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TOP 55 Fantaterror español


1. ARREBATO
Iván Zulueta, 1979


2. NO PROFANAR EL SUEÑO DE LOS MUERTOS
Jorge Grau, 1974


3. ¿QUIÉN PUEDE MATAR A UN NIÑO?
 Narciso Ibáñez Serrador, 1976


4. LA SEMANA DEL ASESINO
Eloy de la Iglesia, 1972


5. UNA VELA PARA EL DIABLO
Eugenio Martín, 1973


6. GRITOS EN LA NOCHE
Jesús Franco, 1962


7. EL RETORNO DEL HOMBRE LOBO
Jacinto Molina, 1980


8. LA CAMPANA DEL INFIERNO
Claudio Guerín, 1973


9. LA LLAMADA
Javier Setó, 1965


10. PÁNICO EN EL TRANSIBERIANO
Eugenio Martín, 1972


11. LA NOCHE DE WALPURGIS
León Klimovsky, 1971


12. EL JOROBADO DE LA MORGUE
Javier Aguirre, 1972


13. ESCALOFRÍO
Carlos Puerto, 1978


14. LA MARCA DEL HOMBRE LOBO
Enrique López Eguiluz, 1968


15. EL HUERTO DEL FRANCÉS
Jacinto Molina, 1977


16. LA RESIDENCIA
Narciso Ibáñez Serrador, 1969


17. MISS MUERTE
Jesús Franco, 1966


18. EL BOSQUE DEL LOBO
Pedro Olea, 1970


19. LOS RITOS SEXUALES DEL DIABLO
José Ramón Larraz, 1982


20. MIL GRITOS TIENE LA NOCHE
Juan Piquer Simón, 1982


21. ESTIGMA
José Ramón Larraz, 1980


22. EL TELEVISOR (TV)
Narciso Ibáñez Serrador, 1974


23. EL ASESINO DE MUÑECAS
Miguel Madrid, 1975


24. VAMPIR, CUADECUC
Pere Portabella, 1970. Docuficción


25. LA NOCHE DEL TERROR CIEGO
Amando de Ossorio, 1971


26. ANGUSTIA
Bigas Luna, 1987


27. EL CAMINANTE
Jacinto Molina, 1979


28. LA MANO DE UN HOMBRE MUERTO
Jesús Franco, 1962


29. LOS OJOS AZULES DE LA MUÑECA ROTA
Carlos Aured, 1973


30. CONDENADOS A VIVIR
Joaquín Luis Romero Marchent, 1972


31. EL SECRETO DEL DR. ORLOFF
Jesús Franco, 1964


32. TRAS EL CRISTAL
Agustí Villaronga, 1986


33. LA ORGÍA DE LOS MUERTOS
José Luis Merino, 1973


34. MARTA
José Antonio Nieves Conde, 1971


35. EL RETORNO DE WALPURGIS
Carlos Aured, 1973


36. HIPNOSIS
Eugenio Martín, 1962


37. EL ESPANTO SURGE DE LA TUMBA
Carlos Aured, 1972


38. ODIO MI CUERPO
León Klimovsky, 1974


39. LA ÚLTIMA SEÑORA ANDERSON
Eugenio Martín, 1971


40. LA NOVIA ENSANGRENTADA
Vicente Aranda, 1972


41. LA MANSIÓN DE LA NIEBLA
Francisco Lara Polop, 1972


42. LARGO RETORNO
Pedro Lazaga, 1975


43. EL VIAJE AL MÁS ALLÁ
Sebastián D’Arbó, 1980


44. EL COLEGIO DE LA MUERTE
Pedro Luis Ramírez, 1975


45. LA CARA DEL TERROR
Isidoro M. Ferry & William J. Hole Jr., 1962


46. EL SONIDO DE LA MUERTE
José Antonio Nieves Conde, 1965


47. LA CAPILLA ARDIENTE
Carlos Puerto, 1980


48. AL OTRO LADO DEL ESPEJO
Jesús Franco, 1973


49. INQUISICIÓN
Jacinto Molina, 1976


50. OTRA VUELTA DE TUERCA
Eloy de la Iglesia, 1985


51. VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA
Juan Piquer Simón, 1976


52. LAS GARRAS DE LORELEI
Amando de Ossorio, 1974


53. ÚLTIMO DESEO
León Klimovsky, 1976


54. EL PANTANO DE LOS CUERVOS
Manuel Caño, 1974


55. CEREMONIA SANGRIENTA
Jorge Grau, 1973


Mención extra: LA TORRE DE LOS SIETE JOROBADOS
Edgar Neville, 1944


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TOP 45 Religión


 «Llevamos una vida normal, sencilla, y noticias espantosas alteran nuestra paz.
Nos abruma el sentido de las cosas y Dios se hace distante. Me siento impotente»

el reverendo Thomas/Gunnar Björnstrand


1. ORDET (LA PALABRA) (Ordet)
Carl Theodor Dreyer (DIN, 1955)


2. LA PASIÓN DE JUANA DE ARCO (La Passion de Jeanne d’Arc)
Carl Theodor Dreyer (FRA, 1928)


3. LOS COMULGANTES (Nattvardsgästerna)
Ingmar Bergman (SUE, 1963)


4. EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (Il Vangelo secondo Matteo)
Pier Paolo Pasolini (ITA/FRA, 1964)


5. SACRIFICIO (Offret)
Andréi Tarkovski (SUE, 1986)


6. EL SÉPTIMO SELLO (Det Sjunde Inseglet)
Ingmar Bergman (SUE, 1957)


7. DIARIO DE UN CURA RURAL (Journal d’un Curé de Campagne)
Robert Bresson (FRA, 1951)


8. FARAÓN (Pharaoh)
Jerzy Kawalerowicz (POL, 1966)


9. NAZARÍN
Luis Buñuel (MEX, 1959)


10. MUJO (THIS TRANSIENT LIFE) (Mujo)
Akio Jissoji (JAP, 1970)


11. DIES IRAE (Vredens Dag)
Carl Theodor Dreyer (DIN, 1943)


12. ANDREI RUBLEV
Andréi Tarkovski (URSS, 1966)


13. EL VALLE DE LAS ABEJAS (Údolí Vcel)
František Vláčil (CHE, 1968)


14. DIOS Y EL DIABLO EN LA TIERRA DE SOL (Deus e o Diabo na Terra do Sol)
Glauber Rocha (BRA, 1964)


15. BECKET
Peter Glenville (GB/EEUU, 1964)


16. EL MANANTIAL DE LA DONCELLA (Jungfrukällan)
Ingmar Bergman (SUE, 1960)


17. MARTILLO PARA LAS BRUJAS (Kladivo na Carodejnice)
Otakar Vávra (CHE, 1970)


18. ¿POR QUÉ MARCHÓ BODHI-DHARMA HACIA EL ORIENTE? (Dharmaga tongjoguro kan kkadalgun)
Bae Yong-kyun (KOR, 1989)


19. MADRE JUANA DE LOS ÁNGELES (Matka Joanna od Aniolów)
Jerzy Kawalerowicz (POL, 1961)


20. VIRIDIANA
Luis Buñuel (ESP/MEX, 1961)


21. MAHOMA, EL MENSAJERO DE DIOS (Al-risâlah)
Moustapha Akkad (LBY, 1976). Versión árabe


22. EL PROCESO DE JUANA DE ARCO (Procès de Jeanne d’Arc)
Robert Bresson (FRA, 1962)


23. JESÚS DE NAZARET (Jesus of Nazareth) (TV)
Franco Zeffirelli (GB/ITA, 1977)


24. LA HERENCIA DEL VIENTO (Inherit the Wind)
Stanley Kramer (EEUU, 1960)


25. EL HOMBRE DE MIMBRE (The Wicker Man)
Robin Hardy (GB, 1973)


26. LÉON MORIN, SACERDOTE (Léon Morin, Prêtre)
Jean-Pierre Melville (FRA/ITA, 1961)


27. BARRABÁS (Barabba)
Richard Fleischer (ITA, 1961)


28. YO CONFIESO (I Confess)
Alfred Hitchcock (EEUU, 1953)


29. EL RUEGO (Vedreba)
Tengiz Abuladze (URSS, 1967)


30. CORPUS CHRISTI (Boże Ciało)
Jan Komasa (POL/FRA, 2019)


31. FRANCISCO, JUGLAR DE DIOS (Francesco Giullare di Dio)
Roberto Rossellini (ITA, 1950)


32. LOS DIEZ MANDAMIENTOS (The Ten Commandments)
Cecil B. DeMille (EEUU, 1956)


33. LUZ SILENCIOSA (Stellet Licht)
Carlos Reygadas (MEX/HOL/FRA/ALE, 2007)


34. LA ÚLTIMA TENTACIÓN DE CRISTO (The Last Temptation of Christ)
Martin Scorsese (EEUU, 1988)


35. EL PAGADOR DE PROMESAS (O Pagador de Promessas)
Anselmo Duarte (BRA/POR, 1962)


36. GIORDANO BRUNO
Giuliano Montaldo (ITA/FRA, 1973)


37. LA ISLA (aka EXORCISMO) (Ostrov)
Pavel Lungin (RUS, 2006)


38. PRIMAVERA, VERANO, OTOÑO, INVIERNO… Y PRIMAVERA (Bom yeoreum gaeul gyeoul geurigo bom)
Kim Ki-duk (KOR/ALE, 2003)


39. DE DIOSES Y HOMBRES (Des Hommes et des Dieux)
Xavier Beauvois (FRA, 2010)


40. EL PÁJARO DE ARCILLA (Matir Moina)
Tareque Masud (BGD, 2002)


41. CAMINO DE LA CRUZ (Kreuzweg)
Dietrich Brüggemann (ALE, 2014)


42. SILENCIO (Chinmoku)
Masahiro Shinoda (JAP, 1971)


43. CEDDO
Ousmane Sembene (SEN, 1977)


44. GETT: EL DIVORCIO DE VIVIANE AMSALEM (Gett, the Trial of Viviane Amsalem)
Ronit Elkabetz & Shlomi Elkabetz (ISR/FRA/ALE, 2014)


45. JERICÓ
Luis Alberto Lamata (VEN, 1990)


Mención extra: EL EXORCISTA (The Exorcist)
William Friedkin (EEUU, 1973)


 

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La pintura en el cine de Andréi Tarkovski (II)


4. En EL ESPEJO. URSS, 1975. 107 min. C


El Espejo es la obra más personal, compleja e importante para Andrei Tarkovsky, ya que está construida a partir de sus recuerdos, sueños y sentimientos conectados con las personas más cercanas. La película no mantiene una linealidad narrativa, sino únicamente retazos de acontecimientos que van componiendo el mundo íntimo del cineasta (con Alekséi y su voz en off como alter ego). El Espejo bascula entre el mundo onírico y romántico. Por ello, al margen de la admitida influencia del binomio Leonardo da VinciPieter Brueghel, contiene otras referencias pictóricas. Por un lado, la estética surrealista y de ensoñación, que queda patente en la bella escena que tiene lugar cuando Margarita Terekhova levita sobre la cama, estampa que retrotrae al universo de Salvador Dalí (1904-1989), del que Tarkovsky habla en distintas entrevistas. El director admiraba a los pintores surrealistas como artistas que representan la realidad subjetiva y reflejan las limitaciones del arte en la transmisión de «verdad» o «realismo».


La escena de la levitación


Por otro lado, la consideración de Tarkovsky como uno de los últimos románticos. Los filmes de Tarkovsky representan al hombre frente a la inmensa Naturaleza, aproximándose visualmente y en espíritu a algunos pintores paisajistas románticos (El Espejo y Nostalgia son perfectos ejemplos), especialmente al alemán Caspar D. Friedrich (1774- 1840). El director comparte con él el retrato de seres solitarios, con sus conflictos internos, formando parte de un todo que es la Naturaleza (con la presencia constante de los cuatro elementos básicos y divinos: tierra, fuego, agua y aire). De ahí que el historiador Christopher John Murray nos hable refiriéndose a Friedrich de que «dirige la mirada del espectador hacia su dimensión metafísica», algo que podríamos hacer extensivo a Tarkovsky. Los encuadres centrados y la carga de nostalgia de algunas instantáneas de El Espejo, donde los personajes miran a la lejanía del paisaje mientras sopla el viento, vislumbran ese mundo de tensa calma que frecuentaban los pintores románticos.


Margarita Terekhova mirando al horizonte


El auténtico correlato pictórico del filme es, no obstante, Leonardo da Vinci (14521519), el polímata florentino del Renacimiento. Leonardo fue el maestro espiritual y pintor predilecto de Andrei Tarkovsky, junto a Piero della Francesca. El director lo admirada «por saber observar un objeto desde fuera». El Espejo, que se mezcla con la estética del artista, también es un homenaje a su figura. En un momento de la película, mientras espera bajo la arboleda que rodea la casa, Ignat repasa una enciclopedia de pintura en la que aparecen reproducciones de obras de Leonardo da Vinci, acompañadas de otras de Rafael y Arcimboldo. De Leonardo podemos ver: La Belle Ferronière; Santa Ana, la Virgen y el niño Jesús bendiciendo a San Juan Bautista; La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana; La Gioconda; La Adoración de los Magos (cuadro clave en su último filme Sacrificio), y otras.


La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana

Cabeza de Cristo. Bosquejo para La Última Cena

Bosquejo de una cabeza femenina


En otro episodio de El Espejo, más avanzado el metraje y justo antes de que Tarkovsky nos enseñe en primer plano, de repente, el Retrato de Ginebra de Benci, de Leonardo da Vinci, volveremos a ver a Ignat mirando la vieja enciclopedia de trabajos del pintor italiano, quedando en esta ocasión el libro abierto en la reproducción del famoso Autorretrato del pintor italiano dibujado en tiza roja alrededor del año 1513.


