más destacada, afín a las ideas de Tetsuo y del terror corporal de Cronenberg, es la descarnada y perversa Naked Blood (1995), un remake de Pleasure Kill (1987, del mismo Sato), donde un experimento médico manipulado con drogas transforma el dolor en una experiencia agónica de placer (automutilaciones, autocanibalismo, sexo masoquista), sumándose referencias al voyeurismo y a estados de realidad virtual. Otras películas del director son Lolita Vibrator Torture (1987), Bondage Ecstasy (1989) o Love Obsession (1989).


«Con nosotros comienza el reino de los hombres con las raíces amputadas. El hombre multiplicado que se mezcla con el hierro y se alimenta de electricidad. Preparemos la próxima identificación del hombre con el motor»

(Manifiesto Futurista, 1910. Filippo T. Marinetti)


Tetsuo: El Hombre de Hierro (Shinya Tsukamoto, 1989)


La inevitable asociación entre Nueva Carne-Nuevo SexoNueva Carne-Maternidad, planteada también por otras disciplinas al margen de la puramente cinematográfica, resulta recurrente en muchas películas cárnicas, de carácter marcadamente ambiguo, fetichista, subversivo y/o al margen de toda moral: Cromosoma 3, La Mosca, Crash, M. Butterfly, Hellraiser, Cabeza Borradora, Carne para Frankenstein, LitioEngendro Mecánico o las de la saga Alien, entre otras. Carne para Frankenstein (Paul Morrissey, 1972) es un claro ejemplo de Nuevo Sexo (sin maternidad) posibilitado por la carne nueva. En esta opereta morbosa de sello kitsch, en la que colaboró Andy Warhol, el «nuevo hombre» y la «nueva mujer» creados por Frankenstein son instrumentalizados para satisfacer el apetito sexual del doctor, su ayudante y la baronesa, mediante prácticas esquinadas (necrofilia, asesinato, incesto, adulterio), donde la penetración se hace mediante bisturí (como pene) en el corte (como vagina) del cuerpo inerte.

Sin embargo, los paradigmas más perfectos de los binomios están en Engendro Mecánico (Donald Cammell, 1977) y Alien, el Octavo Pasajero (Ridley Scott, 1979). En la muy remarcable Engendro Mecánico, de vena cronenbergiana y entroncando con el Superhombre de Friedrich Nietzsche (profeta ateo de la Nueva Carne), éste (un híbrido entre lo humano y lo artificial) adquiere su nueva y elevada condición al entrar en contacto con una entidad superior: una supercomputadora sublevada de nombre Proteus, con vida propia y razonante, que planea engendrar un nuevo ser apareándose (violando) con la esposa de su creador. Alien, el Octavo Pasajero, por su parte, connota el miedo a la capacidad generadora femenina y representa una metáfora posmoderna y siniestra de la maternidad. En ella, la nave-planeta alienígena, oscura, viscosa y con accesos vaginales, es vista como el interior femenino, un lugar inhóspito y monstruoso. Mientras, la mutante y sexualizada criatura espacial, mitad orgánica y mitad mecánica, utiliza los conductos y fluidos del cuerpo humano seleccionado para engendrar un parásito capaz de recrear toda una especie. Según McIntee: «Alien es una película sobre violación. En un nivel trata sobre una amenaza alienígena. En otro, sobre el parasitismo y enfermedades. Pero el nivel que pasó a ser más importante para los guionistas y el director fue el concerniente al sexo y la reproducción a través de medios poco ortodoxos. Y trata de cómo es que le pasa todo esto a un hombre».


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Engendro Mecánico (Donald Cammell, 1977)


La carne extraña o idea de la suplantación extraterrestre está presente en películas de ciencia ficción clásica como El Enigma de otro Mundo (Christian Nyby & Howard Hawks, 1951), Los Invasores de Marte (William C. Menzies, 1953), La Invasión de los Ladrones de Cuerpos (Don Siegel, 1956) y Terror en el Espacio (Mario Bava, 1965). Especialmente, también en las posteriores y más orgánicas La Invasión de los Ultracuerpos (Philip Kauffman, 1978), donde unas briznas vegetales del espacio exterior colonizan la Tierra a través de unas vainas en serie que pretenden reemplazar a los seres humanos conservando su morfología externa pre-muda, y La Cosa (John Carpenter, 1982), una pesadilla polar sobre la desintegración/recomposición carnal con criatura protoplásmica, quien utiliza el cuerpo humano como mero receptáculo para completar su ciclo vital. Otros filmes que abarcan la paranoia, la penetración de entes oscuros y la disolución identitaria son, entre otros, Contamination (Luigi Cozzi, 1980), un alien-exploitation que incluye huevos zumbadores revienta-pechos; The Blob (Chuck Russell, 1988), con presencia de una masa devoradora gelatinosa; They Live (John Carpenter, 1988), de vena más política y social; y Parasyte (Takashi Yamazaki, 2014), que mixta ideas de Kauffman y Carpenter.

La carne metamorfoseante, no ya operada fuera de campo o en las tinieblas antes de permitir que actúe como su doble, como en el cine clásico, sino como un cambio de naturaleza que tiene lugar de forma explícita y en primer plano, se encuentra en El Beso de la Pantera (Paul Schrader, 1981), Un Hombre Lobo Americano en Londres (John Landis, 1981), En Compañía de Lobos (Neil Jordan, 1984) y La Mosca (David Cronenberg, 1986), con la que conecta la más reciente Bite (Chad Archibald, 2015), donde la transformación viene provocada, no por una fusión genética, sino por la picadura de un insecto desconocido. Más recatada es, dada su esencia, la conversión en anciano en pocas horas del personaje encarnado por David Bowie en El Ansia (Tony Scott, 1983), un drama existencial con Faustos posmodernos que asisten desolados al deterioro de sus amantes. Sin embargo, fue Brian Yuzna quien mejor representó la exposición visual de la Nueva Carne, especialmente en Society (1989): una bacanal de carne (muy gelatinosa) sin límites ni tabúes donde los cuerpos se funden y moldean creando nuevas formas sexuales y grotescas en pos de una liberación de la dictadura de la razón. El mismo Yuzna, como productor y guionista y a partir de H.P. Lovecraft, realizó Re-Sonator (1986) –especie de secuela de Re-Animator (1985)–, donde escoge la estimulación de la glándula pineal como medio para abrir la mente a dimensiones superiores, hacia un más allá de criaturas viscosas que despierta las hormonas sexuales y el apetito. Posteriormente, dirigiría la hellraisiana Mortal Zombie (1993), con una dominatrix de ultratumba (Mindy Clarke) que revolucionó el mito zombi llevándolo al terreno del sadomasoquismo liberador y en la que la Nueva Carne implica una muerte y una resurrección.


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Society (Brian Yuzna, 1989)


El «Body Horror» o «Terror Corporal», ligamen inexorable de la Nueva Carne basado en el miedo a las deformaciones del cuerpo humano, ha proliferado en producciones del siglo XXI, siempre desde una perspectiva más femenina, moderna y existencial, en parte por la psicosis, alienación y desasosiego en los que vivimos, y actuando a menudo como metáfora. Ejemplos, algunos no por casualidad canadienses y de ínfulas cronenbergianas, son: Thanatomorphose (Éric Falardeau, 2012), una historia mínima y perturbadora en la que la protagonista ve como la carne de su cuerpo empieza a descomponerse y pudrirse; En mi Piel (Marina de Van, 2002), que muestra la obsesión por el cuerpo de una mujer que, tras sufrir un accidente, desarrolla una compulsión mutiladora; Let Her Out (Cody Calahan, 2016), que recuerda a Basket Case (Frank Henenlotter, 1982) y en la que una chica descubre que tiene un tumor, que en realidad es su gemela a la que absorbió en el útero de su madre; y otras como American Mary (Jen Soska, Sylvia Soska, 2012); Contracted (Eric England, 2013); Replace (Norbert Keil, 2017), Upgrade (Leigh Whannell, 2018) o The Malignant (James Wan, 2021), con teratoma incluido. Más fantásticas son Splice (Vincenzo Natali, 2009), que aborda la ingeniería genética y la creación de nuevas especies, y The Void (Jeremy Gillespie, Steven Kostanski, 2016), la cual homenajea a Hellraiser, La Cosa, Cronenberg y H.P. Lovecraft. Entre ellas destacan otros dos filmes, dirigidos por Julia Ducournau: Crudo (2016), sobre una joven vegetariana y reprimida que, al comer carne cruda, se obsesiona con el canibalismo, y la premiada Titane (2021), una pesadilla que aúna identidades reversibles, asco por el cuerpo y fluidos en unión con metal, violencia rabiosa, sexo enfermizo y coches, lo que recuerda a Crash, de Cronenberg.