Autorretrato de Leonardo da Vinci, en El Espejo

Autorretrato de Leonardo


El amor de Tarkovsky por Leonardo da Vinci se pone otra vez de manifiesto al comparar el propio director la imagen de Margarita Terekhova, la protagonista de El Espejo, con el Retrato de Ginebra de Benci, también conocido como Retrato de Mujer Joven ante un Enebro (1474-1476), para enfatizar la personalidad inquietante y atractiva de ambas mujeres. Esa dualidad es la que Tarkovsky vio en su propia madre, Maria Tarkovskaya. El cuadro actúa como símbolo de la película, concebida originalmente por su autor como una confesión materna que debía responder a las preguntas del hijo. Y no solo por la similitud física de Margarita Terekhova (la madre) con la mujer retratada (una dama de Florencia de la clase aristocrática del siglo XV), sino especialmente por ser representaciones de la ambivalencia. Hacia mitad del filme, la cámara muestra durante unos instantes, otra vez utilizando el autor la «cita literal» de la obra de arte, el Retrato de Ginebra de Benci completo.

Tarkovsky explicó al respecto de la analogía: «Es imposible describir la impresión última que nos causa ese retrato. Ni siquiera es posible decir con determinación si a uno le gusta o no le gusta esa mujer, si le resulta antipática o desagradable. Nos atrae y a la vez nos repele. Hay en ella algo inexplicablemente bello y algo declaradamente diabólico que nos asusta. Algo diabólico no en el sentido de la atracción romántica. Algo que, simplemente, está más allá del bien y del mal. Una magia de signo negativo que encierra algo degenerado y, sin embargo, bello. En ‘El Espejo’ utilizamos ese retrato, por una parte, para introducir en los acontecimientos la dimensión de lo eterno. Pero, por otra parte, estaba pensado como contrapunto a la protagonista de la película, puesto que Margarita Terekhova, que hacía ese papel, también puede ser a la vez atractiva y atemorizante». 


Retrato de Ginebra de Benci

Margarita Terekhova, la madre


En El Espejo, en un primer borrador titulada Un Día Blanco, Blanquísimo, hay escenas que remiten a otros filmes anteriores de su director. Igual que en Solaris, la infancia se presenta utilizando la atmósfera de Pieter Brueghel el Viejo, como en la secuencia de la instrucción militar en la nieve cuando el niño aparece en primer plano con un lago helado y patinadores al fondo, mientras el poeta Arseni Tarkovsky, padre de Andrei, acaba de recitar su poema Vida, Vida. Nuevamente el pintor flamenco influyendo en una obra del cineasta, en parte por el carácter costumbrista de sus trabajos. Los encuadres, la composición del plano y el paisaje nevado con niños, trineos, árboles y pájaros recuerdan a Paisaje Nevado con Patinadores y Trampa para Pájaros y Los Cazadores en la Nieve (el cuadro que servía al cosmonauta Kris como nexo con la Tierra), ambos pintados por Brueghel en 1565.

Pese a ello, el método utilizado por Tarkovsky en El Espejo es diferente del de Solaris, donde con sus suaves movimientos de cámara escudriñando los detalles de una imagen fija como es el cuadro «traslada el tiempo del cine a la pintura» (Aguilar G.), mientras en El Espejo es casi lo contrario, reconstruyendo la cámara con vista amplia el lienzo y su composición. En esa especie de frontera entre pintura en movimiento y cine estático Tarkovsky hallaba parte de su poética, buscando darle vida a la imagen, ya sea cinematográfica o pictórica.


Paisaje Nevado con Patinadores y Trampa para Pájaros

El Espejo


Los Cazadores en la Nieve

El Espejo


«Algunos de los encuadres están claramente inspirados en la pintura de Brueghel: el muchacho, la figura de los hombres, la nieve, los árboles desnudos, el río al fondo… Construí este encuadre de un modo completamente consciente, deliberadamente. Y no con el propósito de robar esa idea o de hacerme pasar por culto, sino para testimoniar mi amor por Brueghel, mi dependencia de él, el surco profundo que ha dejado en mi vida»

Andrei Tarkovsky


Tarkovsky introduce asimismo imágenes y planos detalle que se asemejan a verdaderos bodegones. Como en muchas de las bellas instantáneas de Polaroid que realizó, evidenciando su pasión también por la fotografía, el director ruso cuida con mimo la luz tenue que entra por la ventana y las sombras de los objetos en penumbra, así como la disposición de los elementos sobre la mesa; con ello evoca el recuerdo, la infancia y la nostalgia del hogar. Jarrones de cristal llenos de leche, tanto en la casa del médico de El Espejo (cuya mujer es interpretada por la esposa de Tarkovsky), en la que el líquido se derrama ante la mirada del hambriento Ignat, de pies descalzos, como en la más lujosa de Sacrificio.


Polaroid de Tarkovsky


La Trinidad de Andrei Rublev aparece nuevamente (y por última vez en la filmografía de Tarkovsky, por los menos de forma literal) en El Espejo, en esta ocasión en una escena en la que se ve colgado de una pared de la casa de Alekséi un póster de la película Andrei Rublev con una imagen del amarillento icono estampada. Si en dicha cinta el cineasta mostró la pasión del pintor ruso, en El Espejo muestra su propia pasión. Como Rublev, Andrei Tarkovsky esperaba deshacerse de los recuerdos dolorosos del pasado.


La Trinidad, en El Espejo


5. En STALKER. URSS, 1979. 161 min. C.


Stalker no tiene un referente en la pintura tan claro y directo como el resto de películas de Tarkovsky, si bien aquel podría ser la figura de Juan el Bautista pintada por los flamencos Hubert y Jan van Eyck (1390-1441), reproducción que aparece sumergida junto a objetos cotidianos en proceso de corrosión en el sueño del stalker. El filme, basado en una novela de ciencia ficción de los hermanos Strugatski, es uno de los más apabullantes, desencantados y filosóficos de la historia del cine. Es una metáfora existencial sobre la Humanidad con tres seres en «crisis interior» el guía stalker, el Profesor y el Escritor que se adentran en la Zona, un no-lugar en cuyo centro se halla un santuario que tiene el poder de realizar los deseos más íntimos del ser humano, algo que los visitantes no alcanzarán debido a la indignidad e insuficiencia del «yo» para ser merecedor de tan preciado tesoro. En el aspecto visual, el paisaje en ruinas y brumoso de la Zona, perfecto correlato de la ofuscación mental del trío protagonista, recuerda como en El Espejo y especialmente en Nostalgia al retratado en los cuadros de Caspar D. Friedrich (1774-1840) y otros pintores de gusto romántico que observaron la Naturaleza, también, como paisaje interior.



«La ruina visual dignifica la conciencia. El hombre está más desnudo entre la ruina, su palabra resuena con mayor intensidad»

Antonio Mengs


En su quinta película la última soviética que realizó Andrei Tarkovsky vuelve a retomar igual que en Andrei Rublev, Solaris y El Espejola genial Trinidad del monje santo Andrei Rublev, icono esencial del arte ruso que se relaciona con la escena bíblica del encinar de Mambré (Gén. 18, 1-10), donde la mesa se vuelve simbólicamente altar que vincula a las personas sagradas (el ángel del centro corresponde a Cristo mientras que los que lo circundan corresponden al Padre y al Espíritu Santo). Esta vez, sin embargo, la conexión no la articula desde un punto de vista pictórico, sino que la representa en las diferentes estampas del trío protagonista, y no desde la armonía, la fraternidad y la unidad de Rublev, más bien al contrario devorada por la discordia y el enfrentamiento. Un ejemplo es la escena del bar en la que se ve la (afligida) trinidad stalkeriana Guía/Aleksander Kaidanovski, Profesor/Nicolay Grinko y Escritor/Anatoly Solonitsin a su regreso de la Zona, reunida alrededor de una mesa.


La Trinidad

La trinidad en Stalker


La estética post-apocalíptica y decadente de Stalker es utilizada por Tarkovsky, gran admirador del Libro del Apocalipsis de San Juan, o Libro de la Revelación, para destacar, precisamente, el Apocalipsis, tema ya presente en La Infancia de Iván y en otras de sus películas, si bien ahora también tratando de encontrar la Salvación. En efecto, la Zona, aunque mantiene la ruina visual y las huellas del «desastre», es un lugar de esperanza, de «milagros» y «revelaciones», entendidas estas como manifestaciones de verdades o secretos ocultos. En su sueño, el stalker «ve» la devastación y sus causas –armas, dinero, jeringuillas, piezas de reloj oxidadas– por debajo del agua (en el inconsciente tal vez). En el largo y sublime travelling cenital, después de que la voz en off de la mujer del Guía lea un fragmento del Apocalipsis, también aparecen, junto a los objetos sumergidos, un fragmento de Los Tres Árboles (1643), de Rembrandt van Rijn, y la más significativa imagen de Juan el Bautista pintada por los hermanos Jan van Eyck (1390-1441) y Hubert van Eyck.


Los Tres Árboles

El sueño del stalker


La figura de Juan el Bautista de los pintores flamencos van Eyck forma parte del retablo La Adoración del Cordero Místico, o Altar de Gante, un políptico que reproduce un episodio, no casualmente, del Apocalipsis (7:9-17, en el que las multitudes se reúnen en torno al cordero). Es el predicador anunciando el Apocalipsis, si bien asimismo anticipa una nueva llegada. En ese sentido, el stalker que lleva a los desesperanzados a la Zona, como Juan el Bautista, sería el guía de la Luz y quien trata de hacer ver que la Salvación, pese a la travesía apocalíptica de la Humanidad, existe. Una suerte de «Dios loco», como Domenico en Nostalgia y Alexander en Sacrificio.


El sueño del stalker


«El Stalker no es simplemente el guía de un tour por la Zona, él es también un guía espiritual. El hombre santo-loco que no puede dejar de predicar, y en el que la mayoría de sus monólogos conllevan un claro mensaje religioso. Su punto de vista tiene la forma de la tradición taoísta, pero su mansa filosofía de la no-violencia está infusa con temas visionarios apocalíptico-transfigurativos»

Nariman Skakov


En el Evangelio según San Juan (que fue discípulo de San Juan Bautista) podemos leer: «Hubo un hombre enviado por Dios que se llamaba Juan. Vino como testigo para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz». El siguiente testimonio es el que dio Juan el Bautista cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes para preguntarle: «¿Quién eres tú?». Él afirmó: «Yo no soy el Mesías». De nuevo le preguntaron: «¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?». Él respondió: «No lo soy». «¿Eres el profeta?». Respondió: «No». Le dijeron: «Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?». Juan les contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías». Los fariseos enviados le preguntaron: «Entonces ¿por qué bautizas si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias» (Jn 1,6-8.19-28).


Juan el Bautista, del retablo Altar de Gante


Las referencias cristianas en Stalker ayudan a Andrei Tarkovsky a transmitir una de las ideas principales del filme: la necesidad de contrarrestar lo material con lo espiritual. Es la imagen salvadora de Juan el Bautista frente a las armas, monedas y otros objetos que nos precipitan hacia el Apocalipsis. El enfoque, por tanto, no es solo pictórico. Decía Tarkovsky: «Si la Humanidad se prepara es posible prevenir el Apocalipsis, pero personalmente no creo de ningún modo que la humanidad quiera prepararse. El hombre moderno lo niega todo. Sí, estoy hablando acerca de una crisis espiritual: la falta de espiritualidad en este mundo debe ser confrontada y por ello el Apocalipsis está creando, de algún modo, un equilibrio espiritual…».


«La Humanidad quedó atrapada, pero es necesario tener fe en que será posible encontrar la salida»

Alberto Moravia


6. En NOSTALGIA. Italia/URSS, 1983. 125 min. C.


Para encontrar el «modelo» de cara a su primera película extranjera, Andrei Tarkovsky viajó por Italia con el guionista Tonino Guerra, creándose durante el camino el documental Tempo di Viaggio. El director entendía que una fuerte sensación de nostalgia es inherente a todas las personas rusas que están lejos de casa, sentimiento que le embargaba a él al rodar fuera de su amada patria. En la brumosa y misteriosa Italia, Tarkovsky trató de hallar esa belleza metafísica que se encuentra detrás de la simplicidad de la naturaleza rusa. Durante el viaje, el cineasta visitó muchas ciudades, museos, monumentos y ruinas, al tiempo que rechazó muchos iconos y frescos que le sugirieron para el filme.

Finalmente, Nostalgia incluye solo La Virgen del Parto (La Madonna del Parto), un fresco pintado hacia 1460 por el renacentista Piero della Francesca (1415-1492), gran cultivador de la perspectiva y simetría. El tema de la Virgen embarazada, menos frecuente que la Virgen con el Niño, se desarrolló en Italia, principalmente en la mágica Toscana (donde transcurre la historia) desde mediados del siglo XIV. La Virgen del Parto, filmada en la aldea Monterchi (Arezzo), representa a María de pie en posición frontal, con actitud hierática y visiblemente embarazada. El fresco estuvo destinado a una pared de la antigua iglesia de Santa María de Nomentana o Santa María en Silvis y, en su momento, se convirtió en un lugar de peregrinación para las mujeres a punto de dar a luz, que oraban por tener un buen parto.


La Virgen del Parto


«Madonna del Parto, de Piero della Francesca, en Monterchi. Ninguna de las reproducciones puede transmitir su belleza. El cementerio en la frontera de la Toscana y Umbría. Cuando la gente quería trasladar la Madonna al museo, las mujeres locales comenzaron a protestar y defenderla»

Nota en el diario de Tarkovsky


El protagonista de la película, Andrei Gorchakov (Oleg Jankovsky), alter ego del director, es un afligido escritor y poeta ruso que siente añoranza de su tierra natal y se encuentra en Italia investigando la vida del compositor ucraniano Pavel Sosnovski. Al comienzo de Nostalgia, a través de un plano-secuencia excepcional en medio de la niebla, vemos que Eugenia (Domiziana Giordano), la traductora que le acompaña en el periplo, ha llevado a Andrei en coche a una iglesia perdida para mostrarle La Virgen del Parto. «Es una pintura maravillosa. Lloré la primera vez que la vi», dice la mujer, a lo que el escritor, rechazando su ofrecimiento y en términos de obra de arte, contesta: «Estoy cansado de ver tus bellezas, me cansa, no deseo nada que no sea solo para mí».


Las mujeres encinta orando a La Madonna del Parto, en Nostalgia


Eugenia sí entra en la capilla y mira detenidamente el fresco rodeado de velas ubicado en uno de sus muros interiores, el cual poco a poco adquirirá su significado religioso. La Virgen del Parto, que introduce la escena de las mujeres encintas que rezan, está parcialmente vinculado a la traductora, una mujer voluble que busca el amor ante el temor de la soledad y desea tener un bebé. Pese a ello, el cuadro se refiere principalmente a Gorchakov, tal y como nos advierte el mismo Tarkovsky mediante la técnica de la «sustitución de espacio» cuando mientras toma un primer plano de la cara de la Madonna salta bruscamente sobre la cara del poeta, aunque la pintura y éste están en lugares distintos.


La Madonna e inmediatamente Andrei


Si en Andrei Rublev y en algunas instantáneas de El Espejo los motivos, la minuciosidad de la puesta en escena y ciertos encuadres remitían al pintor flamenco Brueghel el Viejo, en Nostalgia se mezclan las texturas y composiciones triangulares del Renacimiento con la atmósfera melancólica que respiran los lienzos de Caspar D. Friedrich (1774-1840), pintor que ya estaba presente en Stalker y El Espejo. El principal interés de Friedrich era la Naturaleza y ubicar al ser humano, con sus conflictos internos, empequeñecido frente a su inmensidad, todo muy del gusto del Romanticismo alemán. Los paisajes alegóricos del pintor alemán ilustran cielos tormentosos, nieblas matinales y ruinas góticas y muestran el valor romántico de lo sublime. Igual que la fantasmal Toscana por donde la cámara de Tarkovsky se pasea suavemente, depositaria de una belleza ruinosa y encharcada, casi metafísica; o la última escena de la película, en la que el director emplea un plano largo excelso para mostrar al solitario Gorchakov, junto al perro, engullido por el paisaje.


Nostalgia

Las Ruinas de Eldena (Caspar D. Friedrich, 1825)


En el sentido expuesto, –a salvo La Madonna del Parto, pintura que en Nostalgia trasciende lo puramente estético–, podemos pensar en otros pintores paisajistas del siglo XIX, como los franceses Jean-Baptiste Camille CorotJean-François Millet y otros pertenecientes a la denominada Escuela de Barbizon, los cuales mantienen un estilo realista pero de entonación romántica en su representación de la Naturaleza, fiel reflejo del alma humana y poseedora de calidades dramáticas perceptibles. Millet afirmaba que sentía en la Naturaleza más de lo que los sentidos le daban. Es la pintura, en Andrei Tarkovsky, actuando como un referente de la escena y evocadora de una belleza que no está a su alcance. El cineasta, como ya hiciera en El Espejo, también se recrea en bodegones y espacios de naturaleza muerta con objetos en penumbra que evocan el paso del tiempo, la nostalgia y la añoranza del hogar.


La naturaleza muerta, en Nostalgia


Del mismo modo que en Stalker y Sacrificio, la pintura para Tarkovsky indica un papel especial del héroe, continuando así el tema del Sacrificio y la Salvación. Para Tarkovsy solo la fe y el sacrificio pueden salvar a la Humanidad del Apocalipsis, anunciado, con variantes, por el guía de la Zona, por Alexander y en Nostalgia por Domenico (Erland Josephson), el outsider tachado de loco que reivindica el sentido espiritual frente al materialismo. En Nostalgia asistimos a dos actos de sacrificio o fe protagonizados por el loco y el poeta. Por un lado, el incomprendido Domenico, que se prende en llamas en la plaza. Por otro, la acción de fe infinita de Gorchakov, que pretende atravesar una piscina con una vela encendida para salvar al mundo. Y por encima de todos, la imagen de la Madonna de La Virgen del Parto, del cuatrocentista Piero della Francesca, que está esperando el nacimiento del Salvador.


El sacrificio de Domenico


«Habrá vida y Dios nacerá y la fe renacerá»

Francis Furtaj


7. En SACRIFICIO. Suecia, 1986. 145 min. C


La última película de Tarkovsky es Sacrificio, la culminación de su teoría-práctica cinematográfica y la idea del Sacrificio en el arte y la vida; para muchos su mejor filme, poseedor de una puesta en escena y unos planos-secuencia de todo punto sublimes. La aparición del cuadro La Adoración de los Magos (1481) de su admirado Leonardo da Vinci (1452-1519), filmado como homenaje o espejo, constituye la cita más extensa e inusual de una obra de arte en su trayectoria. La pintura representa a la Virgen María con el Niño Jesús en brazos, ambos de frente y formando un triángulo con los Reyes Magos, que, arrodillados en adoración, traen al recién nacido regalos: oro, incienso y mirra. El significado espiritual de Sacrificio se desarrollará, esencialmente, a partir de la obra del pintor renacentista y, en concreto, de cada uno de sus fragmentos, que darán lugar a episodios cinematográficos independientes. La Adoración de los Magos es el indubitado leitmotiv pictórico de Sacrificio; no solo es el fondo sobre el que se superponen los títulos de crédito iniciales durante más de cinco minutos, sino que encierra la historia misma de la película, manteniendo con ésta profundos diálogos: diferentes lenguajes con rasgos comunes.


La Adoración de los Magos


Desde el comienzo, La Adoración de los Magos juega un papel fundamental. El primer detalle que la cámara enfoca ocupando toda la pantalla, mientras suena el bello «Apiádate de mí Dios mío» de J. S. Bach, es la parte del cuadro en la que se ve cómo uno de los Reyes Magos se arrodilla y le da al Niño una copa de oro, anunciando su angustia y redención. En este capítulo ya se predice el destino de Alexander (Erland Josephson), su propio sacrificio. A fin de salvar a la Humanidad de la muerte, Alexander acabará por rechazar lo más amado que tiene y regalará a Dios todo lo que le une a la vida: familia, hogar, su hijo, hasta su propio ser. La llegada de su amigo Otto al cumpleaños, aunque menos trascendental que el de los magos, igualmente evoca la epifanía. Otto viene con un regalo para Alexander, quien le expresa su gratitud. El cartero objeta, insistiendo que «todos los regalos implican su pequeño sacrificio, que es lo que les da valor».

La obra La Adoración de los Magos del florentino Leonardo da Vinci es utilizada por Tarkovsky, fiel a su idea y principios, otra vez mediante el recurso de la «cita literal» de la obra de arte. Con ella, el realizador ruso continúa su particular trayecto pictórico-religioso comenzado en Stalker, cuando Juan el Bautista, que aparece durante el sueño del Guía, predice la aparición del Mesías; después en Nostalgia, donde la Madonna espera su nacimiento y, finalmente, eSacrificio, cuando el Salvador nace y recibe los regalos de los Reyes Magos. 


Detalle del Rey Mago dando una copa de oro al Niño, en Sacrificio


Finalizados los créditos, la cámara, escudriñadora como en Solaris, no abandona el lienzo y comienza a recorrer el árbol central sobre la cabeza de María en un movimiento vertical igual al que cierra el filme, cuando el hijo de Alexander se recuesta en la base del árbol que ha plantado con su padre (al principio de la película) y el encuadre se eleva hasta mostrar la copa con el mar al fondo. Tarkovsky pasa del árbol pintado por Leonardo da Vinci al árbol real; otra vez el creador cinematográfico comunicándose con el creador pictórico. En Sacrificio cada plano está filmado como un cuadro centrado, con perspectiva y profundidad a la manera renacentista, lo que permite que tengamos una visión global de lo que ocurre. A ello contribuye la fotografía en color de Sven Nykvist, que compone planos elegantes y melancólicos que ayudan a crear una atmósfera de belleza tenue y crepuscular similar a la de La Adoración de los Magos.


El padre y el niño plantando el árbol


También hacia el inicio de la película, durante el paseo por el campo, cuando amenaza tormenta y el niño se cae haciéndose sangre, Alexander tiene una breve visión en la que aparecen dos escaleras derruidas en un ambiente apocalíptico. Estas escaleras son muy similares a las dos del palacio en ruinas dibujadas en el célebre cuadro por Leonardo da Vinci. Al final de Sacrificio, en la escena de la levitación de Alexander y María, vuelven a aparecer las escaleras en otra visión, esta vez con gente corriendo y empujándose, recordando la confusión del fondo de La Adoración de los Magos.


Detalle de las escaleras en La Adoración de los Magos

Las escaleras en la primera visión de Alexander


Después del primer sueño de las escaleras, Andrei Tarkovsky nos muestra en primer plano diferentes reproducciones de iconos y pinturas religiosas impresas en un libro que le han regalado a Alexander por su cumpleaños (que coincide con el fin del mundo). Alexander lo mira con admiración y arrepentimiento, refiriendo la pérdida de fe en la civilización: «Fantástico. Es de una fineza increíble, qué inteligencia, y qué espiritualidad, qué inocencia ingenua, profunda y exorbitante al mismo tiempo. Increíble, parece una plegaria. Y ahora todo está perdido. Ya no sabemos cómo rezar».


El álbum de iconos que regalan a Alexander


El cineasta vuelve repetidamente a la La Adoración de los Magos, ya que además de ser el cuadro clave de la película es la imagen vidriada y enmarcada que cuelga de una de las paredes del estudio de Alexander, cada vez observada desde una óptica diferente, marcando un giro y profetizando momentos fatales. En otra ocasión, la cámara se detiene en el grupo de personas que se encuentra detrás de la figura de María y cuyas caras expresan sorpresa e incluso horror causado por eventos extraordinarios. Para Otto, que la mira por primera vez a través de un cristal, La Adoración de los Magos resulta tenebrosa: «Dios mío, ¡Qué aterrador es! Yo siempre he tenido mucho miedo de Leonardo», le dice a su amigo Alexander. Acto seguido el cartero se marcha y el protagonista se aproxima al lienzo, al tiempo que escucha la fatídica transmisión y noticias de la guerra inminente.


El reflejo de La Adoración de los Magos


Más adelante, en la secuencia en la que Otto obliga a Alexander a ir a ver a María para que le salve dada su «verdadera» naturaleza, el primero da por terminada la conversación confesando sus preferencias por Piero della Francesca, el pintor de La Virgen del Parto. Probablemente se está refiriendo, sin decirlo, a su trabajo La Adoración del Árbol Sagrado por la Reina de Saba, en el que el objeto de adoración no es el Niño Jesús, como en Leonardo da Vinci, sino un árbol (otra vez el árbol, también símbolo de crecimiento y fe). Dicha pintura forma parte, junto a El Encuentro entre Salomón y la Reina de Saba, del ciclo de frescos La Leyenda de la Verdadera Cruz (1452-1466), considerada la obra maestra de Della Francesca. Tras marchar Otto, Alexander se vuelve a acercar, dubitativo, a mirar La Adoración de los Magos. Los dos pintores, tanto Leonardo como Piero, fueron, según confesión propia, los pintores preferidos de Tarkovsky.


El final de Sacrificio


El mensaje de Sacrificio corona los pensamientos de Tarkovsky sobre todos sus filmes anteriores y muestra que la única forma de superar la catástrofe nuclear, el único camino para la salvación del mundo, es la fe y el sacrificio personal. En su cine, normalmente es el sacrificio lo que permite a los personajes con fe, seres incomprendidos y aislados, alcanzar su lugar en la existencia. El tema del Sacrificio, ya expuesto en Stalker Nostalgia y desarrollado ampliamente por el autor en sus diarios y en Esculpir en el Tiempo: «Es fácil responder, sin rodeos, a la pregunta de qué es lo que me fascinaba en el tema del sacrificio. A mí, como persona con convicciones religiosas, me interesa sobre todo alguien capaz de entregarse en sacrificio, ya sea por un principio espiritual, ya sea para salvarse a sí mismo, o por ambos motivos. Un paso así presupone apartarse radicalmente de toda intención primaria y egoísta […] ha quedado libre del mundo material y de sus leyes». Tarkovsky, profundamente religioso y escéptico de la ciencia y el progreso, intentó a través de sus películas denunciar el materialismo y la falta de espiritualidad, que se estaban convirtiendo en características del mundo moderno (y de eso ya hace casi cuarenta años); no obstante, pese a la trayectoria apocalíptica de la Humanidad, el director siempre dejó un resquicio a la esperanza.


8. Proyectos inacabados


El 29 de diciembre de 1986 Tarkovsky falleció a los 54 años de edad, cuando estaba en el cenit de su carrera. No sabemos cuántas películas más hubiera realizado. Por desgracia –o todo lo contrario– nos dejó «solo» siete, las mismas que le profetizó el Premio Nobel Borís Pasternak en una sesión de espiritismo. «¿Solo siete?«, replicó el joven Tarkovsky. «Solo siete. Pero todas buenas», contestó el espíritu de Pasternak. El cineasta ruso dejó incumplidos muchos proyectos que tenía en mente, así como seguramente más pinturas que mostrarnos. A pesar de ello, nos dejó un legado que es un tesoro, respaldado por un lenguaje propio e inconfundible y toda una reflexión sobre el arte, la vida y el cine. Justo después de rodar Solaris, en colaboración con el escritor judío Fridrikh Gorenshtein, escribió un guión titulado Light Wind basado en la novela de ciencia ficción Ariel, de Alexander Belyaev, sobre un chico que tiene la habilidad de volar. Al principio del guión, durante la escena de una confesión hecha por el novicio Gregorius, se mencionan dos grabados de Raffaello Sanzio (1483-1520), ​o simplemente Rafael, ​​pintor y arquitecto italiano del (no casualmente) Renacimiento.