También realizadas en la última década, desde una óptica más fría y alejadas de las vísceras, encontramos la críptica Upstream Color (Shane Carruth, 2013), deudora de la trascendencia malickiana y del Cronenberg más venéreo, que cuenta una historia de amor y de identidades perdidas entre un hombre y una mujer que se ven inmersos en el ciclo vital de un organismo inmortal, y Swallow (Carlo Mirabella-Davis, 2019), una fábula cuya protagonista, una acomodada ama de casa, comienza a consumir objetos insanos para la salud. Por otro lado, Brandon Cronenberg, hijo de David Cronenberg, dirige dos películas, compendio ambas de temas y elementos estilísticos asociados a su apellido, aunque adaptadas a los nuevos tiempos: Antiviral (2012), una parábola futuro-distópica sobre el comercio y la réplica de enfermedades de famosos para el consumo público que aúna virus, degeneración corporal y mutaciones, y Possessor (2020), influenciada por Scanners y eXistenZ, sobre una organización secreta que utiliza implantes cerebrales para controlar el movimiento corporal de otras personas.


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Antiviral (Brandon Cronenberg, 2012)


La carne ultrajada y mutilada igualmente ha quedado expuesta gráficamente en múltiples ejemplos de gialli, slashers, torture-porns y otras lindezas afines al cine de terror, en cintas como Bahía de Sangre (Mario Bava, 1971), La Matanza de Texas (Tobe Hopper, 1974), El Descuartizador de Nueva York (Lucio Fulci, 1981), El Día de los Muertos (George A. Romero, 1985), El Silencio de los Corderos (Jonathan Demme, 1990), Seven (David Fincher, 1995), Audition (Takashi Miike, 1999), Martyrs (Pascal Laugier, 2008) o la muy enfermiza saga Guinea Pig. Y cuando la carne pierde toda su dignidad, se derrite y comienza a tener un olor putrefacto topamos con el icono de la Troma El Vengador Tóxico (Michael Herz, Lloyd Kaufman, 1985); también con las casposas Mutantes en la Universidad (Lloyd Kaufman, Michael Herz, Richard W. Hainesy, 1986), Redneck Zombies (Pericles Lewnes, 1987), Despedazator (Greg Lamberson, 1988) y Street Trash (J. Michael Muro, 1987), todo un espectáculo demencial bañado en dosis hipertrofiadas de gore y toneladas de líquidos viscosos. Siendo la Nueva Carne inexorable y el cuerpo sujeto de cambios espantosos, en el olimpo de la falocracia del hierro enganchado a la carne y recuperando ideas de Tetsuo, encontramos el recóndito e indispensable cortometraje tipo falso-documental Metalosis Maligna (Floris Kaayk, 2006), el cual expone la aparición de un mal surgido como efecto a los implantes metálicos en el cuerpo humano.

Otras películas que en mayor o menor medida han tratado la Nueva Carne serían las hammerianas El Cerebro de Frankenstein (Terence Fisher, 1969) y El Dr. Jekyll y su Hermana Hyde (Roy W. Baker, 1971), presentada como una striga victoriana de feminidad autoafirmativa que muestra carne andrógina; la comedia absurda Chatterbox! (Tom DeSimone, 1977), sobre una mujer que tiene una vagina parlante; la freudiana y somático-lovecraftiana La Posesión (Andrzej Zulawsky, 1981); Brain Damage (Frank Henenlotter, 1988), sobre un extraño y alucinógeno parásito con forma de pene que se alimenta de cerebros; Tokyo Snuff (Toshiharu Ikeda, 1988), un híbrido nipón de giallo fulciano y carne cronenbergiana; Baby Blood (Alain Robak, 1990), donde una embarazada portadora de una criatura monstruosa tiene que asesinar para alimentar al feto con sangre humana; La Secta (Michael Soavi, 1991), un tour de force ocultista que mixta a Barker, LovecraftInferno (Dario Argento, 1980); Gozu (Takashi Miike, 2003), sazonada de surrealismo enfermizo style Lynch; o la mayoría de piezas stop-motion con cuerpos desmembrados del maestro de la animación Jan Švankmajer, autor de Dimensiones del Diálogo (1982), un corto dividido en tres actos, que no son sino tres formas distintas de antropocentrismo y de mostrar la incapacidad de comunicación entre las personas. En España tenemos Arrebato (Iván Zulueta, 1979), que es cine abyecto en carne viva, un relato alucinado de implicaciones nihilistas tipo Videodrome que reflexiona sobre el poder seductor de la imagen cinematográfica y el «yo» desligado de la carne; y los cortos Alicia (Jaume Balagueró, 1994), una pesadilla menstrual y sadiana con influencias de Buñuel, Lynch y CronenbergAftermath (Nacho Cerdà, 1994) o la Nekromantik patria; y Litio (Sergio Blasco, 2002), donde se plantea la Nueva Carne como fetiche erótico y método alternativo de suicidio. Y ya fuera de la Nueva Carne, podemos recordar Garganta Profunda (Gerard Damiano, 1972) por su genialidad al incluir un plano de penetración visto desde dentro de la vagina, delatando una obsesión por traspasar los orificios orgánicos.


Metalosis Maligna (Floris Kaayk, 2006)


En cuanto al cyberpunk (cibernética + punk), también movimiento contracultural, es un subgénero de la ciencia ficción que evolucionó en los años 80 desde la primigenia antiutopía steampunk Metrópolis (Fritz Lang, 1927), pasando por las adaptaciones de Frankenstein y clásicos de su edad de oro como la metamorfoseante El Increíble Hombre Menguante (Jack Arnold, 1957). Enfocando un futuro distópico con alta tecnología y bajo nivel de vida, el cyberpunk debe su creación, principalmente, a la emblemática novela Neuromante (1984), de William Gibson (Horry County, Carolina del Sur, 1948), obra que incorpora a su narrativa el ciberespacio, la realidad virtual y una sociedad donde la carne y la máquina se mezclan para crear una nueva especie: los cyborg. Ejemplos de cyberficción, ineludibles y muy influyentes dentro de la Nueva Carne en el cine son Blade Runner (Ridley Scott, 1982), Tron (Steven Lisberger, 1982), Terminator (James Cameron, 1984), Robocop (Paul Verhoeven, 1987, director afín, en parte de su filmografía, a algunos de los postulados de la Nueva Carne), la ya referida Tetsuo: El Hombre de Hierro (Shinya Tsukamoto, 1989), Hardware (Richard Stanley, 1990) y dos películas clave de animación japonesa: Akira (Katsuhiro Ôtomo, 1988), basada en el manga del mismo Ôtomo y ubicada en un Neo-Tokyo post-apocalíptico, y Ghost in the Shell (Mamoru Oshii, 1995), adaptación del manga de Masamune Shirow sobre una cyborg que debe detener a un hacker.