Tarkovsky, igualmente, fue un gran admirador de las obras de Fiódor M. Dostoyevski (1821-1881), uno de sus referentes literarios (como lo fue Leonardo da Vinci en la pintura y J.S. Bach en la música); incluso quería hacer una película sobre su vida, así como adaptar El Idiota. Aquí surge otra obra pictórica relevante: El Cuerpo de Cristo Muerto en la Tumba (1521), del alemán Hans Holbein el Joven. Esta pintura le causó a Dostoyevski «una impresión abrumadora» cuando la vio en Basilea en 1867, algo que le influyó para la citada novela. En aquel momento, la imagen del cadáver de Cristo era tan real que era posible perder la fe en su resurrección, en el Mesías que ha de salvar las almas de los hombres. Un lienzo tan importante para Dostoyevski y El Idiota, bien probablemente igual lo hubiera sido en el filme no realizado de Tarkovsky. 


El Cuerpo de Cristo Muerto en la Tumba


Los planes de Tarkovsky incluían, al margen de los mencionados, varias películas con ecos hagiográficos: una dedicada a Juana de Arco (La Nueva Juana de Arco), una versión del Nuevo Testamento inspirada en Rudolf Steiner (El Gólgota o El Evangelio), un filme sobre San Juan (Juan en Patmos o El Apocalipsis de Juan), otro sobre San Antonio Abad y otro sobre San Antonio de Padova. En sus diarios se advierte un enorme interés por materializar este último proyecto poco después de concluida Sacrificio. Para Tarkovsky el problema esencial era que la Humanidad debe ser salvada de su muerte espiritual, y de ahí surge su interés en representar personajes, como los santos, capaces de revestir el funesto destino. Otros proyectos inacabados del cineasta fueron la adaptación de La Montaña Mágica, de Thomas Mann, y de La Muerte de Iván Ilich, de León Tolstoi. En el último párrafo de su diario, fechado el 15 de diciembre de 1986, Tarkovsky soñaba aún con realizar Hamlet. Ese día fue al hospital y no volvió a su casa. Lo demás es silencio.

En cuanto a la película que no pudo ser basada en la figura del monje cristiano San Antonio Abad (Egipto, 251-356), el diario del director incluía una cita en la que mencionaba una bonita escena que debía aparecer en pantalla: «San Antonio habla con una mujer según la costumbre de los viejos monjes ortodoxos. Con un río de por medio. Desde la orilla en la que se encuentra, la mujer comienza a hablar a gritos; su voz reverbera en el agua. Le pide a San Antonio que le dé un hijo. Éste aclara que no es posible, que ella hace esa petición por estar sujeta a una necesidad. La mujer expresa la idea de llenar el mundo de hombres buenos, de hijos de santos. San Antonio se ríe; trata de observar el rostro de la mujer, pero está muy lejos. Esta escena puede formar parte de un sueño del protagonista. El sano piensa en el amor. Amanece. San Antonio llora».


Detalle de San Antonio Abad, por Diego Velázquez


«Uno puede hacer algo bueno basándose solo en tres cosas: sangre, cultura e historia»

Andrei Tarkovsky


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La pintura en el cine de Andréi Tarkovski (I)


ANDRÉI ARSÉNIEVICH TARKOVSKI
Pintor del tiempo y devoto del arte sacro



«El artista existe porque el mundo no es perfecto»

Andrei Tarkovsky


Los que amamos cierto cine y conocemos la figura de Andrei Tarkovsky (1932-1986), y un poco su trayectoria y filosofía y pensamiento, sabemos que el director soviético fue lo más próximo a un genio –creativo, original y universal– y que su torre de marfil compuesta por siete películas, que, de una u otra forma, muestran la búsqueda del ser humano de su lugar en el mundo, proporciona un forraje para el análisis, la interpretación y el goce interminables. A salvo los diferentes prismas desde donde abarcar su obra y otras disciplinas artísticas que igualmente la configuran –música, literatura, poesía, fotografía–, el arte visual y más específicamente la pintura fueron esenciales en su creación cinematográfica. Tarkovsky no se limitó a citar obras de arte en sus filmes, más bien mantuvo diálogos profundos con ellas. Algunos trabajos de conocidos maestros de la pintura, la mayoría no casualmente del Renacimiento, inspiraron decisivamente a Tarkovsky y actúan como artefactos reveladores de los significados y misterios de sus películas: Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, de Albrecht Dürer, en La Infancia de Iván; La Trinidad, de Andrei Rublev, en Andrei RublevLos Cazadores en la Nieve, de Pieter Brueghel el Viejo, en Solaris; algunos dibujos de Leonardo da Vinci en El Espejo; Juan el Bautista, de Jan van Eyck, en Stalker; La Madonna del Parto, de Piero della Francesca, en Nostalgia; y La Adoración de los Magos, también de Leonardo, junto con algunos iconos rusos, en Sacrificio. Como afirmó el pintor y director artístico de Solaris, Mikhail Romadin, «en cada una de las películas de Tarkovsky hay, sin falta, una pintura que expresa la idea de toda ella».

Es el creador cinematográfico comunicándose con el creador pictórico, ya sea con intenciones esteticistas (Andrei Rublev) o humanizadoras (Solaris). Un arte nuevo, de poco más de cien años, como el cine, mirando a otro de larga tradición, como la pintura. En Tarkovsky, otra forma de aproximarse a ella y poder comprenderla, a la vez que una estrategia para ampliar los recursos del lenguaje cinematográfico y elevar el cine al nivel de otras artes más reconocibles para el público. La manera en que el director realiza dicho ejercicio es la «cita literal». Así, las obras pictóricas aparecen completas en pantalla, sin adaptaciones ni distorsiones que las desnaturalicen o hagan perder su originalidad artística. Tarkovsky tampoco copió o imitó cuadros a través de la fotografía o la puesta en escena, algo que sería tan injusto, a su juicio, como deformar una melodía. El director consideraba que el cine es un arte con sus propios medios expresivos. Solo en la escena final de Solaris, con el cosmonauta arrodillado frente a su padre, puede vislumbrarse El Retorno del Hijo Pródigo, de Rembrandt.


Tarkovsky y el director de fotografía Vadim Yusov escuchando la historia del fenómeno Ferapontov en el Museo Ruso. Leningrado, 1964


Andrei Tarkovsky, estudiante de música, pintura y escultura en su juventud, afirmaba que «el arte surge y se desarrolla allí donde hay esa ansia eterna, incansable, de lo espiritual, de un ideal que hace que las personas se congreguen en torno al arte». Reunión en torno a la imagen artística ya presente en su ópera prima La Infancia de Iván, cuando Iván mira las reproducciones de Albrecht Dürer de un álbum del teniente Galtsev, momento que posibilita el primer acercamiento entre ambos personajes después del trato arisco del niño. El arte, o su contemplación, también como medio de dignificación o humanización, como sucede en Andrei Rublev con el envidioso Kiril cuando examina, admirado, el Cristo todopoderoso pintado por Teófanes el Griego, o en Solaris, cuando Hari contempla absorta Los Cazadores en la Nieve, de Brueghel el Viejo, antes de levitar (la levitación en Tarkovsky es expresión de amor). Tal vez esa idea «sanadora» del arte que tenía Tarkovsky, para quien el sufrido y doloroso proceso de la creación artística es el camino que permite el conocimiento del alma humana, es una razón más que justifica la presencia de reproducciones pictóricas en sus filmes.


1.  En LA INFANCIA DE IVÁN. URSS, 1962. 95 min. B/N


La Infancia de Iván, primer largometraje del joven Andrei Tarkovsky, realizado en 1962 recién licenciado en la Escuela de Cine, ya deja entrever las profundas convicciones artísticas y de pensamiento de un humanista, el cual sintió la necesidad de comprender el enigma de la existencia. El director mostró a la audiencia soviética la guerra de una forma distinta y cruel, alejada de la exaltación de valores patrióticos y de las gestas bélicas que ensalzan la reputación de un héroe. Tarkovsky proyectó el horror de la guerra a través de la mirada de Iván Bondarev (Nikolai Burlyayev), un niño soviético de doce años cuya feliz infancia ha quedado irremediablemente amputada por el ejército nazi, que ha matado a su madre y hermana y le ha dejado huérfano. Iván, obsesionado con el odio, la venganza y la sangre, pronto deja de ser un niño sonriente para convertirse en un soldado frío e implacable, una figura trágica y sin consuelo, un monstruo según Sartre: «Mi verdad, mi carácter y mi nombre estaban en manos de los adultos; yo había aprendido a verme con sus ojos; yo era un niño, ese monstruo que ellos fabrican con sus pesares…». 


Iván sonriente, el de los sueños


Dejando a un lado el contexto bélico y en estrictos términos de espiritualidad, en algunas ocasiones ciertos críticos han querido ver la similitud de Iván con el chico que aparece en el lienzo La Visión del Joven Bartolomé (1899) pintado por el ruso Mikhail Nesterov (1862-1942), figura destacada del simbolismo religioso en su país. Esta obra inauguró un ciclo basado en la vida del santo Sergio de Rádonezh (1315-1392), originalmente bautizado con el nombre de Bartolomé y considerado el más importante reformador monástico de la Rusia medieval. La pintura plasma su conversión siendo un niño: cuando un día en el campo se encontró con un anciano monje que le ofreció un trozo de prosforon para comer y, al hacerlo, adquirió el don de leer e interpretar las Sagradas Escrituras. Casualmente, Andrei Rublev (1360-1430 aprox.), el famoso pintor de iconos sobre el que Andrei Tarkovsky basó su siguiente película, también era natural, como Bartolomé, de Rádonezh, además de ser discípulo suyo, pues tuvo que escuchar la doctrina de la fraternidad predicada por él.


La Visión del Joven Bartolomé


Tarkovsky comenzó con La Infancia de Iván a convertir el cine en una pintura con movimiento, empleando planos como cuadros y una cámara que se mueve con suavidad, permitiendo ver un todo armónico. Si el mediometraje anterior El Violín y la Apisonadora ya contenía composiciones de gran fuerza pictórica y un tratamiento del color especial y de intensidad casi fauvista, la influencia de la pintura, ahora también en el plano psicológico, se acrecenta en La Infancia de Iván, en parte gracias a la fotografía en blanco y negro de recursos expresionistas de Vadim Yusov. Así, en las secuencias de interiores y otras que muestran el conflicto bélico, Tarkovsky recurre a la claustrofobia y a la iluminación tenebrista, incluso con el empleo de velas en escenas de Iván con Galtsev que recuerdan al pintor barroco George de La Tour (1593-1652). En los exteriores, Tarkovsky usa planos abiertos, encuadres centrados y composiciones triangulares propias del Renacimiento, hallando siempre una sinergia entre naturaleza y ser humano; por ejemplo en la lírica escena del bosque de abedules, donde los personajes hablan del pintor Vasili Sourikov (1848-1916), uno de los artistas rusos preferidos del director y que le servirá de referencia, junto a Brueghel el Viejo, para recrear la ambientación popular de Andrei Rublev. En otra secuencia, vemos al atemorizado Iván alzando la mirada y encontrando una Virgen Theotokos pintada en la pared, simbolizando la añoranza por su madre.


La estampa del beso en el bosque, de estructura renacentista


Son no obstante el pintor y artista gráfico alemán Albrecht Dürer (1471-1528) y los grabados de su serie Apocalipsis basada en el Libro del Apocalipsis de San Juan, los verdaderos correlatos pictóricos del significado de La Infancia de Iván. La guerra, período propicio para que resuenen con mayor fuerza las revelaciones sobre el fin del mundo y la humanidad, solo trae muerte, dolor, abandono y sufrimiento. El cineasta ucraniano Aleksandr Dovzhenko (Arsenal, Tierra) se refirió a las consecuencias de la guerra emprendida por el III Reich en términos apocalípticos: «La realidad ha resultado mucho más terrible que la imaginación. El espíritu humano ha sido probado hasta el límite, un límite del que nadie tenía sospecha». Pensaba igual Tarkovsky, para quien Iván vive en el límite soportable del horror, en la antesala de la destrucción final. Tarkovsky se ayudará de la imagen pictórica, en este caso de algunos grabados de Durero, para hacer entender al espectador algún aspecto del filme: la psique trastornada del niño y la enfermedad de su alma.

En un momento de la película, en la cripta de una iglesia abandonada, Iván pide al teniente Galtsev que le deje ver un viejo álbum de grabados de Durero que guarda, «un trofeo de guerra, sobre el arte», dice Galtsev. Es entonces cuando el niño fija su mirada en Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis (1498), que ilustra un pasaje del Capítulo 6 del Apocalipsiscuando el Cordero abre los primeros cuatro sellos de la profecía del Juicio Final y salen cabalgando cuatro jinetes: Pestilencia, Guerra, Hambruna y Muerte. La cámara observa atentamente la reacción del joven, deslizándose a continuación por el dibujo enseñando sus detalles, desde la cabeza del arcángel que guía a los jinetes hasta el grupo de personas horrorizadas de la parte inferior. Iván hace suyo lo representado en el grabado, fiel reflejo de su ánimo envenenado, antes limpio y alegre.


Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, que Iván describe de esta forma:

– ¡Oh! ¡Mira! ¿Son los alemanes? 
– Sí, un viejo grabado
[Galtsev] 
– Eso no importa. Son fritzes
 de todos modos.
Y ese flaco que monta a caballo. Yo vi a un alemán parecido en una motocicleta.
Mira, también pisotean al pueblo.
 Pero esto lo inventaron [Galtsev]
¿Lo inventaron…? Yo los conozco bien… 

Después de Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, el dibujo que vemos es El Retrato de Ulrich Varnbüler (1522), que asimismo se nos muestra original, entero y en plano fijo. El personaje retratado por Durero es el Consejero y Tesorero del Emperador Maximiliano I, a quien el teniente Galtsev describe como «un médico o escritor alemán», a lo que Iván, que siente aversión hacia los alemanes, protesta: «¡Ellos no tienen escritores! Yo vi como quemaban libros en la plaza. Les echaron gasolina y los quemaron. La ceniza flotó en el aire durante toda una semana». Galtsev le trata de explicar al chico, sin mucho éxito, que es un escritor antiguo que vivió hace cuatrocientos años.


El Retrato de Ulrich Varnbüler


La última reproducción de Albrecht Dürer que revisa el niño-monstruo Iván es el grabado El Caballero, la Muerte y el Demonio (1513), también de la serie Apocalipsis. Las estampas del Caballero en su corcel acompañado por un perro, que se asocia a la lealtad y la fe, dirigiéndose a la contienda o hacia la misma muerte; la lánguida Muerte, representada barbuda y con pelo serpenteante sobre un caballo cabizbajo; y el Demonio, parado detrás del Caballero y representado por una figura fantasiosa con cabeza de ternero deformado, actúan, en este caso, como retratos alegóricos de la guerra, del horror y del soldado Iván, quien alimentado por el odio hacia los fritzes –como despectivamente llama a los nazis– y sediento de venganza está dispuesto a matar o a sufrir la muerte en el campo de batalla.


El Caballero, la Muerte y el Demonio

¿Qué es esta cosa? le pregunta Iván a Galtsev mientras mira El Caballero, la Muerte y el Demonio


Fiel a su idea de precisión y exactitud en la reproducción de las obras pictóricas, Tarkovsky mostró completos en pantalla los trabajos de Durero, permitiendo que el lenguaje gráfico pueda aportar nuevas significaciones a los sucesos representados en la película. Asimismo, reflejo de «la ligazón orgánica de idea y forma» teorizada por el director, la ambientación bélica y la atmósfera lúgubre y tensa de los grabados, en especial Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, entran en concordancia con el filme, influenciando la pintura no solo en el aspecto narrativo y mental, sino también en el visual y estético, aunque quedando aquella subordinada al blanco y negro evocador de la fotografía, cuyas hechuras expresionistas contribuyen a la causa. El tema del Apocalipsis, que el cineasta desarrollará con más profundidad en películas posteriores, visto en La Infancia de Iván más allá de la guerra circundante, como una pérdida espiritual, la de Iván. Sin embargo, a pesar de la fatalidad y lo trágico de los eventos, Tarkovsky se preocupa en resaltar el impulso interior del joven héroe, que aunque se ha visto forzado a luchar como un adulto, permanece como un personaje fuerte, vital y deseoso de sacrificarse por la salvación de los demás. No en vano, Iván siente una profunda nostalgia por los días vividos en paz junto a su madre y hermana asesinadas, de ahí sus cuatro hermosos y líricos sueños.


«En el fondo, Iván ama la vida, como la aman todos los niños. Esta es la cuestión central de la película»

Andrei Tarkovsky


2.  En ANDREI RUBLEV. URSS, 1966. 205 min. B/N


El interés de Tarkovsky por el icono se reflejó en su segunda película Andrei Rublev, la cual relata varios episodios de la vida del pintor e iconógrafo ruso más famoso: el monje Andrei Rublev (1360-1430 aprox.), discípulo de Teófanes el Griego y canonizado en 1988 por la Iglesia Ortodoxa. Andrei Rublev no contiene imágenes de Rublev (Anatoly Solonitsyn) durante el proceso creativo, sino que muestra el itinerario de pasión que emprende, cuando siendo un joven recién salido del monasterio de la Trinidad sus ideales («caridad, unidad, fraternidad») chocan contra la trágica realidad de un territorio desgajado por los enfrentamientos y las continuas invasiones tártaras y mogolas. Dicha colisión, para la que no está preparado, le provocará una profunda crisis espiritual y creativa, de la que solo podrá salir tras el episodio final de la campana, en el que adquiere verdadera conciencia de su función como artista y afirma que volverá a coger los pinceles. Es la experiencia del dolor y del trabajo en pro del arte que se cultiva como vía para alcanzar la madurez del artista, defensa ya presente en el cine de Kenji Mizoguchi (Historia del Último Crisantemo, Utamaro y sus Cinco Mujeres). «El artista existe porque el mundo no es perfecto», afirmaba Tarkovsky. Para el director, el trabajo del artista debe llenar la imperfección del mundo, facilitar las pasiones y ayudar a las personas a encontrar conocimiento, esperanza y dignidad: «Ésa es la verdadera misión del arte, que en esencia es algo casi religioso, una toma de conciencia sagrada de un alto deber espiritual».



«Al principio parece que para su protagonista la cruel verdad vital está en contradicción absoluta con el ideal de la armonía de su creación artística. Pero la afirmación central de la película es precisamente el hecho de que un artista sólo será capaz de expresar el ideal moral de una época si no huye de sus sangrientas heridas, si las vive en su propio cuerpo, en su propia vida»

Andrei Tarkovsky


El único momento de la película en el que podría considerarse que Rublev pinta realmente es en el episodio «Juicio Final», que contiene una escena, ya sea intencional o coincidencia, que remite a la pintura modernista de mediados del siglo XX y, más en concreto, al estadounidense Jackson Pollock (1912-1956), uno de los principales artistas del Expresionismo abstracto y mejor conocido por su estilo distintivo de chorrear pintura sobre el lienzo. En dicha escena, mientras Rublev manifiesta no el deseo de crear, sino su completa incapacidad para hacerlo, de repente salpica completamente con pintura oscura el muro blanco y desnudo del interior de la Catedral de Vladímir. Irónicamente, este gesto profano de ensuciar la pared nacido de la ira y la frustración, en realidad marca el inicio de la superación de su bloqueo; aunque sea en sentido abstracto, Rublev aprende a dar forma al mal. La «afinidad» entre Rublev y Pollock, sin embargo, no es solo estética (aunque sea puntualmente), y es que mucha de la leyenda de ambos, artistas desilusionados con las posibilidades existentes, descansa sobre el cambio radical que realizaron en la pintura, rompiendo con lo precedente para crear un nuevo modo de expresión (Rublev alejándose del excesivo hieratismo bizantino y haciendo más flexibles y humanas las figuras).



«Tu gran pecado es que Dios te ha dado el talento para pintar, cosa que no me ha dado a mí a pesar de mi vida sin pecados,
y sin embargo, tú te permites el lujo de no querer pintar»

Cirilo a Andrei Rublev


Tarkovsky vio la similitud entre el complejo camino creativo de Andrei Rublev en la cruenta Edad Media y su propio camino, lleno de dificultades y problemas con las autoridades comunistas de su país. El talento visto no únicamente como un regalo de Dios, sino también como un duro desempeño al que el artista está condenado. En ese contexto nace La Trinidad, o La Hospitalidad de Abraham, el icono clave del monje santo en Andrei Rublev, cuyo significado continúa vigente siglos después. Decía Tarkovsky: «Quería que la película narrara cómo en la época del fratricidio y del yugo tártaro nacía un deseo nacional de fraternidad, del que surgía la genial Trinidad de Andrei Rublev, el ideal de hermandad, de amor y de la fe reconciliadora».

La Trinidad (142 x 114 cm.), una de las piezas maestras del arte arcaico ruso, fue pintada alrededor de 1411 (según otras fuentes entre 1422 y 1428) para la catedral del Monasterio de la Trinidad y San Sergio de Sérguiev Posad y actualmente está en la Galería Tretiakov de Moscú, en la que se reúne la totalidad de la obra de Rublev. El icono se relaciona con la escena bíblica del encinar de Mambré (Gén. 18, 1-10), en que Jehová se revela a Abraham en la forma de tres ángeles que le anuncian la tardía maternidad de su esposa Sara. La mesa donde son atendidos por el patriarca se vuelve simbólicamente altar que vincula a las personas sagradas: el ángel del centro corresponde a Cristo mientras que los que lo circundan corresponden al Padre y al Espíritu Santo. Encarnación de la unidad y la paz para su creador, igual que para Tarkovsky y tantos otros rusos, el ideal de La Trinidad, transposición del misterioso dogma de la Santísima Trinidad, fue la mayor fuente de inspiración del cineasta para Andrei Rublev


La Trinidad


Teófanes el Griego (1340-1410 aprox.), nacido en Constantinopla, emigrado a Novgorod (Rusia) y reconocido como uno de los grandes pintores bizantinos de iconos, fue el mayor maestro con quien Andrei Rublev tuvo que enfrentar su estilo propio. Retratado como un personaje misántropo y desengañado, laico, a diferencia de Rublev, Tarkovsky le dedica el capítulo segundo del filme, en el que el anciano Teófanes (Nikolái Serguéiev) envía una invitación al monje para que le ayude en la decoración de la Catedral de la Anunciación de Moscú. Fue la primera obra de Rublev, realizada hacia 1405 en colaboración con su mentor y con Prójor de Gorodéts. El iconostasio se ha conservado parcialmente y permite contemplar su sobriedad y excepcional monumentalidad.

Al inicio del capítulo, cuando Kiril (Ivan Lapikov) llega al taller de Teófanes el Griego, este está trabajando en un nuevo icono de Jesucristo; un Dios todopoderoso tosco y rígido, a diferencia del Salvador sufriente y más humano que pintara con trazos más suaves Andrei Rublev. La estampa solemne del Cristo Pantocrátor de Teófanes, con sus ojos proyectando rayos invisibles y una mirada fulgurante en quien lo contempla, es destacada por Andrei Tarkovsky en varias escenas, por ejemplo en la que el envidioso monje pintor Kiril examina la tabla y esta le provoca admiración, actuando entonces la obra de arte como medio de dignificación o de humanización.


Kiril contemplando al Cristo de Teófanes el Griego


Alrededor de 1408, Andrei Rublev y Daniel Ikonnikov restauraron y renovaron los frescos de la Catedral de la Asunción de Vladímir, como se hace mención en la película. El orden consistía en unas veinte figuras, cuyas siluetas nítidas y representadas en toda su longitud se destacan sobre un fondo dorado brillante. El diseño ideológico del iconostasio de la Catedral se asocia con el tema del Juicio Final. El rango principal lo constituye la Déesis, donde los santos representados alrededor del Cristo en majestad o en los poderes se dirigen a Él orando o en actitud de súplica. En el siguiente fotograma se observa a un misericordioso Andrei Rublev en el iconostasio, y a sus espaldas, en la parte media, El Arcángel Miguel, La Madre de Dios, Cristo entronizado en Gloria, San Juan Bautista y El Arcángel Gabriel.


Andrei Rublev en la Catedral de Asunción

El Arcángel Miguel, La Madre de Dios, Cristo entronizado en Gloria, San Juan Bautista y El Arcángel Gabriel


En el plano visual, el filme contiene muchas imágenes que adquieren perspectivas icónicas y se muestran alargadas, transmitiendo el ambiente austero y arcaico en el que se desenvuelve Rublev. Igualmente, su división en (siete) episodios con prólogo y epílogo, a modo de retablo medieval, remite a la iconografía. Dejando a esta de banda, otro pintor que confluye en la película es Pieter Brueghel el Viejo (1525-1569), como es de ver en las composiciones grupales y los motivos populares, los cuales también recuerdan al pintor de temas históricos Vasili Sourikov (1848-1916), del que se habla en La Infancia de Iván. Un ejemplo de la influencia bruegheliana es el episodio «La Pasión de Andréi», en especial la secuencia alegórica de la crucifixión de Cristo en una ladera nevada. Las imágenes, aunque más sobrias, retrotraen a Camino del Monte Calvario (1564), principalmente al fragmento donde Cristo, colocado en el centro del lienzo pero perdido en la bulliciosa multitud, cae bajo el peso de la cruz. El mismo Tarkovsky confirmó que esta secuencia del Calvario ruso es una alusión consciente al cuadro, no solo desde el punto de vista estético sino también histórico, representando ambas obras las realidades de la vida en la Edad Media. Lo común es el ejercicio de recontextualización, en Andrei Rublev de arte flamenco, historia de Rusia y la vida de Jesús, que no sufrió la Pasión en Rusia y sí en la Jerusalén de los años treinta. ETarkovsky, esta estrategia se relaciona con la proximidad o identidad entre el pueblo ruso y Cristo.

La relación entre Brueghel el Viejo y la puesta en escena fílmica igualmente se desvela al observar los siguientes trabajos del pintor: La Adoración de los Magos bajo la Nieve, La Matanza de los Inocentes, El Censo de Belén y Los Cazadores en la Nieve, este último cuadro después fundamental en Solaris, película en la que el director no se conformará con una cita de estilo, sino que reproducirá sobre la pantalla la tabla completa. En El Espejo, en concreto en la escena del niño en cuya cabeza se posa un pájaro mientras pasea por la nieve, volverán a aparecer otros encuadres que recuerdan al pintor flamenco (a Paisaje Nevado con Patinadores y Trampa para Pájaros y Los Cazadores en la Nieve, para ser más exactos).


Un fotograma del Calvario ruso, en La Pasión de Andréi

Camino del Monte Calvario


Si bien Tarkovsky nunca muestra a lo largo del filme el proceso creativo ni la totalidad de las obras terminadas de Andrei Rublev, en los últimos nueve minutos, donde el blanco y negro da paso al color y suena música coral, la cámara se dedica a examinar sin pudor y meticulosamente, desde cerca hasta un primer plano extremo, diversos fragmentos de sus pinturas y frescos reales, siguiendo los contornos suaves y los colores brillantes de las figuras y rostros. Entre otros, podemos ver San Gregorio el Teólogo, La Entrada del Señor a JerusalénCristo entronizado en GloriaTransfiguraciónNavidad y, como colofónEl Salvador y la gran Trinidad, cima del arte del monje santo. Este epílogo (que se asemeja a la escena de Los Cazadores en la Nieve de Solaris), en el que aumenta el impacto dramático después de más de tres horas de ver a un pintor sin pintar, corrobora que el protagonista ha conseguido su objetivo, subrayándose además la singular belleza y destreza que demuestran sus trabajos. Es el arte como medio sublime para representar la espiritualidad y alcanzar lo sagrado. El último minuto es una imagen desenfocada de unos caballos bajo un diluvio, pastando a las orillas de un río.