El cyborg, «producto último del juego con que la posmodernidad afronta el problema de la vida» (Pilar V. Rodríguez, Frankensteniana. La Tragedia del Hombre Artificial, 2002), también ha tenido gran peso en el arte corporal y perfomativo de los 70 y 80 en multitud de cuerpos extendidos que anuncian la obsolescencia del interfaz cárnico. Figura capital en su conceptualización artística es el chipriota Sterlac (Stelios Arcadiou, Limassol, 1946), cuya obra se centra en gran medida en la ampliación de las capacidades del cuerpo humano (obsoleto) a través de la tecnología. Sterlac desarrolla una estética de la prótesis en la cual «el artista es un guía en la evolución que extrapola e imagina nuevas trayectorias… un escultor genético que reestructura e hipersensibiliza el cuerpo humano; un arquitecto de los espacios interiores del cuerpo; un cirujano primigenio que implanta sueños y trasplanta deseos; un alquimista de la evolución de mutaciones y transformador del paisaje humano» (Velocidad de Escape, Mark Dery). El máximo exponente del body-art cibernético, con una oreja adjunta quirúrgicamente en su antebrazo izquierdo, un tercer brazo biónico y otras invenciones robóticas integradas, recibió en 2010 el prestigioso Ars Electronica Golden Nica en la categoría Arte Híbrido. 


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Shibuya, Tokyo. «El Japón contemporáneo simplemente es cyberpunk» (William Gibson)


Por su parte, aunque más en el campo de la investigación científica, cabe mencionar al erudito canadiense Steve Mann (Hamilton, 1962), profesor titular del Departamento de Ingeniería Eléctrica y Computacional de la Universidad de Toronto, licenciado por el Instituto de Tecnología de Massachusetts (Doctorado en Artes y Ciencias de Medios en 1997) y la Universidad de McMastery y ganador del Premio a la Excelencia 2004 de Leonardo por su artículo La Tecnología Existencial. Muchos de los inventos de Steve Mann tienen que ver con el campo de la «fotografía computacional» de Mann (que se refiere a la captura de imagen digital y el procesando de técnicas que usa la computación digital en lugar de procesos ópticos). Él es el inventor de los conceptos WearComp (ordenador vestible) y WearCam (mediador de realidad). Su trayectoria ha sido explorada en el documental Cyberman (2001), realizado por Paul Lynch.

Entroncando con el performancer Sterlac, al margen de otro ciber-artista como el post-apocalíptico D. A. Therrien, quien con su sadomasoquismo mecánico-sexual y exorcismos de alto voltaje llamados Confort/Control presenta a la religión como una tecnología amplificada de los efectos del poder, encontramos al místico Fakir Musafar (Aberdeen, Dakota del Sur, 1930), aunque éste ya alejado de la especulaciones tendentes al campo de la ficción científica. Reconocido como el verdadero fundador del movimiento cultural del primitivismo moderno y una suerte de chamán de la modificación del cuerpo, ha experimentado técnicas de perforación, tightlacing, corseting, escarificación y suspensión, siempre basadas en el arte ritualista de antiguas tribus primitivas. Con más de cuarenta años de experiencia, fundador y director de la Escuela Profesional de la Perforación del Cuerpo, la primera en Estados Unidos, Musafar continúa hablando en colegios y universidades, a la new age y a otros grupos de intereses especiales.


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Fakir Musafar


Paradigma de la modificación corporal es Genesis P-Orridge (Neil Andrew Megson, Manchester, 1950), discípulo de William S. Burroughs, que canalizó un proceso de auto-conocimiento a través de diferentes disciplinas artísticas, tanto físicas como espirituales, y apeló a la liberación del cuerpo hasta sus últimas consecuencias. Genesis P-Orridge fue precursor del performance art con su colectivo COUM Transmissions (1969-1976) y está considerado el padre de la música industrial con su banda Throbbing Gristle (1975-1981), habiendo formado también el influyente grupo Thee Temple ov Psychick Youth (TOPY), dedicado a la manifestación de conceptos mágicos y nuevas ideas sociales alternativas.

En 1993, P-Orridge se casó con Lady Jaye Breyer y se sometieron a una serie de operaciones quirúrgicas para convertirse en lo que denominaron el «pandrógino», una figura híbrida llamada Breyer P-Orridge. Con el «proyecto pandroginia», Breyer P-Orridge empezaron –amb@s– a utilizar exclusivamente los pronombres ingleses «s/he», «h/er» (una mezcla entre él y ella, ella y él) y la primera persona del plural inglesa («we»), que no indica el género. Esta pareja de iconos culturales de la escena underground neoyorquina decidió rechazar los estereotipos de género y así, por medio de cirugías y clonación de cicatrices y lunares, de implantes mamarios y de reacomodos faciales, procuró una identificación física total. Una materialización límite del amor fou.


«Estábamos tan enamorados que simplemente deseábamos devorarnos mutuamente, incorporarnos el uno al otro y volvernos una unidad. El resultado fue la pandroginia y así fuimos, literalmente, uno la mitad del otro»

(Genesis P-Orridge)


La Balada de Génesis y Lady Jaye (Marie Losier, 2011) es el registro de esa experiencia de simbiosis radical artística o ensayo de reasignación de género en busca de un ideal de la pareja perfecta, capaces cada uno de sobrellevar eventualmente la desaparición física del ser amado, incorporado ya aquél a la identidad propia. «El arte debe modificar lo que la gente percibe como realidad», dice Genesis. El WTF (what the fuck o vulgarismo que muestra estupefacción, asombro o desentendimiento) hecho carne, una carne cruda, material, objeto de rediseño, como nuestra mente.


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Breyer P-Orridge en La Balada de Génesis y Lady Jaye (Marie Losier, 2011)


La carne no sólo ha sido expuesta, mutilada, deformada y mutada en en cine. Al margen del arte corporal y perfomativo reseñado, otras disciplinas como la literatura (ya hemos referido a Consumidos, de Cronenberg, a Clive Barker y a otros autores), la pintura, la escultura y la fotografía han explorado igualmente la Nueva Carne, además de también modelarse el concepto por algunos filósofos y eruditos.


Charles Burns (Washington, 1955) ha centrado su arte de historietista e ilustrador de cómics en lo que hoy vendrían a ser los postulados de la Nueva Carne. Haciendo suyo el axioma cárnico «muto, luego soy», ha utilizado la transformación de la carne y la figura del parásito psico-biológico para hacer una dura crítica a la sociedad y su moral. Burns aboga por una Nueva Carne social, global, más allá del individuo, una Nueva Carne invasora a partir de represiones y miedos íntimos pero que han de afectar a la totalidad de la especie. Su técnica de trabajo está compuesta por pincel y tinta china negra sobre papel, con trazo limpio y cambios de grosor.

Burns empezó a publicar en la revista de vanguardia Raw, creando personajes como Chico Perro, El Borbah y Tony Delmonto (Big Baby), haciéndolo después en Heavy Metal. En Misterios de la Carne (1980-1984), incluso antes de la presentación de Videodrome (1983), el autor ya introdujo una serie de cuentos aunados por el cemento común de la alteración cárnica. Su obra maestra es el cómic de ínfulas pulp y de novela negra titulado Skin Deep (1988-1991), que se divide en tres relatos entre los que destaca Burn Again, la inquietante historia de Bliss Bister, un hombre sobornado por Dios, que le entrega los planos de su obra en la Tierra y que dedica su vida a hacer carne de los misterios de la fe. La novela gráfica Agujero Negro (1993-2004), donde los cuerpos mutan de forma más evidente que nunca, es la depuración de toda la obra del historietista, que se vuelve más orgánica y sobria. La posterior Tóxico (2010) estará inspirada en autores como Hergé y Burroughs. Ya fuera del cómic, pero ceñido al trazado de sus dibujos, Charles Burns ha realizado un cortometraje de animación incluido en la película Peur[s] du Noir (varios autores, 2007).