El Salvador


«Podía ver la mañana en la hora más oscura de la noche»

Andrei Tarkovsky, sobre Andrei Rublev


3.  En SOLARIS. URSS, 1972. 165 min. C


En 1972, Tarkovsky rueda Solaris y deja el blanco y negro y vuelve al color, que ya había usado en el mediometraje El Violín y la Apisonadora. El color, no obstante, abandona la calidez para recrear una atmósfera hermética de exteriores nublosos e iluminación difusa, especialmente en las secuencias iniciales con Kris Kelvin (Donatas Banionis) paseando por los alrededores de la casa paterna. Las imágenes recuerdan al pintor paisajista William Turner (1775​-1851), un romántico a la hora de retratar el asombroso poder de la naturaleza sobre el ser humano. La luz fría y dura persistirá en el mundo cerrado y opaco de la nave espacial, y en el resto de la película. Según las memorias del pintor y director artístico del filme Mikhail Romadin, para Solaris Andrei había sugerido «crear la atmósfera como la pintura del renacimiento italiano temprano de Vittore Carpaccio En la foto hay un paseo marítimo de Venecia, los barcos y mucha gente en primer plano. Pero lo más importante es que todos los personajes estaban inmersos dentro de sí mismos, no miraron ni el uno al otro ni al paisaje y no interactuaron entre ellos. Se crea una atmósfera ‘metafísica’ de falta de comunicación. En la película, para conseguir este efecto se utilizó el ‘recurso’ del enajenamiento». Probablemente se trataba del cuadro La Llegada de los Embajadores Ingleses (1490-1496), cuyo ánimo remite al cosmonauta Kris cuando se despide de la Tierra, sentado en una silla bajo la lluvia y sin reaccionar, o cuando contempla a su padre, ensimismado, a través de la ventana.


La Llegada de los Embajadores Ingleses

Kris Kelvin mirando a través de la ventana


Recordando la trama de la novela de ciencia ficción de Stanisław Lem en la que se basa la película, el Océano de Solaris parece materializar los objetos de la cultura humana. Pese a ello, Tarkovsky, fiel a sus principios, se negó a incluir una escena que imitara o copiara una pintura directamente. El director artístico Mikhail Romadin, que hizo los bocetos del paisaje, describía así la escena: «… Un largo corredor de hierro sin alma a la estación de tren, al final aparece la figura de San Sebastián con una pintura de Antonello da Messina, en el fondo cuelgan las alfombras, como en la pintura, las flechas vuelan, la imagen se está destruyendo». El San Sebastián del cuatrocentista Antonello da Messina, pintado entre 1477 y 1479 como un encargo para el altar de la Scuola di San Rocco en la Iglesia de San Giuliano en Venecia, representa la figura modelada del santo en primer plano atada a un árbol, tras la que hay un sugerente entramado arquitectónico que aporta una perspectiva que recuerda a Piero della Francesca, el pintor favorito de Tarkovsky junto a Leonardo da Vinci.


Boceto del paisaje, por Mikhail Romadin

Fotograma de Solaris


San Sebastián


A pesar de dichas reseñas, el cuadro clave en Solaris es Los Cazadores en la Nieve (1565), del pintor flamenco primitivo Pieter Brueghel el Viejo (1525-1569), cuadro que el director nos muestra íntegro en pantalla, utilizando, como ya hiciera en La Infancia de Iván, la «cita literal» de la obra de arte, sin deformaciones ni acomodos que puedan desnaturalizar su específica condición de obra pictórica. La reproducción cuelga de una de las paredes de la acogedora biblioteca de la estación espacial, único espacio que contiene el arte (los cuadros de Brueghel, la Venus de Milo, una máscara de Beethoven, una vidriera gótica) y, por lo tanto, también la esencia del hombre. Las otras cuatro tablas de Brueghel el Viejo enmarcadas junto a Los Cazadores en la Nieve son La Caída de Ícaro (1558), La Torre de Babel (1563), La Cosecha (1565) y El Día Sombrío (1565), estas dos últimas pertenecientes a la serie Las Estaciones


La biblioteca de la estación espacial, donde se concentra el arte


Los Cazadores en la Nieve es la pintura elegida por Tarkovsky para solucionar una imagen compleja como la de nostalgia de la Tierra (y no de futurismo). El cuadro se convierte en la herramienta principal en la búsqueda de Tarkovsky para transmitir la belleza de la Tierra, de tal manera que su ausencia sea tan palpable y profunda para el espectador como para el protagonista Kris Kelvin. Referencias visuales al mismo encontramos en el paisaje nevado donde transcurre la infancia de Kris, registrada en la película doméstica que le enseña a Hari (Natalya Bondarchuk) y que remite directamente a la escena del niño paseando por la nieve de El Espejo. Los Cazadores en la Nieve es pues el elemento físico que une al protagonista, a través de la memoria, con su planeta natal: las casas, los juegos, un lago helado, los cuervos (animal preferido del director). Porque Solaris no es una visión del espacio, sino la visión de la Tierra desde el espacio, centrando el interés en la relación que se establece entre el hombre y ella.


Los Cazadores en la Nieve


Los Cazadores en la Nieve tiene el honor de protagonizar la memorable secuencia de la levitación en la biblioteca, que comienza justo cuando Hari, absorta, lo contempla atentamente. Tarkovsky enfatiza la importancia del «ver», no solo como proceso mecánico, sino también como definitorio de una experiencia. El lienzo ejerce un efecto casi hipnótico sobre ella, ya que al ser un producto del Planeta Solaris (una alucinación encarnada de la mujer difunta de Kris) le resultaba difícil entender la vida en la Tierra: «De un modo mágico señala Hyman–, Hari misma es capaz de participar en ese paisaje. A través de Brueghel, esta mujer, producto de Solaris, es capaz de aprender qué es lo que significa para un ser humano vivir en la Tierra». Después de que la cámara de Tarkovsky explore los detalles de la pintura (cazadores, árboles, casas, río) al tiempo que lo hace Hari y nosotros mismos, Kris Kelvin y su amada flotan abrazados a consecuencia de la ingravidez de la estación, mientras suena el Preludio Coral en Fa Menor de J. S. Bach. La levitación en Tarkovsky, otra vez, expresión de amor.


Kris y su amada Hari durante la levitación


En otra escena de la película podemos ver a la madre de Kris mirando una reproducción de Los Cazadores en la Nieve ubicada en el interior de una pantalla de televisión hueca. Son los paisajes costumbristas de Pieter Brueghel el Viejo, que actúan en Solaris y posteriormente en El Espejo aunque por medio de diferente estrategia como la representación visual de la Tierra y lo puramente humano; la representación de un pasado inicialmente ajeno en el espacio y el tiempo pero que acaba siéndonos propio. «El arte simboliza el significado de nuestra existencia», dice Tarkovsky. 


La madre de Kris mirando Los Cazadores en la Nieve


Al final del filme, una vez extinguido Solaris y desaparecida Hari, que ya nunca regresará, Kris parece haber vuelto a la Tierra. En el epílogo lo vemos caer de rodillas y abrazarse a las piernas de su padre en el portal, con el fiel perro como único testigo, en un gesto que admite distintas interpretaciones, si bien la imagen puede ser fácilmente comparada con El Regreso del Hijo Pródigo (1662), el célebre cuadro del neerlandés Rembrandt van Rijn (1606-1669) inspirado en la parábola del hijo pródigo contenida en la Biblia. La escena pintada representa el momento cumbre del perdón del anciano padre frente al hijo arrepentido de su conducta, que metafóricamente es la misericordia de Dios Padre con la humanidad. En Solaris, el personaje interpretado por el gran Donatas, como el «hijo pródigo», regresa al hogar familiar después de su particular vagabundeo espiritual, a través de la vergüenza y el arrepentimiento en sus delirios, capaz finalmente de expresar y aceptar el amor y el perdón de su padre (no obtenido por su conciencia en el entorno de Solaris).


El Regreso del Hijo Pródigo

Kris arrodillado junto a su padre al volver a la Tierra


Al margen del influjo de Brueghel y la reseña de Rembrandt y reflejo de la devoción que Tarkovsky sentía por el florentino Leonardo da Vinci (14521519), ciertas instantáneas de Solaris remiten, consciente o inconscientemente, a alguno de sus cuadros. En especial, la figura de la madre de Kris con un perro en brazos, la cual guarda cierta similitud, incluso en el tipo de peinado de la mujer, con La Dama del Armiño (1490), uno de los cuatro retratos femeninos pintados por Leonardo, siendo los otros La Gioconda, Retrato de Ginebra de Benci La Belle Ferronière. Es posible –aunque poco probable– que el director hubiera querido hacer un símil entre ambas mujeres (la madre de Kris y Cecilia Gallerani), como posteriormente reconocería que hizo en El Espejo entre Margarita Terekhova (la Madre) y la modelo del Retrato de Ginebra de Benci (o Retrato de Mujer Joven ante un Enebro), ya que ambas representaban la ambivalencia y podían resultar –en palabras de Tarkovsky– atractivas a la vez que repugnantes y diabólicas. Tal vez la similitud entre la madre de Kris con el perro y La Dama del Armiño solo sea un homenaje de Andrei a Leonardo, o simple casualidad.


La Dama del Armiño

La mujer con el perro en brazos, en Solaris


En otro momento de Solaris, en la estación espacial, el cosmonauta sale del lavabo y la cámara gira hasta detenerse en el agua que cae de la ducha. El siguiente plano muestra a Hari que duerme, mientras Kris, pensativo, está apoyado sobre la repisa en la que se halla una reproducción que, no por casualidad, ha llevado consigo al planeta Solaris: otra vez LTrinidad, de Andrei Rublev, emblema de la fraternidad y armonía y símbolo espiritual de la identidad rusa. En Solaris, además, actuando de nexo de unión con lo terrenal, igual que los cuadros de Brueghel el Viejo. Es la obra de arte vista como signo de toda una civilización y recordándonos quiénes somos, dónde hemos nacidos y cuál es nuestro hogar. No será la última vez que La Trinidad de Rublev aparezca en un filme de Andrei Tarkovsky.


Kris Kelvin junto a La Trinidad

Donatas Banionis y Andrei Tarkovsky, en el set de Solaris


Andrei Tarkovsky no empleó la pintura de la misma forma y con la misma intención en Solaris y en su predecesora Andrei Rublev. Si bien en ambos casos se trataba de dar trascendencia a la película por medio de obras pictóricas clásicas (un arte reconocible y de tradición antigua), en Andrei Rublev la reproducción de iconos quedaba yuxtapuesta al resto del filme, mientras que en Solaris la pintura, sobre todo Los Cazadores en la Nieve, se sitúa en el centro mismo de la historia. Según manifestó Tarkovsky, los primeros planos sobre los colores y formas de La Trinidad y otros iconos en Andrei Rublev tenían un valor meramente estetizante; en cambio, en Solaris, el pasearse de la cámara por los paisajes naturales de Brueghel el Viejo tiene un sentido humanizador, diríamos que hasta terapéutico, y nos ayuda a adquirir conciencia de nuestra propia existencia.


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TOP 15 Mario Bava


MARIO BAVA (San Remo, Liguria, Italia, 1914 – Roma, Italia, 1980)
Director de fotografía y cineasta-autor clave del cine de terror del siglo XX. Fundador del gótico italiano y el giallo



«Mucha gente le tomaba a broma, pero Mario Bava era un genio»

John Phillip Law


1. EL CUERPO Y EL LÁTIGO
La Frusta e il Corpo, 1963


2. LA MÁSCARA DEL DEMONIO
La Maschera del Demonio, 1960


3. SEIS MUJERES PARA EL ASESINO
Sei Donne per L’assassino, 1964


4. OPERACIÓN MIEDO
Operazione Paura, 1966


5. LA MUCHACHA QUE SABÍA DEMASIADO
La Ragazza che Sapeva Troppo, 1962


6. BAHÍA DE SANGRE
Reazione a Catena, 1971


7. DANGER: DIABOLIK
Danger: Diabolik, 1968


8. LAS TRES CARAS DEL MIEDO
I Tre Volti della Paura, 1963. Codirigida por Salvatore Billitteri


9. TERROR EN EL ESPACIO
Terrore nello Spazio, 1965


10. SHOCK (SUSPENSE)
Schock-Shock, 1977


11. HÉRCULES EN EL CENTRO DE LA TIERRA
Ercole al Centro della Terra, 1961. Codirigida por Franco Prosperi


12. EL DIABLO SE LLEVA LOS MUERTOS
Lisa e il Diavolo, 1973


13. SEMÁFORO ROJO
Cani Arrabbiati, 1974


14. LA FURIA DE LOS VIKINGOS
Gli Invasori, 1961


15. UN HACHA PARA LA LUNA DE MIEL
Il Rosso Segno della Follia, 1969


Mención extra: CAMINO DE FUERTE ALAMO
La Strada per Forte Alamo, 1964


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MIRADA DE ULISES, LA


To Vlemma tou Odyssea

Grecia, Francia, Italia, Alemania, 1995. 176 min. C

Director: THEO ANGELOPOULOS. Guión: Theo Angelopoulos, Tonino Guerra, Petros Markaris. Música: Eleni Karaindrou. Fotografía: Yorgos Arvanitis. Intérpretes: Harvey Keitel, Maia Morgenstern, Erland Josephson, Yorgos Michalakopoulos, Thanassis Vengos, Dora Volanki, Giorgos Konstas, Thanos Grammenos.


«Cuando regrese, lo haré con las ropas de otro, con el nombre de otro. Nadie me esperará. Si me dijeras que no soy yo, te daría pruebas y me creerías. Te hablaría del limonero de tu jardín, de la ventana por donde entra la luz de la luna, y de las señales del cuerpo. Señales de amor. Y cuando subamos temblorosos a la habitación, entre abrazos, entre susurros de amor, te contaré mi viaje, toda la noche, y las noches venideras. Entre abrazos; entre susurros de amor.
Toda la aventura humana. La historia sin fin»

«A»/Harvey Keitel


Los hermanos arumanos Yannakis (1878-1954) y Miltos (1882-1964) Manakis, pioneros de la fotografía y cinematografía en el sureste de Europa, rodaron en 1905 los primeros fragmentos de cine de los Balcanes: Las Hilanderas, en la que podemos ver a las tías y la abuela, de 114 años, de los Manakis, hilando y tejiendo lana en Avdella, un pueblito del viyalet otomano de Monastir (actual Bitola, Macedonia del Norte), su lugar de origen. Entre otros acontecimientos (fiestas locales, bodas, revoluciones), también filmaron las visitas a la región de Mohammed V (1911), Pedro I y el príncipe Alejandro de Serbia (1913) y el rey Constantino I y el príncipe Pablo de Grecia (1918). Lo más interesante de su cine es que sus imágenes, –fundacionales–, fijan el parentesco de los elementos culturales y subrayan los comportamientos comunes a los diferentes pueblos de la península balcánica, algo incompatible con las reivindicaciones nacionalistas que se desarrollaban dentro de las fronteras surgidas durante la desintegración del Imperio Otomano (1908-1924), incluidas las que provocaron las primeras guerras de los Balcanes (1912-1913).

El filme de T. Angelopoulos (Atenas, 1935-2012) La Mirada de Ulises comienza con cuatro planos sucesivos de Las Hilanderas. Una voz en off comenta que se trata de la primera película de Yannakis y Miltos Manakis y la primera de Grecia y los Balcanes; acto seguido se pregunta: «Pero, ¿es cierto? ¿Es la primera película? ¿La primera mirada?». Estas interrogaciones son el artefacto que conexiona, en ese preciso momento, el relato que integra la práctica totalidad de La Mirada de Ulises. La segunda entrega de la trilogía sobre el Viaje y las Fronteras, fulminante obra maestra de la modernidad, es la que mejor compendia el universo de Angelopoulos, el último gran cineasta de los llamados «metafísicos» o «espirituales» (el otro sería Béla Tarr). La Mirada de Ulises está inspirada en La Odisea de Homero, poema del que toma algunos elementos simbólicos y narrativos, y se sirve de un guión coescrito por el italiano Tonino Guerra, colaborador de otros ilustres como Antonioni, Fellini, De Sica, Rosi y TarkovskyTo Vlemma tou Odyssea es una historia de búsqueda y de percepción; de geografía, creencia y dolor. La Historia sin fin.



Vieja Europa, años 90. Exiliado en Estados Unidos, el director de cine nombrado «A» (Harvey Keitel, álter ego de Angelopoulos: «¿Por qué ‘A’? Es una elección alfabética, autobiográfica. Todo director recuerda la primera vez que miró por el visor de una cámara. Es un momento que supone no ya el descubrimiento del cine, sino del mundo») regresa a su Grecia natal para viajar por el Este de Europa con el propósito de encontrar, en alguna cinemateca de la ex-Yugoslavia, tres supuestas bovinas extraviadas y aún sin revelar rodadas por los hermanos Manakis a principios del siglo XX (unas imágenes que serían anteriores a Las Hilanderas). Tras un breve prólogo en Tesalónica, el punto de salida es Florina, donde «A» proyecta su último filme (que es –o parece ser– El Paso Suspendido de la Cigüeña, la película que Angelopoulos realizó justo antes de La Mirada de Ulises–). «Había soñado que éste sería el final de mi viaje y, sin embargo, mi final es mi principio». Esta frase de «A» corrobora la idea de que su particular Odisea, tras años de exilio, ha acabado. Y es que para Angelopoulos, la patria, la imaginaria Ítaca, es un punto de partida y no de destino.

La segunda Odisea del moderno Ulises –la que nos cuenta Angelopoulos en pos del primer filme balcánico y la mirada perdida– es la que le lleva a recorrer los paisajes ásperos y derruidos de la península balcánica, desde la frontera albanesa, llena de refugiados, pasando por Bitola (antigua Monastir, lugar de origen de los Manakis) y Skopie (Macedonia del Norte); la frontera de Bulgaria; Bucarest y Constanza (Rumanía) y Belgrado (Serbia), hasta llegar a la mítica y trágica ciudad de Sarajevo (actual capital de Bosnia-Herzegovina). Durante el azaroso Viaje, «A» conoce diferentes personajes que le ayudarán a alcanzar su destino, entre ellos el conservador de la Filmoteca de Sarajevo Ivo Levy (interpretado por el bergmaniano Erland Josephson, en un papel destinado al fallecido durante el rodaje Gian M. Volonté, a quien Angelopoulos le dedicó la película) y cuatro mujeres que se relacionan con las del poema de Homero: Penélope, Calipso, Circe y Nausica (todas ellas encarnadas por la misma actriz, Maia Morgenstern). Al tiempo, el director en la ficción evoca la memoria, la personal e íntima, pero también la colectiva, la de un pueblo devastado a causa de continuos enfrentamientos, inscritas ambas en la Historia (la de los Balcanes del siglo XX).



«A», según Angelopoulos «un director que ha comenzado a dudar de su propia capacidad para ver las cosas», sólo puede reencontrarse a sí mismo contemplando las imágenes no reveladas del cine germinal, porque «el alma, si debe conocerse a sí misma, tiene que observar el alma», como dice la cita de Platón que abre el filme. «A» necesita de un espejo para reconocerse y alcanzar la verdad: la primera mirada de los Manaki, la anterior a los conflictos y el caos moral. Símbolo de la derrota y desesperación del ser humano de fin de siglo, el trasunto de Angelopoulos no pierde, no obstante, la esperanza de resucitar dichas imágenes, las cuales considera primordiales para restaurar la inocencia de la primera mirada, metafóricamente la de Ulises, donde está contenida toda la aventura humana y sólo puede vislumbrarse en la experiencia del Viaje, un viaje concebido –parafraseando a Paul Morand– como una nueva vida, con un nacimiento, un crecimiento y una muerte, que nos es ofrecida en el interior de la otra. «En el principio Dios creó el viaje», dice un personaje con un verso de Yorgos Seferis. «Y después la duda y la nostalgia», responde «A», con palabras de Angelopoulos. «El viaje es para mí la única manera de descubrirme a mi mismo [de volver al origen]. Todo lo que he aprendido lo he hecho en mis viajes por el interior de Grecia», afirma el autor.

Al final, en la bombardeada Sarajevo (fin del periplo), el fatigado «A» podrá desvelar –o no– el contenido de la mirada cuya búsqueda le ha impulsado en tan largo viaje; podrá confrontar una mirada regeneradora, de vida, y otra mirada impotente, asociada a la muerte y la destrucción. Sólo él sabrá el resultado, porque para nosotros se acaba la película. Ulises llora desconsolado ante la pantalla; unas lágrimas polvorientas que resumen su epopeya, su utópica y metafórica búsqueda de redención. Mientras, entona el poema de amor y horror que encabeza el texto. Como dice Theo Angelopoulos, «en el camino te pierdes y terminas solo, atraviesas todas las versiones del viaje, de la más literal a la más metafórica, del viaje de vuelta al viaje utópico, de paso hacia un allí, un otro lado o un ningún lado».



El work in progress –finalmente de trece largometrajes– de Angelopoulos es un itinerario mítico y sereno que insta al espectador a una reflexión sobre el sentido de la Historia, la civilización, la herencia cultural y la definición del cine como forma de preservar un conocimiento, reproducir el proceso y actuar como receptáculo de la memoria: «Las filmotecas son colecciones de miradas ausentes», afirma Ivo Levy. Su cine, dueño de una caligrafía y autonomía expresiva singular y maestra, es de puesta en escena, parsimonioso y básicamente coreográfico, alejado del montaje, la fragmentación y los primeros planos. En La Mirada de Ulises se dan cita algunos de los planos-secuencia más memorables de su filmografía, como el del principio en el puerto de Salónica, donde asistimos a la muerte del pionero Yannakis Manakis, a pie de cámara, mientras rueda la salida de un barco azul en el invierno de 1954; o el de la evocación de la fiesta familiar en Constanza (1945-1950) (de 12 min.). En ambos casos, Angelopoulos vuelve a hacer que coexistan dos tiempos diferentes en el mismo espacio de representación, convocando al unísono, con precisión y asombrosa destreza, pasado y presente. Otro plano inmenso es el trayecto de «A» por el Danubio hasta Belgrado en una gran barcaza que transporta una desmembrada y colosal estatua de Lenin, imagen que sintetiza una poética de la derrota, la del comunismo, la de la Vieja Europa. «Por las esperanzas rotas. Por el mundo que no cambió, a pesar de nuestros sueños», brindan «A» y su amigo serbio.

El director de La Eternidad y un Día crea cuadros, por los que pasa el tiempo y deambulan errantes los personajes, que entran y salen del cuadro dejándolo de nuevo en su pura significación de cuadro, atribuyéndose así calidades pictóricas a la escena. La fotografía invernal, húmeda y neblinosa, de Yorgos Arvanitis, recuerda a la del famoso camarógrafo Carlo Di Palma en El Desierto Rojo, de M. Antonioni, uno de los directores preferidos de Angelopoulos. «La niebla es una fiesta; ¡celebrémoslo!», dice Ivo Levy en la horrorífica Sarajevo. La hermosa e imprescindible música de la compositora griega Eleni Karaindrou, que inunda el corazón de emoción y melancolía, acompaña la odisea de «A» por unos escenarios donde la guerra ha dejado huella.



Vlemma tou Odyssea (Ulysses’ Gaze), de Theo Angelopoulos, es una película densa, compleja y de gran belleza formal, de experiencias e impresiones; una que escarba en las raíces, los orígenes y los misterios y abraza el sentimiento de pérdida con ecos legendarios. Lección de Cine, de Historia y de sabiduría.


«El tiempo es el cuerpo y el lugar de la Historia; la memoria es la forma humana del tiempo»

Barthélemy Amengual


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TOP 20 Max von Sydow


MAX CARL ADOLF VON SYDOW (Lund, Escania, Suecia, 1929 – París, Francia, 2020)
Respetado, prolífico y de injerencias metafísicas



«Al borde de la vida, el miedo nos hace crear una imagen salvadora y esa imagen es lo que llamamos Dios»

Antonius Block


1. PASIÓN (En Passion)
Ingmar Bergman (SUE, 1969)


2. LOS COMULGANTES (Nattvardsgästerna)
Ingmar Bergman, (SUE, 1963)


3. EL SÉPTIMO SELLO (Det Sjunde Inseglet)
Ingmar Bergman (SUE, 1957)


4. EL MANANTIAL DE LA DONCELLA (Jungfrukällan)
Ingmar Bergman (SUE, 1960)


5. LA HORA DEL LOBO (Vargtimmen)
Ingmar Bergman (SUE, 1968)


6. LA VERGÜENZA (Skammen)
Ingmar Bergman (SUE, 1968)


7. PELLE EL CONQUISTADOR (Pelle Erobreren)
Bille August (DIN/SUE, 1987)


8. COMO EN UN ESPEJO (Såsom i en Spegel)
Ingmar Bergman (SUE, 1961)


9. LOS EMIGRANTES (Utvandrarna)
Jan Troell (SUE, 1971)


10. EL EXORCISTA (The Exorcist)
William Friedkin (EEUU, 1973)


11. EL ROSTRO (Ansiktet)
Ingmar Bergman (SUE, 1958)


12. HAMSUN
Jan Troell (SUE/ALE/NOR/DIN, 1996)


13. HAWAII
George Roy Hill (EEUU, 1966)


14. EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS (Il Deserto dei Tartari)
Valerio Zurlini (ITA, 1976)


15. LAS MEJORES INTENCIONES (Den Goda Viljan)
Bille August (SUE/ALE/GB, 1992)


16. EL VISITANTE NOCTURNO (Papegojan)
László Benedek (SUE/EEUU, 1971)


17. LOS TRES DÍAS DEL CÓNDOR (Three Days of the Condor)
Sydney Pollack (EEUU, 1975)


18. ENCUENTROS PRIVADOS (TV) (Enskilda Samtal)
Liv Ullmann (SUE, 1996)


19. EL TOQUE SILENCIOSO (The Silent Touch)
Krzysztof Zanussi (GB/POL/DIN, 1992)


20. INSOMNIO (Non ho Sonno)
Dario Argento (ITA, 2001)


Mención extra: HANNAH Y SUS HERMANAS (Hannah and her Sisters)
Woody Allen (EEUU, 1986)


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TOP 25 Voyeurismo


Todo se hace en silencio
como se hace la luz dentro del ojo

(Jaime Sabines)


1. LA VENTANA INDISCRETA (Rear Window)
Alfred Hitchcock (EEUU, 1954)


2. EL FOTÓGRAFO DEL PÁNICO (Peeping Tom)
Michael Powell (GB, 1960)


3. NO AMARÁS (Krótki Film o Milosci)
Krzysztof Kieslowski (POL, 1988)


4. VÉRTIGO (DE ENTRE LOS MUERTOS) (Vertigo)
Alfred Hitchcock (EEUU, 1958)


5. MUERTE EN VENECIA (Morte a Venezia)
Luchino Visconti (ITA, 1971)


6. LA VIDA DE LOS OTROS (Das Leben der Anderen)
Florian Henckel von Donnersmarck (ALE, 2006)


7. CACHÉ (ESCONDIDO) (Caché)
Michael Haneke (FRA/AUT/ALE/ITA, 2005)


8. SIN SOL (SANS SOLEIL) (Bez Solntsa Sunless Sans Soleil)
Chris Marker (FRA, 1983). Documental


9. EL QUIMÉRICO INQUILINO (Le Locataire)
Roman Polanski (FRA, 1976)


10. PSICOSIS (Psycho)
Alfred Hitchcock (EEUU, 1960)


11. BLOW-UP (DESEO DE UNA MAÑANA DE VERANO) (Blow-Up)
Michelangelo Antonioni (GB, 1966)


12. EN LA CIUDAD DE SYLVIA
José Luis Guerín (ESP/FRA, 2007)


13. TRES COLORES: ROJO (Trois Couleurs: Rouge)
Krzysztof Kieslowski (FRA/POL/SUI, 1994)


14. LA CONVERSACIÓN (The Conversation)
Francis Ford Coppola (EEUU, 1974)


15. LA OREJA (Ucho)
Karel Kachyna (CHE, 1970)


16. TERCIOPELO AZUL (Blue Velvet)
David Lynch (EEUU, 1986)


17. DOBLE CUERPO (Body Double)
Brian De Palma (EEUU, 1984)


18. MONSIEUR HIRE
Patrice Leconte (FRA, 1989)


19. THE PORNOGRAPHERS (Jinruigaku Nyumon: Erogotoshitachi Yori)
Shôhei Imamura (JAP, 1966)


20. LA SEMANA DEL ASESINO
Eloy de la Iglesia (ESP, 1972)


21. LOS OJOS DETRÁS DE LA PARED (L’occhio dietro la Parete)
Giuliano Petrelli (ITA, 1977)


22. FUNNY GAMES
Michael Haneke (AUT, 1997)


23. EL CIELO SOBRE BERLÍN (Der Himmel über Berlin)
Wim Wenders (RFA/FRA, 1987)


24. LA TARÁNTULA DEL VIENTRE NEGRO (La Tarantola dal Ventre Nero)
Paolo Cavara (ITA, 1971)


25. SPECTATOR
Frans Zwartjes (HOL, 1970). Cortometraje


Mención extra: UN PERRO ANDALUZ (Un Chien Andalou)
Luis Buñuel & Salvador Dalí (FRA, 1929). Cortometraje


 

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PRIVATE LIFE OF A CAT (C) (D), THE


The Private Life of a Cat

Estados Unidos, 1944. 22 min. B/N. Cortometraje. Documental

Dirección: MAYA DEREN, ALEXANDER HAMMID. Guión: Alexander Hammid. Música: Gene Forrell (Película muda). Fotografía: Alexander Hammid. Intérpretes: Él, Ella y sus cinco gatitos.