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Black Hole. Charles Burns, 1993-2004


«Creo que se trata de la fascinación que se me produce la separación de la mente y el cuerpo. Y cómo el cuerpo puede manifestar un estado psíquico… Igual que Chester Gould (el autor de Dick Tracy) dibujaba villanos grotescos para demostrar que eran grotescos, yo hago historias donde un sarpullido maligno aparece en el bajo vientre de una chica. Se trata de una manifestación literal de su estado psicológico»

(Charles Burns)


Hans Rudi Giger (aka H. R. Giger) (Coira, 1940-Zúrich, 2014) ha sido un artista de culto en el panorama underground que ha influido notablemente en la literatura cyberpunk y en toda la cultura posmoderna. Este prolífico arquitecto y escultor de la carne es conocido principalmente por su trabajo en la ya referida Alien, el Octavo Pasajero (Ridley Scott, 1979), donde basándose en su pintura Necronom IV  y Necronom V  diseñó y desarrolló con acusada simbología sexual tanto la criatura como la nave y escenarios. La película, que enseña un prodigio xenomorfo con exoesqueleto de polisacárido metalizado que nace de un nenúfar baboso, pasa por diversas fases larvales y evoluciona del parasitismo a la depredación, se mira como una metáfora posmoderna de la maternidad. Cabe decir que, previamente, H. R. Giger, recomendado por Salvador Dalí, había formado parte, bajo la dirección artística del dibujante Moëbius, del ambicioso proyecto cinematográfico capitaneado por Alejandro Jodorowsky para llevar a la gran pantalla la novela Dune, de Frank Herbert, algo que finalmente hizo David Lynch en 1984.

El inconfundible estilo gigeriano ha sido desarrollado con la técnica del aerógrafo (pintura pulverizadora), utensilio con el que el artista logra dotar a sus trabajos de un acabado fotorrealista. El periodo de esplendor de H. R. Giger fueron los años 70, cuando creó algunas de sus series más importantes: Paisajes (1973), Necronom (1976), Erotomecánica (1979) y los trípticos El Templo de los Pasajes (1975) y El Conjuro (1974-1977). El suizo, desde la biomecánica*, fundiendo la carne enfermiza con el metal grasiento y oxidado y relacionando nacimiento, sexo y muerte, se erige como diseñador fetichista de formas imposibles y de mundos fantásticos propios de una pesadilla, centrándose principalmente en el cuerpo humano (como en Barker, utilizado como lienzo) y en sus cambios físicos y espirituales a raíz de la convivencia con las máquinas en una era altamente tecnificada. El visionario Giger ha llamado a los nuevos seres Biomecanoides, metáforas siniestras de la condición humana de fin de milenio.

      *La biomecánica responde a un conjunto de ciencias que estudian las relaciones entre la biología y la mecánica con el fin de plantear soluciones que repercutan en la mejora de la salud y la calidad de vida, centradas en la actualidad en aplicaciones médicas y deportivas. Las representaciones de Giger abordan la biomecánica exclusivamente desde el punto de vista de las bellas artes.


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Necronom V.  H.R. Giger, 1976


El fotógrafo Joel-Peter Witkin (Brooklyn, Nueva York, 1939) participa junto a Cronenberg, Barker y Giger de una nueva sensibilidad estética y conceptual, de una nueva forma de belleza plástica basada en lo abyecto: término moral/moralista empleado a raíz de las teorías estructuralistas de la filósofa y psicoanalista búlgura Julia Kristeva que viene a definir aquello «que perturba una identidad, un sistema, un orden» (Pouvoirs de l’Horreur. Essai su l’Abjection, 1980), lo que se halla en las fronteras fisiológicas del cuerpo (y la sociedad) y que apela al exceso y la degradación.

Anticipándose a manifestaciones tan señaladas como la exposición Abject Art: Repulsion and Desire in American Art (Whitney Museum, Nueva York, 1993), el eje central de la obra de Witkin es la carne impía y grotesca, siempre exhibida ambigua, mixtada y zigzagueante. Sus fotografías, con aire de estampa marchita y gusto por la escenografía, ambientadas en espacios oclusivos y con adimentos iconográficos, representan cuerpos bisexuales en transición (hermafroditismo/hipospadia), cercenados por la mutilación o deformes en su constitución. En una suerte de tableaux vivants perversos, algunos de sus títulos más conocidos son Andrógino Amamantando un Feto (1981), Madame X (1981), La Mujer de Sander (1981), El Beso (1982), Arm Fuck (1982) y Mujer sobre una Mesa (1987).

La obra del autodenominado «sacerdote estético», pese a su irreverencia, no ha conseguido el estatus sulfuroso y sacrílego que el puritanismo otorgó a la fotografía Piss Christ (1987) del denunciado Andrés Serrano o a las fotos de fist-fucking gay de Robert Mapplethorpe, inspiradas a su vez en las de enanos y mutilados del homoerótico George Dureau, el maestro de Nueva Orleans.


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Madame X. Joel-Peter Witkin, 1981


Personalidad dentro de la discursiva visual sobre el cuerpo, la sexualidad y el género ha sido el icono feminista e influyente creadora multidisciplinar Carolee Schneemann (Fox Chase, Pensilvania, 1939), una especie de antecedente del movimiento del body-art que ha cultivado performances, teatro cinético, pintura, fotografía o videoarte y ha allanado el camino a otras mujeres artistas como Cindy Sherman, Marina Abramovic o Tracey Emin. Su pieza más famosa es la performance colectiva Meat Joy (1964), una especie de orgía dionisíaca de la carne con cuatro hombres y cuatro mujeres que rompía tabúes. La obra de Schneemann, asociada con una variedad de clasificaciones de arte como Fluxus, Neo-Dada, Beat Generation y Happening, gira en torno a la expresión sexual y la liberación, resistiéndose a la correción política impuesta por algunas ramas del feminismo que abogan por referirse a la persecución o represión de la mujer.


«Antes de Schneemann, el cuerpo femenino en el arte era mudo y funcionaba casi exclusivamente como un espejo del deseo masculino»

(Jan Avgikos)


La citada Cindy Sherman (Nueva Jesey, 1954), por su parte, es una artista transvanguardista y reputada fotógrafa con estética de cine negro que ha tenido un papel preponderante en la reestructuración feminista del cuerpo. Especialmente en sus series fotográficas Disastres (1986-1989) y Sex Pictures (1992) ilustra de manera gráfica la metamorfosis humana y social producida por la sociedad del consumo, que reduce toda la realidad a un juego de apariencias y artificio, más en la línea de artistas conceptuales como Barbara Kruger, Sherrie Levine o Jenny Holzer, para quienes el cuerpo biológico tan sólo proporciona una superficie básica para la inscripción social.


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Untitled. Cindy Sherman


En los años 90 artistas como Del LaGrace Volcano y Catherine Opie han retratado, con una intención comunitaria y militante, a un conjunto de personas cuyos nombres y cuerpos anuncian la pluralidad de las realidades transgenéricas. Es éste un ejemplo de la diversidad humana, mostrado sin morbo ni tapujos, consecuencia en parte del auge de la Teoría Queer capitaneada por la filósofa post-estructuralista Judith Butler (Cleveland, 1956) que, surgida del seno del movimiento de gays y lesbianas, ha subvertido la identidad y resignificado/reproblematizado términos degradados como ‘género’, ‘sexo’, ‘sexualidad’, ‘cuerpo’ y ‘lenguaje’.

Entroncando con Joel-Peter Witkin, otros que han escarbado en las entrañas de la abyección a través de la narrativa corporal, aunque sin dejar de cuestionarse el tema de la formación de la personalidad del sujeto y reflexionar sobre otros problemas teóricos de la sociedad actual, han sido escultores e instaladores tan críticos política y culturalmente como el neoexpresionista y abiertamente homosexual Robert Gober (Wallingford, Connecticut, 1959), con sus cuerpos rotos y de sexualidad fragmentada, y la innovadora Kiki Smith (Nuremberg, 1945) con sus cuerpos regenerados, receptáculos de conocimiento y espiritualidad.

David Ho, Joachim Luetke, Wayne Barlowe y Ashley Wood son otros nombres que mediante pinturas, fotografías o grabados han retratado, en mayor o menor medida, la Nueva Carne visual y sensitiva.


Robert Gober, Untitled (Man Coming Out Of Woman), 1993-1994

Untitled. Robert Gober, 1993-1994


Actualmente, la Nueva Carne, alejada claramente de los postulados metafísicos de sus orígenes, ha mudado a la plástica y perfomancia de forma excesiva con esos «artistas» que buscan más el efecto que la emoción a través de experimentos raros, automutilaciones y cirugías radicales. Es el caso, por ejemplo, de los provocadores Orlan (Saint-Étienne, 1947) y Ron Athey (Groton, Connecticut, 1961).

Orlan, cultivadora de carnal-art, ha procurado a través de sus mútiples happenings quirúrgicos (vistos como gran espectáculo teatral) asimilarse a un icono femenino de belleza que ella misma ha creado por ordenador basándose en grandes obras de la pintura. Su rostro es una mezcla de la Venus de Botticelli, la Mona Lisa de Leonardo, la Europa de Boucher, la Psiquis de Gérôme y un personaje de Star Trek. Por su parte, el performancer extremo y automutilador Ron Athey, asociado al arte corporal, explora temas como las relaciones entre el deseo, la sexualidad y la experiencia traumática. Su obra, tildada de nauseabunda y de inmundicia degradante, incluye aspectos de S&M, tatuajes y escarificaciones en la piel e inserciones de jeringuillas en el cuerpo con la consiguiente emisión de sangre. 


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Orlan. Happening quirúrgico


Llegados a este punto debemos concluir que la Nueva Carne primigenia, la surgida principalmente durante los primeros años de la década de los ochenta, como expresión artística y como todos los ismos que tuvieron su momento, debe mutar, transformarse o simplemente desaparecer, porque incluso los que mejor la procuraron (Cronenberg, Barker) ya salieron de ahí, porque fueron ellos los primeros que entendieron que la Nueva Carne representa una metamorfosis.

La doctrina, ya sea a través de las pinturas de H. R. Giger, las fotografías de Joel-Peter Witkin o las viñetas de Charles Burns, acomodándose en los filmes de David Cronenberg o en el universo perverso y condenatorio de los relatos de Clive Barker, ha tenido la meritoria habilidad de crear monstruosidades creíbles y tangibles, donde realidad y fantasía se confunden… algo a lo que ninguna sensibilidad artística anterior ha sido capaz de arriesgarse.


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Werner Herzog: Esclavo de su mirada


«Yo soy una persona que tiene una visión clara de las cosas y que sigue esta visión. Al mismo tiempo, soy un esclavo de mi mirada y he aceptado el destino de seguir mi vocación. Es más perseverancia que fuerza de voluntad»

Werner Herzog


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Werner Herzog, nacido en Múnich, Alemania, en 1942, es director de cine, documentalista, guionista, productor, actor, escritor y montador de óperas. De nombre real Werner Stipetić e hijo de madre yugoslava y padre francés, se rebautizó a sí mismo como Herzog, una antigua palabra alemana que significa «duque». Nació en Múnich durante la II Guerra Mundial, aunque pasó su infancia en un pueblo remoto de las montañas de Baviera, alejado del mundo moderno y en pleno contacto con la naturaleza. Según confesión propia, no tuvo conocimiento de la existencia del cine hasta los once años, cuando vio por primera vez un coche. A los diecisiete años hizo su primera llamada telefónica.

Tras una adolescencia dedicada a realizar largos viajes a pie por media Europa, ya regresado a su ciudad natal, Herzog se matriculó en Historia, Literatura y Teatro en la Universidad de Múnich y, gracias a una beca, inició estudios de cine en Duquesne, en Pittsburgh. Sin embargo, su formación en el cine fue completamente autodidacta. El propio Herzog afirmaba: «Los estudios sobre cine, por desgracia, son una enfermedad. Manténganse alejados de ellos. Salgan de allí lo más rápido posible. Esa forma académica, puramente cerebral, intelectual, de mirar las películas… La Academia es el enemigo». En 1962 fundó su propia productora de cine: Herzogfilmproduktionen. Herzog fue uno de los puntales del Nuevo Cine Alemán junto con otros directores como Rainer W. Fassbinder, Volker Schlöndorff y Wim Wenders.

Su obra no puede separarse de la cultura a la que pertenece, que no es tanto la alemana como la bávara: «Soy un cineasta bávaro, no alemán, como un escocés es escocés y no británico». Históricamente, Baviera nunca se consideró parte de Alemania, quizá por eso al racionalismo del alemán se le opone el carácter apasionado e imaginativo del bávaro. El ejemplo más célebre fue el excéntrico Luis II de Baviera (1845-1886), también conocido como el «Rey Loco», un monarca melancólico y trágico que, atrapado en su mundo interior, hizo construir todos esos castillos cargados de ensoñación y exuberancia en los que nunca debía entrar forastero alguno.


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«Werner Herzog believes in the mummers» en las calles de Philadelphia


Werner Herzog debutó en el cine a los veinte años con el cortometraje Herakles (1962), al que seguirían Juego en la Arena (1964), Últimas Palabras (1967) y La Incomparable Defensa de la Fortaleza Deutshkreutz (1968). Tras una etapa de formación en el corto y subvencionado por el Instituto de Cine alemán, que buscaba promocionar a nuevos cineastas, realizó su primer largometraje: Signos de Vida (1968), un extraño relato del tedio localizado en la isla griega de Kos, en el Dodecaneso, que ganó el premio especial en el Festival de Berlín. Esta primera película, necesariamente imperfecta, ya contenía numerosos nexos en común con su obra posterior: temáticos (locura, alienación), formales (la investigación de campo) y de producción (el viaje como punto de partida).

De esa forma, Herzog inició una carrera singular e impregnada de una personalísima imaginería visual y sonora, llegando a realizar alrededor de setenta trabajos entre cortometrajes, largometrajes, documentales y encargos para la televisión. El alemán también ha sido actor ocasional en diversas películas –entre ellas El Poder de un Dios (Peter Fleischmann, 1990) y la más reciente Heimat-La Otra Tierra (Edgar Reitz, 2013)– y ha dirigido casi veinte montajes teatrales, en especial de óperas. Además, ha redactado guiones y escrito libros, como Del Caminar sobre Hielo o Conquista de lo Inútil, este último un poema en prosa de dimensiones épicas escrito durante el rodaje de Fitzcarraldo. En la actualidad continúa en activo, tras dirigir su última película Salt and Fire (2016).


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Corazón de Cristal (1976)


Ya desde sus primeras películas, Herzog confirmó su atención por lo visionario, lo irracional y las realidades marginales, rasgos bien distinguidos en También los Enanos Comenzaron Pequeños (1970), una fábula corrosiva sobre la tiranía protagonizada por enanos acondroplásicos y filmada en la isla de Lanzarote (Canarias). También en el emotivo díptico documental compuesto por Futuro Limitado (1971), que es una aproximación a la situación de los niños discapacitados en la República Federal Alemana, y El País del Silencio y la Oscuridad (1971), el brillante retrato de Fini Straubinger, una mujer que, siendo niña, sufrió un accidente a resultas del cual perdió primero la vista y más tarde el oído, convirtiendo entonces la limitación en vocación.

Tras realizar la hipnótica Fata Morgana (1971) en el desierto del Sáhara, el éxito internacional le llegó con Aguirre, la Cólera de Dios (1972), un arrebatador filme rodado en la implacable Amazonas en el que su actor-fetiche Klaus Kinski interpreta al enloquecido conquistador Lope de Aguirre. El director consolidaría su reputación con El Gran Éxtasis del Escultor de Madera Steiner (1974), un documental que se aproxima al saltador de esquí suizo y solitario monomaníaco Walter Steiner, un típico personaje herzogiano que llega al límite. Posteriormente realizaría, entre otras, El Enigma de Gaspar Hauser (1974), basada en el caso real de un joven que había vivido encerrado en un sótano desde su nacimiento, la profética y ambientada en el siglo XVIII Corazón de Cristal (1976), en la que los actores rodaron en estado de hipnosis, Woyzeck (1979), sobre una pieza teatral de Georg Büchner, y Nosferatu (1979), donde recreó la versión fílmica del clásico de F. W. Murnau. En esta década de los años setenta Herzog también rodó los documentales Cuánta Madera Roería una Marmota (1976), una mirada sobre un extraño ritual de subastadores de ganado en Lancaster (Pensilvania), y La Soufriére (1977), un sobrecogedor esbozo fílmico sobre la inminente erupción del volcán La Soufrière (Isla de Guadalupe). Asimismo, un cortometraje poco conocido sobre el rechazo infantil y las dinámicas de juego en una guardería: Nadie Quiere Jugar Conmigo (1976).