«Me gustan los gatos porque disfruto de mi hogar y, poco a poco, se convierten en su alma visible»

Jean Cocteau


Ceyda Tourun nos regaló recientemente Kedi (Gatos de Estambul), un excelente documental sobre la vida callejera de siete gatos, con diferentes personalidades, en la frenética capital de Turquía. Si bien el cine sobre gatos o dedicado a ellos –de calidad, cuanto menos honesto– es escaso, su figura ambivalente ha estado fuertemente ligada a cineastas conocidos como Chris Marker, Agnès Varda y Jean Cocteau, entre otros. El escurridizo Marker llegó a esconder su identidad tras la imagen de Guillaume-en-Egypt, su omnipresente «yo» paralelo gato, a quien ofreció un haiku en Chat Écoutant la Musique (1990, 3’), donde aparece escuchando las melodías de Frederic Mompou, uno de sus compositores favoritos. Por su parte, Varda, que casualmente escogió como entrevistador a Guillaume-en-Egypt para su documental autobiográfico Les Plages d’Agnès (2007), rindió homenaje a su querida gata Zgougou en Hommage à Zgougou (2002, 2’). Incluso, mostrando el gran amor que sentía por estos animales, escogió la cara de un gato como logo para su productora Ciné-Tamaris. Cocteau, muy unido a Karoun, le dedicó la obra de teatro Drôle de Ménage.

Otros autores de corte más experimental también han filmado a sus mininos, como Johan van der Keuken, quien lo emplea en De Poes (1968, 6’), o los más transgresores Stan Brakhage y Carolee Schneemann, quienes lo hacen, respectivamente, en Cat’s Cradle (1959, 6’) y Fuses (1967, 22’) y en Infinity Kisses: The Movie (2009, 9’). Pese a dichos ejemplos, algunos de los años cincuenta y sesenta, los primeros en hacerlo fueron Maya Deren y Alexander Hammid, realizando en 1944 The Private Life of a Cat. Pasados ya setenta y cinco años desde su rodaje, este cortometraje-documental de veintidós minutos continúa siendo el mejor y más conmovedor y honesto vídeo casero de gatos (mal que le pese a Youtube y otras plataformas, atiborradas de ellos, la mayoría de tono jocoso y, a veces, ridículos).



The Private Life of a Cat es la filmación y el estudio íntimo de «Él» y «Ella» (así se les nombra), dos gatos domésticos que forman una familia en un apartamento de Nueva York, donde por entonces residía la pareja Deren-Hammid. La película es una suerte de esbozo contemporáneo de la simbología del gato (al que llamaban miu) en el Antiguo Egipto, una figura asociada a la fertilidad y al cuidado y protección del hogar y la familia. «Él» es más corpulento, de pelo blanco y corto. «Ella» es una gata atigrada de pelaje frondoso y ojos verdes. La primera escena es el gato macho cortejando a la hembra. Al cabo de dos meses, en una caja de cartón, la madre, con mucho amor y ternura, da la bienvenida al mundo a cinco gatitos: cuatro blancos (como el padre) y uno oscuro (como la madre). El padre, aparentemente distante y orgulloso, no obstante también les muestra cariño y se preocupa por ellos. Durante unas pocas semanas asistimos al proceso de crianza, maduración y aprendizaje de la camada. La última escena es la de «Él» y «Ella», nuevamente, en actitud amorosa.



La película es muda de origen, a pesar de que existen versiones alternativas: una con música envolvente de Gene Forrell y otra, de metraje más extenso, narrada por la voz en off de Maya Deren. Sin apenas carteles con subtítulos, sin diálogo y con una agradecida ausencia de humanos en la pantalla, The Private Life of a Cat adopta perspectivas gatunas, situando Hammid y Deren la cámara a la altura de los felinos, quienes se integran de forma natural en el paisaje doméstico. El filme está bellamente fotografiado en blanco y negro y perfectamente montado, alternando imágenes de momentos tiernos con otros cómicos y simpáticos, como cuando los gatitos empiezan a exhibir sus gestos cuando juegan. El documental, que emplea primeros planos para filmar el momento decisivo del parto o para mostrar el vientre de la gata con los pezones hinchados, anticipa, en cierto sentido, algunos trabajos de futuros cineastas experimentales interesados en convertir su propia esfera privada e íntima (su vida, su cuerpo; incluso su hastío o el mismo parto) en «arte» o, cuanto menos, el centro de su obra. Hammed y Deren, en cambio, se apartan de esa mirada impúdica y a menudo –meramente– transgresora para explorar con sencillez y gran sensibilidad y respeto un fragmento del ciclo vital de unos adorables gatos.



La polifacética y aquí cineasta y dueña de los protagonistas no humanos de esta bonita cinta, Eleanora Derenkowsky (Kiev, 1917-Nueva York, 1961), más conocida como Maya Deren y pionera de la videodanza, coreógrafa, poeta, escritora y una de las primeras mujeres en hacer cine, fue una de las voces preeminentes del avant-garde cinema de Estados Unidos de mediados del siglo XX, influyendo a directores posteriores como Jean Cocteau y al más reciente David Lynch. Deren, también en colaboración con el fotógrafo checoslovaco Alexander Hammid (Alexandr Hackenschmied), había realizado un año antes de The Private Life of a Cat el reputado corto Meshes of the Afternoon, considerado el primer trance film y una obra maestra del cine experimental. En cualquier caso, The Private Life of a Cat, pese a su factura clásica alejada del surrealismo que empapa la obra de su autora, se erige en un pequeño, pero valioso, ejemplo de su arte, uno que testimonia, como poco, su devoción y exquisito sentimiento por los gatos.


Maya Deren


Dedicado a LASI y ERA

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MUJER DEL LAGO, LA


La Donna del Lago

Italia, 1965. 95 min. B/N

Dirección: LUIGI BAZZONI, FRANCO ROSSELLINI. Guion: Luigi Bazzoni, Giulio Questi, Franco Rossellini, Renzo Rossellini (Novela: Giovanni Comisso)Música: Renzo Rossellini. Fotografía: Leonida Barboni. Intérpretes: Peter Baldwin, Salvo Randone, Valentina Cortese, Pia Lindström, Pier Giovanni Anchisi, Ennio Balbo, Philippe Leroy, Virna Lisi, Anna-Maria Gherardi.


Esta luz, este fuego que devora.
Este paisaje gris que me rodea.
Este dolor por una sola idea.
Esta angustia de cielo, mundo y hora.

Llagas de Amor-Sonetos de Amor Oscuro. Lorca


Jóvenes, entusiastas y refinados culturalmente, los debutantes Luigi Bazzoni y Franco Rossellini rodaron conjuntamente La Donna del Lago, una fascinante rara avis que mezcla thriller atmosférico y pesadilla literaria. Luigi Bazzoni, licenciado en arquitectura y experto en arte, fue hermano del director de cine y fotografía Camillo Bazzoni y primo del prestigioso, también cinefotógrafo, Vittorio Storaro (Apocalypse Now, The Last Emperor). Prematuramente engullido por un contexto adverso como los protagonistas de sus filmes, poco conocido o injustamente olvidado, el muy talentoso Bazzoni sólo realizó cinco largometrajes, algunos de ellos, como La Donna del Lago y Le Orme, personalísimos y de sumo interés, además de varios cortometrajes, entre los que destaca el premiado poema melancólico Di Domenica. Por su parte, Franco Rosselini, hijo del músico Renzo Rossellini (aquí coguionista y autor de la banda sonora) y sobrino del legendario Roberto Rosselini, únicamente dirigió esta cinta y trabajó de actor, dedicándose después a producir películas de Fellini y, especialmente, de Pasolini.



La Donna del Lago está basada en una novela de Giovanni Comisso, inspirada a su vez en los crímenes de Alleghe (los Dolomitas) acontecidos en los años treinta. En el guion participó el ecléctico Giulio Questi (director de La Morte ha Fatto L’uovo, otro pre-giallo). La película presenta a Bernard (el norteamericano Peter Baldwin), un escritor en crisis que regresa a un pueblo costero atraído por el recuerdo de una hermosa mujer: Tilde (la rubia y etérea Virna Lisi), quien trabajaba como camarera en el hotel regentado por el Sr. Enrico (Salvo Randone) y su hija Irma (Valentina Cortese, actriz de Bava en La Ragazza che Sapeva Troppo). Pronto conoce que Tilde murió misteriosamente tiempo atrás, apareciendo su cuerpo en el lago. Oficialmente fue un suicidio. Entonces el escéptico forastero, ayudado por un fotógrafo jorobado, comienza su propia investigación para averiguar lo sucedido, la cual se enturbia aún más con la aparición de Mario (Philippe Leroy), hijo de Enrico, y su extraña nueva mujer Adriana (Pia Lindström, hija de Ingrid Bergman –actriz que mantuvo un romance adúltero con Roberto Rossellini–). Cuando al final descubre la trágica verdad, oculta bajo el manto de la omertá y difícil de comprender y aceptar, Bernard constata la abyección humana y el vacío.

El antihéroe se mueve por el impulso de reencontrarse con Tilde, de la que está secretamente enamorado, esperando recuperar un pasado idealizado, recordado como más feliz. El filme, hecho de gestos, miradas, silencios, presagios y del omnipresente silbido del viento, se desarrolla básicamente en la mente de Bernard, quien, escritor de profesión, eso es precisamente lo que hace: (re)escribir la historia a medida que se desarrollan los acontecimientos, superado por ellos. De sentido nihilista, La Donna del Lago adopta la perspectiva masculina para hablar, más que de la impotencia o la tristeza amorosa, de la imposibilidad y la desilusión –romántica y existencial–, abordando otros temas como la culpa, la soledad y la fuerza creativa de la fantasía. Al tiempo, retrata la hipocresía y las miserias morales que se esconden tras la fachada de personajes socialmente «respetables», en realidad asesinos y seres decadentes.



Recogiendo influencias del cine negro y del Hitchcock voyeur y necrófilo, pero con óptica de autor y apariencia de filme europeo de «prestigio» (Antonioni, Resnais, incluso Bergman), La Donna del Lago es considerada muchas veces –y erróneamente– un giallo, subgénero que eclosionará cinco años más tarde gracias a Argento. Si bien es una especie de precedente por contener algunos estilemas –motor sexual, armas blancas, asesino anónimo–, éstos se presentan vagamente o de forma sugerida (Bazzoni sí que firmó un fantástico giallo canónico: Giornata Nera per L’ariete, interpretado por Franco Nero). Aquí, la pareja Bazzoni-Rossellini trasciende el «género» y apuesta decididamente por la sobriedad y el tono intelectual, el cual supera, sin edulcorarla, la sordidez de la «crónica negra» de base.

Pero lo que hace que La Donna del Lago sea especial es la atmósfera: fantasmagórica, neblinosa y opaca en las diversas hipótesis y trastornos de Bernard. Los interiores sombríos del hotel y los paisajes fríos y melancólicos del exterior (las calles desiertas, la orilla del lago) actúan como correlato emocional de los neuróticos personajes. La espléndida fotografía en blanco y negro de Leonida Barboni, densa y con destellos de luz cegadora cuando representa las visiones de Bernard, amplifica la sensación de enigma y pesadilla. La perfección en los encuadres y las composiciones denotan la formación arquitectónica de Bazzoni (más evidente en Giornata Nera per L’ariete y Le Orme), a la vez que remite a ciertas películas de Antonioni (Il Grido, L’avventura, L’eclisse), que igualmente exploran la desdicha amorosa en clave metafísica. El ritmo es calmo pero apropiado para generar suspense. De narrativa poco convencional, el filme emplea el flashback y la voz en off del protagonista (como el cine negro y Resnais). La suave e inquietante música está compuesta por el padre de Franco Rossellini, el veterano Renzo Rossellini, cuya partitura, en ocasiones, recuerda al Bernard Herrmann hitchcockiano.



Película ambigua, sutil, introspectiva, de textura onírica y pesimista; necesariamente inmadura pero fascinadora y de gran poder de penetración emocional, elegante y admirablemente peculiar. La Donna del Lago es una joya del cine europeo de los años sesenta. Luigi Bazzoni, una década más tarde, realizaría una variante de mirada femenina, la apasionante Le Orme (Huellas de Pisadas en la Luna), protagonizada por la esquizofrénica Florinda Bolkan y con cameo incluido del demente Klaus Kinski.