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Fitzcarraldo (1982)


En los ochenta destaca, especialmente, la galardonada en Cannes Fitzcarraldo (1982), la historia de un excéntrico y megalómano empresario del caucho (encarnado, como no, por Klaus Kinski, a quien acompaña Claudia Cardinale) obsesionado en construir una ópera en plena selva amazónica. También es de interés Donde Sueñan las Verdes Hormigas (1984), un filme rodado en un remoto desierto de Australia donde dos tribus aborígenes milenarias, los Worora y los Riratjingus, entran en conflicto con un consorcio minero. Es la rebelión del espíritu contra una civilización materialista que lo quiere todo y no comprende nada. En la posterior Cobra Verde (1987), ambientada en la inhóspita África del siglo XIX, Kinski volvería a dar vida a un loco visionario, en este caso al esclavista brasileño Francisco Manoel da Silva.

Después de la montañosa Grito de Piedra (1991), Herzog se limitó principalmente a los documentales, volviéndose más antropológico y etnográfico, pero no menos comprometido. Fascinante resulta Lecciones en la Oscuridad (1992), sobre la Guerra del Golfo. Entre sus muchos trabajos posteriores cabe citar, a modo ejemplificativo, Grizzly Man (2005), que es el retrato de Timothy Treadwell, un personaje alienado y narcisista que vivió y murió (fue devorado) entre osos grizzly en Alaska, Encuentros en el Fin del Mundo (2007), una odisea poemática en la comunidad Antártica, y La Cueva de los Sueños Olvidados (2010), un documental quijotesco sobre las pinturas rupestres de las Cuevas de Chauvet en Francia, consideradas como uno de los mayores tesoros de la humanidad.


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Bruno S. en Stroszek (1977)


Werner Herzog trabajó hasta en cinco ocasiones con el controvertido actor Klaus Kinski (Sopot, Ciudad libre de Dánzig, 1926-Lagunitas, California, EEUU, 1991), a quien conoció a la temprana edad de trece años al coincidir ambos, casualmente, en una pensión de Múnich donde se alojaban temporalmente. La relación de amor-odio que en el futuro entablarían fue plasmada por el cineasta en Mi Enemigo Íntimo (1999), un brutal y honesto homenaje al irascible Kinski, un ser violento, egomaníaco, coprolálico irrefrenable y adicto sexual que había servido como paracaidista en el ejército nazi durante la II Guerra Mundial antes de ser hecho prisionero. Herzog también tuvo como actor al alienado mental Bruno S. (Berlín, 1932-2010), un músico callejero y bebedor que había vivido hasta los veinte años en orfanatos y psiquiátricos y a quien el director descubrió apto para el cine en El Enigma de Gaspar Hauser (1974) y Stroszek (1977), ambas películas una especie de retrato indirecto del mismo Bruno S.

En el aspecto musical ha colaborado de forma habitual con Popol Vuh, el grupo de rock progresivo y meditativo liderado por su amigo Florian Fricke (uno de los padres de la música electrónica), y recurrido indistintamente a grandes compositores de todos los tiempos (Bach, Bellini, Haendel, Mozart, Schubert, Stravinsky, Verdi, Vivaldi, Wagner), a músicos contemporáneos (Chet Atkins, Leonard Cohen, Carlos Gardel, Glenn Miller, Tom Paxton), a la música folclórica y a otra compuesta o participada por él mismo. La música en Herzog es monótona y atonal o de una solemnidad abrumadora, siempre destinada a sublimar la imagen cinematográfica y favorecer su percepción.


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Wodaabe: Los Pastores del Sol (1989)


El cineasta-explorador Herzog, enfrentado al Cinéma Vérité («los hechos no constituyen la verdad, los hechos son hechos pero no nos iluminan; los hechos son para los contadores«), celebra la Locura en busca de lo que él llama la “verdad extática”, una verdad “misteriosa y elusiva que sólo puede obtenerse a través de la fabricación, la imaginación y la estilización” y que el espectador vislumbra a través del éxtasis. Si la temática de Herzog es de dimensión existencial y aborda los límites de la experiencia humana, la forma, de todo punto trascendental, fluctúa imperceptiblemente entre la realidad, la ficción y la alucinación.

Heredero del Romanticismo alemán, corriente extinta en el siglo XIX que reivindicaba las pasiones y la unión con la Naturaleza para conseguir una vida plena y auténtica, sus dramas y documentales, de narración pausada y gusto melómano, destilan imágenes subyugantes y a menudo apocalípticas de paisajes, más bien presentados como estados del alma, un alma desolada y desarmada. Así, subyaciendo en todos el dualismo típicamente bávaro héroe-víctima y rebelde-santo, Herzog se centra en antihéroes o personajes visionarios e indomesticables enfrentados con su propia arrogancia y dejados a merced de la exuberante e implacable Naturaleza, para los que la lucha por su supervivencia o por defender sus ideas en un entorno adverso está siempre abocada al fracaso o conducen a la anulación total.


«Mis personajes son rebeldes solitarios y desesperados que no tienen un idioma con el cual comunicarse. Inevitablemente sufren por esto. Saben que su lucha está condenada al fracaso; sin embargo, siguen tensos, heridos, cada vez más solos, hasta la locura»

Werner Herzog


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Werner Herzog durante La Soufrière (1977)


A Werner Herzog, que suele rodar en condiciones extremas sin apenas guion («el storyboard es un instrumento para los cobardes«), sus películas lo han arrastrado a los confines más recónditos del planeta. Ha rodado en los cinco continentes, de la Antártida al ardiente Sáhara y del Tíbet a la Patagonia. Herzog es uno de los directores europeos más personales y controvertidos de las últimas décadas. Su cine, de espíritu aventurero y revolucionario, se enfoca con una precisión que ningún reportero de viajes sería capaz de reproducir, porque según él mismo dice «el cine no es un arte de cultos, sino de iletrados. La cultura fílmica no es análisis sino agitación de la mente».


«Intento ser un buen soldado del cine. Un buen soldado tiene sentido del deber. Su deber es seguir su visión. Tienen que seguir su visión. Si están muy convencidos de su visión, si ven algo en el horizonte que nadie más ve, y quieren compartirlo para que pase a formar parte de los sueños colectivos de todos, entonces tienen un motivo para no tener miedo. No le tengo miedo a nada; esa palabra no está en mi diccionario»

Werner Herzog


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QUIMÉRICO INQUILINO, EL


Le Locataire

Francia, 1976. 126 min. C

Dirección: ROMAN POLANSKI. Guión: Roman Polanski, Gérard Brach (Novela: Roland Topor). Música: Philippe Sarde. Fotografía: Sven Nykvist. Intérpretes: Roman Polanski, Isabelle Adjani, Melvyn Douglas, Shelley Winters, Jo Van Fleet, Bernard Fresson, Lila Kedrova, Claude Dauphin, Claude Piéplum, Rufus.


«En París, a uno siempre le recuerdan que es extranjero. Si estacionas mal tu coche, no es el hecho de que esté en la vereda lo que importa, sino el hecho de que hables con acento»

Roman Polanski


Roman Rajmund Thierry Polański, nacido en París en 1933 en el seno de un matrimonio de emigrantes judíos polacos, aunque educado en Polonia, es uno de los grandes directores surgidos al amparo de los nuevos cines europeos de mediados del siglo XX que queda vivo y en activo. Después de estudiar en la prestigiosa Escuela de Cine de Łódź y de rodar varios cortometrajes (1957-1962), Polanski, con sólo 29 años, realizó su ópera prima El Cuchillo en el Agua, cuyo éxito en el Festival de Cine de Venecia lo encumbró como un cineasta de talento excepcional. Posteriormente, ya afincado en Occidente, continuó haciendo grandes películas para multitud de géneros (terror, comedia, aventuras, drama de época, cine negrothriller psicológico).

En 1969, tras rodar La Semilla del Diablo, un acontecimiento marcaría su vida, tanto personal como cinematográfica: su mujer, la actriz Sharon Tate, embarazada de ocho meses, fue salvajemente asesinada por la banda de Charles Manson en la mansión de Los Ángeles que el cineasta acababa de comprar. Años más tarde, Polanski rodó en Francia uno de sus filmes más personales y perturbadores: El Quimérico Inquilino (1976). El estreno de la película se vio eclipsado por las acusaciones en Estados Unidos contra su persona por supuestamente haber drogado y violado a una niña de trece años. Polanski huyó del país mientras estaba en libertad bajo fianza.


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El Quimérico Inquilino (The Tenant) es una adaptación libre de Le Locataire Chimérique (1964), una novela del escritor, ilustrador, dibujante, pintor y cineasta francés, también de origen judío polaco, Roland Topor (París, 1938-1997), fundador en 1963, junto a Alejandro Jodorowsky y Fernando Arrabal, del Groupe Panique (cuyo nombre rememora al dios Pan de la mitología clásica), un movimiento artístico (cine, teatro, ópera, pintura, textos críticos) de tendencias surrealistas que postulaba la locura controlada como supervivencia ante una sociedad terminal: «Es el himno al talento loco, es el antimovimiento, es el rechazo a la seriedad, es el canto a la falta de ambigüedad… Es el arte de vivir, es el principio de indeterminación con la memoria de por medio… Y todo lo contrario» (Fernando Arrabal).

A partir del libro de Topor, en palabras de John Collier «una historia de terror realmente actual, tan estrechamente enrollada sobre sí misma, tan fría, sigilosa y mortal, como una serpiente en la cama», Polanski construye una película extraña y desapasionada que disecciona la metamorfosis pánica, los avatares de la paranoia y el puro terror. El Quimérico Inquilino compone junto a Repulsión y La Semilla del Diablo su apócrifa trilogía de los apartamentos, que retrata la soledad del individuo en una ciudad moderna que le es ajena (una joven belga en Londres, una chica del Midwest rural en Nueva York y un polaco en París) y su lucha clandestina contra la apabullante máquina social (siempre victoriosa), que le oprime y enerva hasta empujarle a la desesperación y el suicidio.


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El Quimérico Inquilino, asimismo con claras referencias autobiográficas y elementos prestados de La Metamorfosis de Franz Kafka, presenta al propio Polanski interpretando al agradable y tímido Trelkovsky, un forastero de procedencia polaca recién mudado al apartamento de un sórdido edificio parisino con escaleras en espiral desde cuya ventana se ha tirado la anterior arrendataria, la joven Simone Choule. Tras visitarla en el hospital donde conoce a Stella (Isabelle Adjani), una amiga de Simone y verla morir en su presencia, su dominio de la realidad se debilita cada vez más. La suicida Simone se convierte en la inquilina de su mente, haciendo suyos sus demonios autodestructivos y viéndose atrapado en lo que parece un maléfico complot contra él perpetrado por una comunidad de vecinos poblada de personajes caníbales, grotescos y represivos que lo ven como un invasor.

La película, que comienza con un planteamiento social sobre la difícil búsqueda de una vivienda de alquiler en París, pronto se transforma en la crónica de una pesadilla claustrofóbica cuya tensión y agobio va en aumento hasta sólo quedar esquizofrenia y un pobre infeliz travestido de mujer con peluca y la ropa de su otro «yo». Polanski, usando un gran decorado interior al estilo de Hitchcock en La Ventana Indiscreta, cultiva el gusto por los espacios cerrados, las situaciones insólitas y el voyeurismo, al tiempo que explora la frustración, la alienación y la angustia, todo ello con un sentido del pesimismo profundamente polaco. La hiperrealista fotografía, entre decadente y melancólica, corre a cargo del prestigioso Sven Nykvist (conocido por sus trabajos con Bergman). La banda sonora, intrigante, está compuesta por Philippe Sarde.


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El Quimérico Inquilino es la mejor y más personal película de Roman Polanski, aunque seguramente también la más incomprendida. Una obra ambigua, electrizante y de sádico humor negro que construye una realidad nociva a través de los espejismos de la mente. Descripción de la paranoia o cuento fantástico. Un filme sobre la pérdida de la identidad que tiende al culto ad maiorem Polanski gloriam.


«¡Todos somos esquizos!, ¡todos somos perversos! Todos somos Libidos demasiado viscosas o demasiado fluidas… y no por propio gusto, sino porque allí nos han llevado los flujos desterritorializados»

El Antiedipo. Gilles Deleuze y Felix Guattari


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TOP 65 Ciencia ficción


«¡Yo no quiero ser humano! ¡Quiero ver los rayos gamma! ¡Quiero oír los rayos X! ¡Y quiero oler la materia oscura! ¿Ves lo absurdo de lo que soy? Ni siquiera puedo expresar estas cosas con propiedad, porque tengo que conceptualizar ideas complejas con este estúpido y limitante lenguaje. Pero sé que no quiero estas patas prensiles para moverme.

Y sí quiero sentir el viento de la supernova soplar sobre mí. ¡Soy una máquina, y quiero saber mucho más! ¡Puedo experimentar mucho más, pero estoy atrapado en este cuerpo absurdo! ¿Y por qué? Porque mis cinco creadores pensaron que Dios lo quería así»

Dean Stockwell. Battlestar Galactica


1. STALKER
Andréi Tarkovski (URSS, 1979)


2. EL INCREÍBLE HOMBRE MENGUANTE (The Incredible Shrinking Man)
Jack Arnold (EEUU, 1957)


3. METRÓPOLIS (Metropolis)
Fritz Lang (ALE, 1927)

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4. VIDEODROME
David Cronenberg (CAN, 1983)

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5. SOLARIS (Solyaris)
Andréi Tarkovski (URSS, 1972)

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6. ALIEN, EL OCTAVO PASAJERO (Alien)
Ridley Scott (EEUU, 1979)

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7. EL PLANETA DE LOS SIMIOS (Planet of the Apes)
Franklin J. Schaffner (EEUU, 1968)

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8. 2001: UNA ODISEA DEL ESPACIO (2001: A Space Odyssey)
Stanley Kubrick (GB/EEUU, 1968)

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9. EL MUELLE (La Jetée)
Chris Marker (FRA, 1962). Cortometraje


10. EL HOMBRE INVISIBLE (The Invisible Man)  
James Whale (EEUU, 1933)


11. IKARIE XB 1 (VIAJE AL FIN DEL UNIVERSO) (IKARIE XB 1)
Jindrich Polák (CHE, 1963)


12. ULTIMÁTUM A LA TIERRA (The Day the Earth Stood Still)
Robert Wise (EEUU, 1951)

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13. LA MOSCA (The Fly)
David Cronenberg (EEUU, 1986)


14. EL HOMBRE Y EL MONSTRUO (Dr. Jekyll and Mr. Hyde)
  Rouben Mamoulian (EEUU, 1931)


15. PLANETA PROHIBIDO (Forbidden Planet)
Fred M. Wilcox (EEUU, 1956)

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16. EL TIEMPO EN SUS MANOS (The Time Machine)
George Paul (EEUU, 1960)


17. LA MUJER EN LA LUNA (Frau im Mond)
Fritz Lang (ALE, 1929)


18. LA INVASIÓN DE LOS ULTRACUERPOS (Invasion of the Body Snatchers)
  Philip Kaufman (EEUU, 1978)

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19. LA INVASIÓN DE LOS LADRONES DE CUERPOS (Invasion of the Body Snatchers)
  Don Siegel (EEUU, 1956)


20. GODZILLA, JAPÓN BAJO EL TERROR DEL MONSTRUO (Gojira)
Ishirô Honda (JAP, 1954)


21. THREADS (TV)
Mick Jackson (GB/EEUU, 1984)


22. EL EXPERIMENTO DEL DR. QUATERMASS (The Quatermass Xperiment)
Val Guest (GB, 1955)

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23. EL PLANETA SALVAJE (La Planéte Sauvage)
René Laloux (FRA/CHE, 1973). Animación

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24. LA COSA (EL ENIGMA DE OTRO MUNDO) (The Thing)
  John Carpenter (EEUU, 1982)


25. AKIRA
Katsuhiro Ôtomo (JAP, 1988). Animación


26. ROAD TO THE STARS (Doroga k zvezdam)
Pavel Klushantsev (URSS, 1958). Mediometraje


27. EL ÚLTIMO HOMBRE SOBRE LA TIERRA (SOY LEYENDA) (The Last Man on Earth)
Sidney Salkow & Ubaldo Ragona (EEUU/ITA, 1964)


28. KRAKATIT
Otakar Vávra (CHE, 1947)


29. EL HOMBRE CON RAYOS X EN LOS OJOS (X: The Man with the X-Ray Eyes)
Roger Corman (EEUU, 1963)


30. LA HUMANIDAD EN PELIGRO (Them!)
Gordon Douglas (EEUU, 1954)

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31. CORAZÓN DE PERRO (TV) (Sobachye Serdtse)
Vladimir Bortko (URSS, 1988)


32. BRAZIL
Terry Gilliam (GB, 1985)

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33. MAD MAX 2: EL GUERRERO DE LA CARRETERA (Mad Max 2: The Road Warrior)
George Miller (AUS, 1981)


34. EN EL GLOBO PLATEADO (Na Srebrnym Globie)
Andrzej Zulawski (POL, 1988)


35. EL ENIGMA DE OTRO MUNDO (The Thing from Another World)  
Christian Nyby & Howard Hawks (EEUU, 1951)


36. BLADE RUNNER
  Ridley Scott (EEUU, 1982)


37. EL PLANETA DE LAS TORMENTAS (Planeta Bur)
Pavel Klushantsev (URSS, 1962)


38. ROSA MAGNÉTICA (Memorîzu: Kanojo no Omoide)
Kōji Morimoto (JAP, 1995). Animación. Mediometraje


39. LA VIDA FUTURA (Things to Come)
William Cameron Menzies (GB, 1936)


40. CARTAS DE UN HOMBRE MUERTO (Pisma Myortvogo Cheloveka)  
Konstantin Lopushansky (URSS, 1986)


41. UNA INVENCIÓN DIABÓLICA (Vynález Zkázy)
Karel Zeman (CHE, 1958)


42. ¿QUÉ SUCEDIÓ ENTONCES? (QUATERMASS 3) (Quatermass and the Pit)
Roy Ward Baker (GB, 1967)


43. THE END OF AUGUST AT THE HOTEL OZONE (Konec Srpna v Hotelu Ozon)
Jan Schmidt (CHE, 1967)


44. MORNING PATROL (Proini Peripolos)
Nikos Nikolaidis (GRE, 1987)


45. TARÁNTULA (Tarantula)
Jack Arnold (EEUU, 1955)

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46. ENGENDRO MECÁNICO (Demon Seed)
Donald Cammell (EEUU, 1977)


47. EL MONSTRUO DE LOS TIEMPOS REMOTOS (The Beast from 20,000 Fathoms)
Eugène Lourié (EEUU, 1953)


48. EL HOMBRE ANFIBIO (Chelovek-Amfibiya)  
Vladimir Chebotaryov & Gennadi Kazansky (URSS, 1962)


49. EL HOMBRE QUE PODÍA ENGAÑAR A LA MUERTE (The Man Who Could Cheat Death)
Terence Fisher (GB, 1959)


59. LA ISLA DE LAS ALMAS PERDIDAS (Island of Lost Souls)
Erle C. Kenton (EEUU, 1932)


51. SUCESOS EN LA CUARTA FASE (Phase IV)
Saul Bass (GB/EEUU, 1974)


52. TERROR EN EL ESPACIO (Terrore nello Spazio)
Mario Bava (ITA/ESP, 1965)

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53. N.N. 23 (Mañana puede ser verdad – TV)
Narciso Ibáñez Serrador (ESP, 1965)


54. EL TESTAMENTO DEL DOCTOR CORDELIER (Le Testament du Docteur Cordelier)
Jean Renoir (FRA, 1959)

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55. EDICTO SIGLO XXI: PROHIBIDO TENER HIJOS (Z.P.G. – Zero Population Growth)
Michael Campus (EEUU, 1972)


56. QUÉ DIFÍCIL ES SER UN DIOS (Trydno Byt Bogom)
Aleksey German (RUS, 2013)


57. MONSTRUOS DE PIEDRA (The Monolith Monsters)
John Sherwood (EEUU, 1957)


58. EL HUEVO DEL ÁNGEL (Tenshi no Tamago)
Mamoru Oshii (JAP, 1985). Animación


59. VIAJE CÓSMICO (Kosmicheskiy reys: Fantasticheskaya Novella)
Vasili Zhuravlyov (URSS, 1936)


60. O-BI, O-BA: EL FIN DE LA CIVILIZACIÓN (O-bi, O-ba – Koniec Cywilizacji)
Piotr Szulkin (POL, 1985)


61. PLAN DIABÓLICO (Seconds)
John Frankenheimer (EEUU, 1966)


62. AELITA
Yakov Protazanov (URSS, 1924)


63. VINIERON DEL ESPACIO (aka LLEGÓ DEL MÁS ALLÁ) (It Came from Outer Space)
Jack Arnold (EEUU, 1953)


64. BIPEDALISM (Pryamokhozhdenie)
Yevgeny Yufit (RUS/HOL, 2005)


65. INVASIÓN
Hugo Santiago (ARG, 1969)


Mención extra: TETSUO, EL HOMBRE DE HIERRO (Tetsuo)
Shinya Tsukamoto (JAP, 1989)


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TOP 15 Ingmar Bergman


INGMAR BERGMAN (Upsala, Suecia, 1918 – Fårö, Suecia, 2007)
Guionista y director de cine y teatro. Maestro en escudriñar el alma humana



 «Ningún arte traspasa nuestra consciencia de la misma forma que lo hace el cine, tocando directamente nuestras emociones,
profundizando en los oscuros habitáculos de nuestras almas»

Ingmar Bergman


1. PASIÓN
(En Passion, 1969)


2. PERSONA
(Persona, 1966)

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3. LOS COMULGANTES
(Nattvardsgästerna, 1963)


4. EL SÉPTIMO SELLO
(Det Sjunde Inseglet, 1957)


5. EL MANANTIAL DE LA DONCELLA
(Jungfrukällan, 1960)

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6. LA HORA DEL LOBO
(Vargtimmen, 1968)


7. EL SILENCIO
(Tystnaden, 1963)

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8. GRITOS Y SUSURROS
(Viskningar och Rop, 1972)


9. LA VERGÜENZA
(Skammen, 1968)

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10. FANNY Y ALEXANDER
(Fanny och Alexander, 1982)


11. FRESAS SALVAJES
(Smultronstället, 1957)

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12. SECRETOS DE UN MATRIMONIO
(Scener ur ett Äktenskap, 1973)


13. SONATA DE OTOÑO
(Höstsonaten, 1978)

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14. SARABAND (TV)
(Saraband, 2003)

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15. CARA A CARA
(Ansikte mot Ansikte, 1976)

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Mención extra: DE LA VIDA DE LAS MARIONETAS
(Aus dem Leben der Marionetten, 1980)

DE LA VIDA


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